"Inframundo": un film de terror en todo sentido

"Inframundo" ("Underworld", coproducción de los Estados Unidos, Gran Bretaña y Hungría). Dirigida por Len Wiseman. Con Michael Sheen, Shane Brolly, Erwin Leder y Bill Nighy. Producida por Richard S. Wright, Gary Lucchesi y Tom Rosenberg. Guión: Danny McBride. Fotografía: Tony Pierce-Roberts. Duración: 118 minutos.
Nuestra opinión: mala

Una frase del productor Gary Lucchesi que es toda una confesión hace innecesaria cualquier reseña de "Inframundo". "La mayoría de las veces, toma dos o tres años organizar una película. Con ésta lo hicimos en dos o tres meses..." Se nota. En tan poco tiempo, nadie alcanzó a preguntarse qué estaba a punto de cometer. Y si se lo preguntaron, habrán pensado: "Bueno, es sólo una más de terror, acción y efectos especiales". Perdieron, de ese modo, la oportunidad de detenerse a tiempo. Ya no auguraba nada bueno la idea original, si es que puede dársele el nombre de idea original a la ocurrencia de transponer la historia de Romeo y Julieta a un submundo en el que en lugar de Montescos y Capuletos hay... vampiros y hombres lobo.

Lo último que quisiéramos ver en el cine es otro hombre transformándose en lobo. Esa mandíbula que se adelanta, esas costillas que se ahuecan, el pelo... todo de nuevo, la misma pesadilla insoportable. Pero no con espíritu de exagerar, sino sólo para que el lector se forme una idea acerca de la calidad de lo que está por ver, diremos que, en esta desafortunada aventura, eso, justamente eso, es lo mejor de la película. El resto de las situaciones y los efectos oscila entre lo jocoso y lo lamentable. Preguntas como cuándo muere un vampiro y cuándo no, qué mata a un hombre lobo y qué lo resucita, cómo ni unos ni otros, con el ruido que hacen, han sido percibidos por el resto de la sociedad civil, esos humanos que ni cortan ni pinchan en el argumento, no tienen respuesta ni podrían tenerla. No, al menos, de boca de los presentes guionistas.

Sin consuelo

En verdad, alguna escena (como la resurrección del vampiro Viktor, al que le cuelgan unos cables que parecen serpentinas en un baile de carnaval) hace recordar a Ed Wood. En cuanto el espectador se adormece, cosa que es lo mejor que puede sucederle a todo efecto, unos acordes estridentes que pasan por ser la banda musical del film lo hacen saltar de la butaca y, al devolverle la conciencia, lo sumen otra vez en la angustia de interrogarse acerca de qué diablos hace en ese sitio.

No hay consuelo que valga. Eso sí: el que repita el error y vuelva a ir cuando se estrene la secuela, ya que la lucha entre vampiros y lobos no queda del todo cerrada, debe saber que habrá perdido cualquier derecho a reclamar y quedará para siempre en el limbo imaginado por Wiseman, director debutante, de futuro sombrío: debajo del mundo y debajo del cine.

Por Hugo Caligaris

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