
Chen Kaige, talento del cine chino
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Principal exponente de la Quinta Generación de directores chinos junto con su discípulo Zhang Yimou, Chen Kaige consiguió desde mediados de los años 80 hacer conocido en todo el mundo el cine de su país a partir de historias de época de tono épico como "El emperador y el asesino", "Luna seductora" y la aclamada "Adiós, mi concubina", ganadora en 1993 de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, premio compartido con "La lección de piano".
Historia intimista
Tras una fallida incursión en el cine occidental con "Suavemente me mata", coproducción británico-norteamericana rodada en Londres con Heather Graham, Joseph Fiennes y Natascha McElhone, que pasó casi inadvertida por el mundo, Chen Kaige decidió volver con "Soñando juntos" a una historia intimista y contemporánea, algo que en su filmografía no ocurría desde que en 1987 presentó "El rey de los niños".
"Soñando juntos", que se estrenó en los cines argentinos el último jueves, se centra en las desventuras de un hombre de escasa cultura pero mucho temple, que decide abandonar su pueblo rural para llevar a su hijo, un prodigioso violinista de 13 años, hasta la inmensa Pekín. Allí, con la ayuda de su padre, este mini Paganini intentará demostrar toda su valía (artística y moral) y conseguir un profesor que lo lleve camino a la fama. Esta emotiva historia le devolvió a Chen Kaige el favor de la crítica y del público que había perdido en sus últimos proyectos y le valió además importantes premios, como el de mejor director en la edición 2002 del Festival de San Sebastián.
En un buen inglés, producto de su experiencia estudiantil en Nueva York, este realizador de 51 años dialogó telefónicamente con LA NACION respecto de su más reciente película, pero también de su compleja historia personal en un país marcado por la censura, y de la compleja situación que vive el cine en medio de los bruscos cambios sociales, económicos y políticos que se están produciendo en su país.
-"Soñando juntos" reúne dos temas recurrentes en su cine: la relación padre-hijo y la música. ¿A esta altura puede hablarse de obsesiones personales?
-No sé si llamarlas de ese modo, pero son cuestiones esenciales pues tuve una relación muy complicada con mi padre y soy un apasionado de la música. Estudié mucho, incluso el violín, pero nunca llegué a ser un buen músico, aunque desarrollé un gran sentido musical que, creo, pude imprimir en mi cine.
-¿Cuánto influyeron los desencuentros con su padre en sus películas?
-Mi padre fue un cineasta perseguido por la censura y, en la época de la nefasta Revolución Cultural, yo me vi forzado en la escuela a condenarlo de manera pública por hacer arte "subversivo". Hoy me arrepiento de todo aquello, pero las presiones fueron demasiado fuertes para un adolescente. Mi padre iba seis días por semana a un campo de reeducación al que estaba confinado y sólo le permitían volver un día a casa. Hablamos poco, pero me dio muchos consejos cuando yo también me dediqué al cine. Lástima que murió justo antes de que yo ganara la Palma de Oro en Cannes. Se la dediqué a él. Mis películas, así como la música, tienen una función catártica y curativa. Hoy soy un feliz padre de familia y eso me permite revalorizar ciertas cuestiones.
- ¿Qué lugar ocupó la música clásica en su vida?
-La música occidental, y especialmente la clásica, fueron símbolos de rebeldía. Toda la música extranjera estaba prohibida, y nosotros escondíamos los discos de vinilo como reliquias. Los jóvenes nos juntábamos para escuchar cualquier cosa, rock o Beethoven, y nos encerrábamos en unos armarios para que no nos descubrieran.
-¿Todo eso cambió ahora en China?
-Ahora, como habitualmente ocurre, nos estamos yendo al otro extremo. Antes sólo se podía escuchar música patriótica, y ahora a los jóvenes directamente no les interesa nuestra historia, nuestra tradición, nuestra identidad, y corren a consumir cualquier basura que llega de Hollywood. El nuestro, en muchos sentidos, es un país sin pasado porque los sucesivos regímenes se han preocupado por borrar todos los vestigios de los anteriores. Los cambios en China durante las últimas cuatro décadas han sido tan profundos que todavía no se pueden analizar en toda su magnitud. Pero si bien hay una adicción consumista, es cierto que ahora tenemos menos miedo y vivimos mejor.
-Su película muestra claramente este cambio social...
-Sí; los protagonistas abandonan una China más antigua y humana como la que puede sostenerse aún en un pueblo e ingresan a un país signado por la ambición, el éxito, el consumo, la codicia, los medios y el marketing. El niño necesita de un maestro que lo instruya, pero que básicamente lo incorpore a un mundo más profesional. Es una historia sobre las relaciones humanas, sobre el sacrificio, pero también sobre los cambios en mi país, algunos de los cuales son positivos y otros no tanto.
-¿Cómo sigue filmando en un país donde existe un sistema de censura tan fuerte?
-Afortunadamente, yo tengo financiación extranjera gracias a las preventas, también poseo un fuerte apoyo de la industria cinematográfica de mi país, y me manejo con bastante diplomacia, discutiendo de forma lógica con los censores. Pero los jóvenes directores no tienen esa suerte.
-¿Es verdad que la mitad de la producción china es clandestina?
-Sí; hay muchos realizadores nuevos que consiguen fondos del exterior y ni se preocupan por conseguir la autorización oficial, incluso sabiendo que sus films nunca se estrenarán en los cines chinos. La censura aquí es muy rígida y nos obliga a presentar el guión y luego a proyectar la película terminada antes de conseguir la aprobación definitiva. Esta situación es muy frustrante y además no tiene ningún sentido. A toda esta situación se le suma la creciente competencia de la industria de Hong Kong, que ha pasado a manos de China.
- En "Soñando juntos" usted interpreta al segundo profesor, y su esposa es la mujer seductora y consumista que termina ayudando al protagonista ¿Por qué decidió trabajar en condiciones casi familiares y en un proyecto mucho más pequeño que los anteriores?
-Después de tantas historias épicas necesitaba un cambio. Trabajé en un entorno muy controlado; incluso los otros actores profesionales son muy amigos míos, y mi esposa, que desde hace años es una de las actrices más famosas de China, ofició también de productora. Todos me animaron a actuar, pero no sé si repetiría la experiencia. De todas formas, lo más complicado fue elegir al chico violinista. Preferimos conseguir un prodigio musical sin experiencia actoral que a la inversa. El hizo de sí mismo, y eso nos facilitó mucho las cosas. Uno puede trabajar con un no actor, pero no puede hacer una película sobre un genio del violín si no sabe tocar el instrumento. Si bien éste es un film pequeño, la escena final, rodada con cientos de extras en la estación central de transporte, nos obligó a cerrarla y a terminar la escena en menos de tres horas. Además, mi próximo proyecto volverá a ser de características épicas. Una historia mágica en un tiempo indeterminado. No puedo con mi genio. (Se ríe.)
-¿Y su anhelado proyecto sobre la época de la Revolución Cultural?
-Por ahora es imposible filmar nada sobre ese tema. Mao sigue siendo un tabú, pero los cambios en mi país son tan vertiginosos que quizás en menos tiempo del que uno cree se pueda tratar una época tan nefasta como aquélla.
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