Se cumplen cincuenta años del estreno de una de las grandes obras del cineasta italiano, que llevó al italiano a un término de la Emilia Romaña, recordada tanto por la banda de sonido de Nino Rota como por sus voluptuosas mujeres
Se hace raro pensarlo, pero fue así nomás. Hace cincuenta años no existía, para la historia del cine y para la memoria del mundo, Amarcord. Esta inmarcesible película de Federico Fellini, una de las imprescindibles entre tantas imprescindibles de uno de los cineastas más imprescindibles, se estrenó en diciembre de 1973. Y antes de esta película tampoco existía la música que para ella compuso Nino Rota. El término Amarcord (a m’arcòrd) -literalmente “yo me acuerdo”, “me acuerdo de” o “recuerdo”- pertenecía a la lengua de Emilia-Romaña, la región italiana donde está situada Rímini, ciudad natal de Fellini. Pero después de la película el término amarcord pasó a formar parte del italiano y se hizo presente también en muchas otras partes del mundo para describir lo que Amarcord hizo, hace y hará para siempre: transportarnos con excelsa poesía cinematográfica al mundo del pasado, uno visto desde los ojos infantiles y adolescentes, ojos que descubren un mundo creyendo que es el mundo.
Un viaje desde la adultez a la infancia y la adolescencia de su creador, el señor Fellini, un autor cinematográfico de los más indiscutibles de todos, alguien con una personalidad artística singularísima, que ni siquiera tenía que esforzarse en exhibirla o pensar en ponerla en escena. Alguien que no solamente filmaba sino que además firmaba su cine, hasta el punto de de que Amarcord es también conocida como Fellini’s Amarcord o Federico Fellini Amarcord (así reza el título de la película en la secuencia inicial). Un director que parecía respirar sus sellos personales e intransferibles y que en esta película ganadora del Oscar a mejor film extranjero ponía en escena su pintura de los años 30, cuando el régimen político del país era el fascismo comandado por Benito Mussolini. Esos eran los tiempos, y el lugar era la ficticia ciudad de Borgo, basada en la Rímini de Fellini. En Los inútiles, de 1953 -I vitelloni en el original, y el término vitelloni también cobró impulso gracias a la película, pero esa es otra historia- Fellini contaba su juventud en Rímini de forma más clásica y lineal que sus recuerdos más lejanos y menos directamente autobiográficos de Amarcord.
Amarcord es una película de viñetas, de cuadros que se suceden con una lógica y un aire cercanos a lo onírico, con acciones y personajes diversos que seducen desde el comienzo, con formas de moverse individualmente y en conjunto con una cadencia netamente musical (en esos tiempos prácticamente todo el cine italiano se doblaba a posteriori, por lo que la toma directa de sonido de diálogos no se hacía y Fellini solía acompañar sus rodajes con música, con un tocadiscos o incluso con una pequeña banda). Fellini, cineasta preocupado por el público, por mantener las posibilidades de grandeza del cine, por el atractivo y la empatía de sus relatos (sí, hubo algunas de sus películas de su extensa y variada carrera en las que jugó otros juegos más fríos, pero esas son otras historias), contaba y contaba y contaba en Amarcord, como si sumara sin parar situaciones de las que se acordaba –y una más, y otra más– como haría de una forma mucho más sucinta y directa Georges Perec en Me acuerdo, su nostálgico libro de recuerdos de infancia y juventud publicado en 1978. Ya desde el inicio, desde la fiesta de llegada de la primavera, en Amarcord se nos proponen formas veloces tanto descriptivas como narrativas: en poco más de dos horas conoceremos este mundo de Borgo durante todo un ciclo vital, las estaciones del año, en una película que rinde honores a la idea de círculo.
En Amarcord, como en otras películas de Fellini, se procede a la construcción admirada y admirable de algunas mujeres como deidades de las curvas, como seres que son irrenunciables imanes de las miradas, tanto de los personajes como -especialmente- de la cámara. El encuentro sexual entre la cigarrera (Maria Antonietta Beluzzi) y el adolescente Titta (Bruno Zanin), posible alter ego de Fellini, es no solamente una escena fundamental y paradigmática de la película, es también un monumento fílmico a los pechos, a la encarnación de la mujer gigante felliniana, hecha postal inolvidable también en La dolce vita con Anita Ekberg y comentada explícitamente en el casting de Intervista (1987), otra maravillosa película del director, algo así como su Amarcord centrada en su carrera cinematográfica y más cabalmente autobiográfica. De todos modos, la mujer central de Amarcord, la mujer soñada, la mujer más adorada por la cámara, es la Gradisca (Magali Noël), cuyas curvas en movimiento marcan una y otra vez el compás de ese mundo y se convierten en motivo visual fundamental. Hoy en día, en Rímini, existe un hotel llamado La Gradisca, dedicado a Federico Fellini y con diversas redondeces en sus camas y diversas decoraciones: incluso la pileta es redonda. Amarcord, película redonda y de director circular en pleno uso de sus talentos, entonces, vuelve una y otra vez a las obsesiones de un realizador claramente obsesivo, que prestaba especial atención a los sueños y a los recuerdos y que sabía -entre marchas, músicas, nieblas, barcos gigantes, decorados muchas veces gozosamente artificiales, plumas de pavo real- hacer vibrar notas emocionales diversas y pasar de unas a otras con una fluidez tan evidente como imposible de reducir a una o varias fórmulas.
Amarcord es una película pletórica de personajes, de situaciones, de travellings, de música, de atractivos, de comida. De vapores y humos del pasado que invaden la noche del pueblo mientras un personaje profesoral y campechanamente engolado nos cuenta detalles históricos, artísticos, arquitectónicos, alguien que funge como guía que mira a los ojos de los espectadores. En Amarcord nada ha quedado fijo en un pasado marmóreo, más bien todo se mueve, y la cámara tiene un rol importantísimo en este movimiento, porque los travellings laterales, entre otras cosas, acompañan a los personajes cuando pasean por la noche en esas calles con recova. La intensidad de las acciones se mantiene, ya sea en un confesionario (en donde asistimos a recuerdos o hechos del pasado reciente dentro del gran recuerdo más lejano, el gran recuerdo marco), en una celebración popular o en -otra- de las secuencias que han quedado como tesoros del cine del último medio siglo, la del almuerzo familiar, en la que seis personajes comen, gritan, se increpan, salen de la casa, gritan, corren, amenazan con matarse, llevan la intensidad a un tragicómico frenesí.
Película adorada por Woody Allen y por Emir Kusturica, Amarcord fue también una de las películas que más enamoró al famoso crítico estadounidense Roger Ebert, que escribió uno de sus mejores textos inspirado en esta película. En uno de sus pasajes decía: “Fellini estaba más enamorado de los pechos femeninos que Russ Meyer, más atormentado por la culpa que Ingmar Bergman y era un showman más extravagante que Busby Berkeley. Bailaba tan instintivamente según su ritmo interior que ni siquiera se daba cuenta de que era un absoluto original en términos estilísticos; ¿alguna vez habrá se dedicado a pensar de forma organizada en el estilo que se volvería conocido como felliniano, o simplemente seguía la melodía que siempre estaba presente mientras trabajaba?”.
Amarcord está disponible en HBO Max.
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