Kirk Douglas, el invencible
"Nunca en la vida hay que darse por vencido", aconsejaba Kirk Douglas meses atrás, cuando el Festival de Berlín reconoció su trayectoria con un Oso de Oro honorífico. El sabe muy bien de qué habla: hace diez años sobrevivió por milagro a un accidente de helicóptero en el que murieron dos personas; hace cinco, un ataque de apoplejía lo privó transitoriamente del habla, y como consecuencia de ello todavía hoy se expresa con cierta dificultad.
Pero ahí anda, a punto de cumplir los 85, haciendo planes, preparado para volver a los sets (en la mejor compañía: la de su hijo Michael y su nieto Cameron) y dispuesto a divertirse con un ejercicio de humor negro. En "Smack in the Puss", una comedia que proyecta empezar a filmar en febrero, será el patriarca de una familia neoyorquina que no se ha distinguido precisamente por las relaciones armónicas.
Ya se dio el gusto de demostrar que la enfermedad no le había quitado las ganas de seguir peleando. Hace aproximadamente un año reapareció en "Diamonds", donde componía el papel de un ex campeón de boxeo y donde pudo intercalar elementos de su vida real (los vestigios de la apoplejía) y de su trayectoria artística (en más de un flashback que hablaba del pasado del protagonista se lo veía tal como aparecía en "El triunfador", que filmó en 1949 y lo convirtió en estrella).
No le preocupó -dice- que compararan a este viejito de ahora con el robusto atleta del film de Mark Robson. Aprendió con los años y los golpes de la suerte que es mejor despojarse de la vanidad y ser consciente de que nadie tiene asegurada la gallardía eterna.
* * *
A él, en todo caso, le duró lo suficiente como para imponer durante casi cuarenta años su estampa recia y vigorosa en el ring, en el circo romano, en oscuras prisiones, en trincheras, en despachos policiales, en naves vikingas o cabalgando por un interminable Oeste al lado de sus amigos y colegas: Burt Lancaster, Henry Fonda, John Wayne, Robert Mitchum.
Tres veces estuvo cerca del Oscar: por "El triunfador", por "Cautivos del mal" y por "Sed de vivir", donde personificaba a Van Gogh. Otras veces quiso el azar que rechazara papeles que a otros actores les valieron la estatuilla; así le sucedió con "Infierno 17" (que le hizo ganar el Oscar a William Holden) y con "Cat Ballou", que se lo dio a Lee Marvin. Como sucedió con tantos otros grandes, el viejo Kirk tuvo al fin su premio honorario en 1996. Era puro huesos cuando apareció en el escenario, pero el aplauso de 3000 de sus compañeros le dio el ímpetu necesario para volver a actuar. Es probable que este domingo, cuando celebre su cumpleaños, sonría otra vez recordando que por aquellos días había llegado a declarar que sólo podría regresar al set si volviera a ponerse de moda el cine mudo.
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