Bertolucci o el placer de filmar
"Cautivos del amor" (Besieged; Italia/1998). Presentada por Líder. Intérpretes: David Thewlis, Thandie Newton. Guión: Clara Peploe y Bernardo Bertolucci. Dirección: Bernardo Bertolucci. Fotografía: Fabio Cianchetti. Música: Alessio Vlad. Duración: 93 minutos. Para mayores de 13 años. Nuestra opinión: muy buena.
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Si su nombre y apellido no figuraran en los créditos, costaría reconocer en "Cautivos del amor" ("Asediada", si nos atenemos a la traducción literal del original "Besieged") una película de Bernardo Bertolucci. A tal punto el director italiano, que pasó largo tiempo autoexiliado en Londres y filmando fuera de su país, nos había acostumbrado en las dos últimas décadas a la grandilocuencia y el brillo académico a quemarropa de superproducciones como "El último emperador" o "Refugio para el amor".
Con "Belleza robada" ya había dado un primer paso hacia el intimismo. El resultado había sido irregular.
En esta nueva obra, pensada en un principio para la televisión, la apuesta por la sencillez es aún más radical. Finalizado el film queda una certeza: Bertolucci recuperó el espíritu de aquel realizador que en su juventud había entregado películas como "La estrategia de la araña" o "El conformista". La desesperada carga ideológica de "Ultimo tango en París" da paso, treinta años después, a una obra serena, donde toda reflexión queda a cargo de las imágenes desnudas. El contrapunto con aquel film no es del todo caprichoso: aquí también hay un hombre, una mujer y un lugar ligeramente claustrofóbico. Pero si en "Ultimo tango...", delicia de los censores trasnochados, el sexo era una llaga palpable, aquí se entrecruzan distintos hilos temáticos -la identidad cultural, la soledad, la percepción del otro- para dar forma a una historia de amor concreta en la que lo pasional queda en estricto segundo plano.
La historia de Shandurai (Thandie Newton) comienza en un país africano no identificado, donde su marido es arrestado por la dictadura de turno. Luego, en una de las tantas elipsis que dan fuerza y concentración al film, la muchacha despierta en una casa romana donde la encontramos trabajando como mucama, lo que le permite costearse sus estudios de medicina. No sabremos mucho más de ella. Tampoco del dueño del lugar, Jason Kinski (David Thewlis), un pianista introvertido, algo excéntrico, que pasa sus días ejecutando en el piano melodías clásicas. Kinski heredó de una tía ese pequeño palacio, atiborrado de obras de arte y ubicado en cercanías de la turística Plaza de España de Roma, y es, como Shandurai, un extranjero.
El silencio domina la primera mitad del film, donde se contrapone la música que ejecuta Kinski (Mozart, Bach o Scriabin) con lo que la muchacha escucha en su equipo (los africanos Salif Keita o Papa Wemba).
La cámara se hace cargo de narrar con sigilo el acercamiento de Kinski hacia Shandurai y la relación de ésta con su pasado, que la acomete en sueños y es marcado periódicamente por la aparición de un cantante tribal que improvisa en su idioma natal.
La casa se convierte también en un personaje central y mudo. Bertolucci es un director que utiliza los espacios como pocos, ya sea en el desierto de "Refugio para el amor" o en una producción de bajo costo como la que nos ocupa. Aprovecha, por ejemplo, la escalera caracol que comunica los pisos para crear distancias o lanzar una mirada púdica y oblicua a lo que ocurre entre los personajes. O usufructua un pequeño montacargas -y su correlato visual- como medio de comunicación entre ambos. Mediada la película, se produce un corte. Kinski, arrebatadamente, le declarará su amor, a lo que Shandurai responde con un pedido tan desafiante como utópico: que logre liberar a su esposo, del que él desconocía la existencia. Comenzará así una metamorfosis impensada: las obras de arte desaparecen en secreto, la música de Kinski empieza a verse contaminada, en el mejor de los sentidos, por las melodías que provienen de la planta baja, el pianista (un brillante Thewlis hiperestésico) deviene un observador embriagado por una tímida devoción.
"CautivosÉ" conmueve por muchas razones, pero sobre todo por la honestidad visual con que urde su trama, que desemboca en un final abierto y sugestivo. Todo, a fin de cuentas, se resuelve en el presente. El amor -ese sustantivo tan fácilmente vilipendiado en el séptimo arte- es un núcleo inefable, un interrogante sin respuestas. No hay psicología en este film de cámara, de una ascesis casi total si no fuera por las naturales inclinaciones estilizantes del director. Bertolucci decidió echar todo por la borda: su prestigio internacional, sus ambiciones desmedidas, tal vez su ego. Y recuperó algo que todo espectador agradece: el placer de filmar.
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