Como heroínas de acción o archivillanas, Misión imposible no sería lo mismo sin ellas
"Si vas a matarme, sé hombre y hacelo vos mismo". Esa es la frase con la que Ilsa Faust se dirige al jefe de El Sindicato, ese villano de voz ronca y anteojos de oficinista que sembró el terror en Misión Imposible: Nación Secreta (2015). El personaje de la sueca Rebecca Ferguson , con ese aire tan Ingrid Bergman –tanto que hasta le pide prestado el nombre a la heroína de Casablanca–, es uno de los más interesantes que ha dado la saga Misión Imposible en toda su historia, más allá del mítico Ethan Hunt. Y Tom Cruise lo sabe, por ello decidió hacerla reaparecer en la nueva Misión Imposible: Repercusión que se estrena mañana en los cines locales.
Su carta de presentación fue quitarse los zapatos antes de salvar a Hunt, no solo de una brutal tortura con cuchillos inmensos y extrañas pinzas, sino de una muerte horrible y segura a manos del Doctor de los Huesos. Luego volvió a sacarse los tacos al salir de la Ópera de Viena, después de disparar vestida de gala durante el tramo final de Turandot de Puccini. Su estilo combina esa ambigüedad sensual y peligrosa de la femme fatale con la destreza física de una heroína de acción, que más allá de las ayudas digitales es capaz de saltar desde lo alto de un teatro, colear en moto, hacer tomas de karate y nadar hasta perder la respiración. Agente encubierta del MI6 británico, Ilsa es lo más alejado de la "chica en problemas", resulta vital para resoluciones y rescates, y es capaz de seguirle el paso frenético a Ethan Hunt, casi hasta robarle el protagonismo.
La única Misión Imposible antes de Nación secreta que tuvo un personaje femenino de importancia fue la segunda, dirigida por John Woo en 2000. Adherida a esa estética de prolongados ralentis y piruetas visuales, esta canchera relectura de Notorious (1946) de Alfred Hitchcock –impregnada de esa aura de romance culposo y plagada de extravagantes escenas de persecución– tenía en Thandie Newton a su verdadero motor de la acción. Ladrona experta y examante del villano de turno, Newton era la versión morena de la Bergman amada por Hitchcock y torturada por su amante Cary Grant en aquel Río de Janeiro de ensueño. Víctima sacrificial de un héroe que es capaz de exponerla al peligro para cumplir con sus deberes y torturar su conciencia, Newton camina por los acantilados de Australia como Bergman lo hacía por su señorial casa familiar luego de ser envenenada por su suegra.
Woo se nutre de su vasta cinefilia para condensar en su actriz los clásicos arquetipos femeninos que Brian De Palma había trabajado por separado en su película inaugural. La primera Misión Imposible (1996) comenzaba con una misión fallida, una trampa ideada para exponer a un traidor que concluía con dolorosas muertes e inesperados interrogantes. Apenas insinuada la tensión sexual con un Tom Cruise todavía aniñado, Kristin Scott Thomas moría en sus brazos sin decir quién era su asesino. Emmanuelle Béart salía ilesa de una explosión, y con su cristalina mirada parecía ocultar secretos y traiciones ¿Quiénes eran en realidad los buenos y quiénes los malos? Ese manto de sospecha también invadía las lealtades femeninas y De Palma contagiaba al legendario juego de espías ideado por Bruce Geller de su propio universo de dobleces y mascaradas. De hecho, el personaje de Vanessa Redgrave, Max, funcionaba como un eslabón entre esa soterrada seducción que Béart ejercía bajo el manto de la inocencia y la trágica entrega que condensaban los ojos de Scott Thomas en su nocturna despedida.
Ese juego con la femme fatale y la "mujer perdida", mitos del noir que De Palma resignificó con inteligencia, reaparece en la mirada del socio estrella de Cruise en la saga: JJ Abrams . En Misión Imposible III (2006), la oportunidad de Ethan Hunt de una vida de amor y tranquilidad tiene nombre propio: Julia. Michelle Monaghan representa el ideario de una felicidad sacrificada en virtud de la culpa y la responsabilidad: el verdadero karma de todo héroe. Junto a ella casi pierden sentido las otras mujeres que se agitan a su alrededor: la fatídica discípula que interpreta Keri Russell –tal vez secretamente enamorada–, y la aventurera a la que le puso el cuerpo Maggie Q, mujer de acción y engranaje consciente de ese equipo de trabajo que acompaña a Hunt por todo el mundo. Es mérito de Abrams no solo haber imaginado –junto a sus guionistas Alex Kurtzman y Roberto Orci– uno de los mejores villanos en la piel del genial Philip Seymour Hoffman, sino de haber construido esa mujer fantasma cuyo recuerdo nunca parece extinguirse.
En Misión imposible: Protocolo fantasma (2011), dirigida por Brad Bird, dos mujeres dividen las aguas entre el bien y el mal. Paula Patton es la "amiga buena onda", que rescata a Ethan de una impenetrable prisión rusa al ritmo de "Ain’t That Kick in the Head" de Dean Martin, la que lo mira con ojos cándidos a la espera de un ¿romance? que les permita a ambos superar el pasado, la que seduce millonarios grotescos y tira a las patadas a la mala desde la ventana de un rascacielos en Dubai.
La mala, por supuesto, es otra vez francesa. Léa Seydoux es la ambiciosa asesina a sueldo, fanática de los diamantes y capaz de los actos de mayor perfidia con una asombrosa impavidez. Pero pese a las buenas y malas artes de cada una, nada tienen para competir con el recuerdo de Julia. Su aparición final, vestida de enfermera e inmersa en la neblina de Seattle, condensa su imagen como una evocación a la distancia, observada por un Hunt encapuchado que goza y lamenta aquello que se mantiene intacto en ese único pedestal de la memoria.
Frente a esa evanescencia, Ilsa Faust es pura fuerza, puro cuerpo. Su presencia es casi la de una atleta, capaz de inundar el plano con movimientos y acciones de las que solo ella es dueña. Movida por un innegociable poder de decisión y una extraordinaria fuerza de voluntad, está más allá de los arquetipos, más allá de la manipulación del sexo de la femme fatale y de la desprotección de cualquier damisela en problemas. Habrá que ver en esta nueva entrega si Ilsa es capaz de enfrentarlo todo, si su magnetismo resiste esa estela que llega desde el recuerdo, esa irresistible atracción que tiene todo héroe por lo imposible.
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