Buen entretenimiento con Brando y De Niro
"Cuenta final" ("The score", EE.UU./2001, color). Dirección: Frank Oz. Con Robert De Niro, Edward Norton, Marlon Brando, Angela Bassett, Gary Farmer, Paul Soles, Cassandra Wilson, Mose Allison y otros. Guión: Kario Salem, Lem Dobbs y Scott Marshall Smith, basado en un argumento de Daniel E. Taylor y Kario Salem. Fotografía: Rob Hahn. Música: Howard Shore. Montaje: Richard Pearson. Presentada por UIP. Duración: 123 minutos. Apta para todo público.
Nuestra opinión: buena.
Si no derrocha imaginación ni se aparta demasiado de una fórmula que ha sido mejor explotada otras veces, "Cuenta final" proporciona en cambio un sólido entretenimiento y tiene algunos rasgos que la favorecen. Por ejemplo, su elenco, que asocia a tres figuras descollantes de otras tantas generaciones de actores: Marlon Brando, Robert De Niro y Edward Norton.
Los dos últimos sobrellevan el mayor peso interpretativo, como que encarnan a los ejecutores del gran golpe al depósito de la Aduana de Montreal, en torno del cual gira la acción del thriller. Al gigantesco Brando (gigantesco en varios sentidos), le bastan tres o cuatro escenas para meterse al público en el bolsillo. Su presencia -tan poco frecuente en la pantalla en los últimos años- es uno de los principales atractivos de la película, y él no defrauda tal expectativa. Con una sabia mezcla de carisma, oficio y simpatía, dota de singular encanto a su personaje de Max, el bon vivant, coleccionista de arte y astuto mercader que actúa como empresario de los ladrones. Es él quien vislumbra el negocio cuando descubre botines valiosos al alcance de manos idóneas y concibe el plan para apoderarse de ellos. No es precisamente un modelo de virtud, pero Brando lo convierte en una especie de tío malicioso y casi enternecedor.
De Niro es el experto largamente fogueado en estos refinados trabajos, un ladrón de alta escuela al que no hay caja de seguridad que se le resista, actúa solo, jamás corre riesgos, dispone de un infinito arsenal tecnológico y excluye de su radio de acción la ciudad en la que reside y donde se lo conoce como dueño de un sofisticado club de jazz. Hasta que cede a la presión de las circunstancias y a su propia ambición -con el golpe que le proponen, podrá por fin retirarse y vivir en paz con su novia azafata- y decide violar dos de sus principios: aceptará asociarse con otro -un ladrón joven, talentoso, atropellador... e indispensable para acceder al tesoro- y se arriesgará a actuar en su propia ciudad.
Lo que sigue se divide en dos fragmentos, de acuerdo con la receta más clásica: primero, la minuciosa preparación del golpe, que incluye algún choque con el indeseado socio; después, la larga secuencia del robo y sus derivaciones, sorpresa incluida. Frank Oz no se detiene en precisiones psicológicas, pero sabe imponer brío a la primera parte; en la segunda logra lo principal: sostener sin desmayos el tenso clima de suspenso.
Un toque de actualización
De "Rififi" a "Topkapi" y, en otra clave, de "Los desconocidos de siempre" a "Siete hombres de oro", sobran en el cine los modelos que "Cuenta final" parece haber tenido presentes. Pero hay alguna variación: estos ladrones no son torturados, ni torpes, ni vienen del bajo mundo. Viven a la luz del día vidas muy normales y bajo identidades respetables.
Uno, ya se ha dicho, es el propietario del NYC, el sofisticado local en el que actúan Cassandra Wilson o Mose Allison, a los que lamentablemente se escucha poco. El otro, hecho a la medida del histrionismo de Edward Norton, pertenece al servicio de mantenimiento de la Aduana y es un muchacho cuya aparente deficiencia mental despierta la afectuosa sobreprotección de sus colegas y superiores.
Frank Oz, que se ha lucido especialmente en la comedia ("¿Qué tal Bob", "¿Es o no es?", "Bowfinger"), no gasta demasiada imaginación en este caso y apela al humor con menos frecuencia de la que podría esperarse, pero para sostener el interés de este thriller le basta con el oficio. Y, claro, con la presencia de sus actores. Basta que cualquiera de los tres aparezca en pantalla para que la atención del espectador esté garantizada. La cuarta figura, Angela Bassett, tiene poco que hacer (salvo lucir su silueta), y lo hace con sobredosis de afectación, quizá porque se siente obligada a competir con sus brillantes colegas.
Quien sí hace un aporte decisivo al clima del relato es Howard Shore, cuya música tenue, refinada, levemente melancólica da el preciso toque de calma distinción que conviene tanto a la atmósfera del club de jazz como a la precisa elegancia con que debe ser ejecutado el ambicioso plan de los ladrones.
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