
Con el sello de Graham Greene
Más de una vez, Graham Greene expresó, con todas las letras, la pobre opinión que le merecían films basados en sus novelas, ya se tratara de las que él llamaba "serias" o de las que caracterizaba como "entretenimientos".
La escala de tales juicios era variable. Podía ir de "un error", como calificó a la versión de "El revés de la trama" que dirigió George More O´Ferrall (con Trevor Howard y Maria Schell) en 1953, a "un desastre", como se refirió a la primera adaptación de "El fin de la aventura" (Edward Dmytrik, 1955), con Deborah Kerr y Van Johnson.
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Podía consistir en un simple "horrible", como hizo con "Viajes con mi tía" (George Cukor, 1972, con Maggie Smith), o reducirse a dos palabras contundentes, como las que le dedicó a "Un americano impasible" (Joseph L. Mankiewicz, 1957): "Pura traición". Aunque se entiende muy bien que en esta última película le haya fastidiado comprobar que la traslación no sólo había modificado el final de su libro, sino que también suprimía por completo su crítica al naciente imperialismo norteamericano, o que lo haya desalentado ver desaparecer en la malograda realización de Dmytrik toda la tensión religiosa que palpitaba en su novela, no puede decirse que en todos los casos el admirable autor británico haya sido muy objetivo en sus apreciaciones. Se comprende: ningún autor se encuentra en posición muy neutral en estos casos.
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Lo que no puede negarse es su honestidad: aunque él mismo hubiera participado de la adaptación, no atenuaba sus críticas. Así, tras escribir el guión de "El que pierde gana" para una realización de Ken Annakin rodada en 1956 con un descolocado Rossano Brazzi como protagonista, no titubeó en definir el resultado, otra vez, como "un desastre".
Con sus personajes sumidos en dilemas morales en medio de situaciones de alta tensión social, política o psicológica y en las que el mal es una fuerza perceptible, con sus diálogos ingeniosos, su acción escalonada y constante y el atractivo extra de los ambientes en que se desarrollan sus historias -México, Cuba, Vietnam, Sierra Leona, Liberia, Haití, la frontera argentino-paraguaya, la España en guerra o la Alemania de la dominación nazi-, las novelas de Greene sedujeron muy pronto a los productores de cine.
Desde "Stamboul Train", publicada en 1932 y filmada en 1934, son numerosas las películas (y las versiones para televisión) basadas en sus libros. No deja de ser una curiosidad, sin embargo, que el más famoso de los films escritos por él -"El tercer hombre" (Carol Reed, 1949)- haya nacido como guión de cine y sólo después transformado en novela.
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Una filmografía tan copiosa -a la que se sumaron, en los últimos tiempos, dos nuevas versiones más que respetables: las de "El fin de la aventura" ("El ocaso de un amor", de Neil Jordan, con Ralph Fiennes y Julianne Moore) y "El americano impasible" (recién estrenada como "El americano")- no puede sino exhibir grandes altibajos, los cuales justifican muchos de los disgustos del escritor.
En cambio, de lo que difícilmente habría podido quejarse el autor de "El poder y la gloria" es de los actores que le tocaron en suerte.
Desde el enorme Alec Guinness de "Nuestro hombre en La Habana" al intenso Trevor Howard de "El revés de la trama", y del inolvidable cuarteto central de "El tercer hombre" (Joseph Cotten, Orson Welles, Alida Valli, Trevor Howard) al sensible Ralph Richardson de "El ídolo caído", hay una nutrida cadena de grandes interpretaciones, a la que Michael Caine (ya merecedor de ser incluido en ella por su labor en la fallida "El cónsul honorario") acaba de sumar otro eslabón. Y de los más brillantes.




