Canto religioso en clave alegre
Actuación del grupo vocal Great Men of Gospel of the Convent Avenue Baptist Church (Nueva York). Director, pianista y voz líder:Gregory Hopkins. Integrantes:Allen Eaton, Carl Dixon, Jeff Singleton, Lawrence Jenkins (primeros tenores), Glenn McMillan, Lynnard Williams, Joseph Simmons, Clifford Terry (segundos tenores), Kenneth Hanson, Cris Mongtomery, Tommie Allen (barítonos), Warren Turner, Ronald Lyburd y Herb Putney (bajos). Bajo eléctrico:Grant Hall. Batería:Courtney Bennet. Teatro Gran Rex. Nuevas funciones, hoy, a las 21, en el teatro Bristol, de Martínez, y el 30 de agosto, a las 21 y el 2 de septiembre, a las 22, en el Gran Rex.
Nuestra opinión: muy bueno
Lo dijo para sí, casi murmurando, pero el movimiento de sus labios fue clarísimo. "Dios, no puedo creer esto" expresó anteanoche Gregory Hopkins, director de este notable coro de música espiritual negra llegado desde Harlem, al llegar al escenario, mientras recorría con la mirada una sala abarrotada de público que entregaba al grupo de hombres negros impecablemente vestido la primera de una serie de ovaciones que se repetirían una y otra vez durante tres horas de concierto.
Más que alegría, lo que emanaba naturalmente de Hopkins y de los 15 cantantes que dejaron el escenario del Gran Rex ya entrada la madrugada del sábado luego de varios bises era un auténtico regocijo, es decir el acto con el que el hombre es capaz de manifestar su alegría más expansiva. Ante todo, la presentación del grupo vocal Great Men of Gospel fue una verdadera manifestación de júbilo.
No sólo porque se trata de la manifestación natural de estos artistas al proclamar el mensaje evangélico. También fue un auténtico jubileo musical, en el que la Palabra adquiere, además de su valor intrínseco, también vuelo artístico a través de los matices, el sentimiento y la profunda expresividad de los cantos religiosos de los negros norteamericanos, cuyos himnos y motivos enriquecieron notablemente la música popular de ese país. El gospel y el negro spiritual, se sabe, son manifestaciones musicales de carácter religioso que nacen de los tiempos de la esclavitud, y más tarde afirman el orgullo de una raza que conquistó la libertad y la fe con armas musicales propias. Por eso, en este recital no sólo se aprecia el gesto, la actitud y la proclama que acompañan los servicios dominicales. También asoman ecos de antiguos ritmos africanos, del blues rural de Robert Johnson, del jazz de pura cepa ellingtoniana.
Casi dos conciertos en uno
El concierto está delimitado en dos claras divisiones. La primera, al comienzo, se inicia con el extraordinario "Gospel Magnificat", de Robert Ray y se cierra con un no menos notable tributo a Thomas Dorsey, padre del gospel y artífice del acercamiento de la música espiritual negra con el jazz y el blues. En el medio desfila una serie de canciones de clara temática religiosa, en la que algunos de los integrantes del coro dejan la tarima para convertirse, alternativamente, en directores o voces solistas (prácticamente todos tienen esa cualidad), tarea que comparten con Hopkins.
En la segunda parte la religiosidad adquiere un protagonismo casi excluyente. El "Gloria" de Samuel Snaer y una versión camarística del Padre- nuestro conviven con el célebre "Amazing Grace" (con tres solistas), una plegaria por Africa dicha en idioma zulú y una suerte de crescendo anímico coronado en el eufórico canto de Hopkins (como si estuviera casi al borde del trance)en "He´s Done Marvelous Things". Y también en las expresiones de los coreutas alabando cada vez con más gestos y entusiasmo las frases de solistas convertidos casi en pastores, que invitan al público a ponerse de pie para compartir el grito gozoso del "hallelujah". Tan unidas están aquí la música y la devoción que la euforia lleva fácilmente a Hopkins (cuyo aspecto, simpatía y personalidad lo convierten en una especie de hermano menor de B. B. King, pero de extracción lírica)y a los coreutas a algunos desbordes y disonancias. Es visible la incomodidad del coro cuando todos son exigidos a la vez para las notas agudas.
Pero cuando esto no sucede, la expresividad de la música negra asoma en toda su plenitud. Sostenido por una impecable base de barítonos y bajos, el gospel adquiere toda su plenitud en los contrapuntos vocales entre solista y conjunto, en el vigoroso apoyo de Hopkins en el piano y en el aporte de algunas voces notables, como los tenores Allen Eaton y Carl Dixon, el barítono Kenneth Hanson (imponente no sólo desde lo físico)y el excepcional bajo profundo Herb Putney.
La visita del Great Men of Gospel merece ser vivida como una auténtica celebración que trasciende lo artístico. Es la invitación a un compromiso que no reclama alineamientos automáticos, porque nace de una historia de privaciones y dolores que la música también empujó hacia la libertad.
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