La actuación de su vida: cuando La Voz le ganó de mano a Marlon Brando, se metió con un tema tabú y llegó a lo más alto de su carrera en el cine
En el comienzo de su segunda vida como intérprete, a mediados de la década de 1950, Frank Sinatra puso todo su talento como actor al servicio del personaje central de El hombre del brazo de oro, el film que le dio su única nominación al Oscar como actor protagónico
Frank Sinatra debe ser el único actor no profesional de la historia que pudo atravesar con éxito casi 40 años de carrera en el cine. Siempre se pensó a sí mismo como un cantante que aceptaba solo de manera ocasional algún trabajo para la pantalla y jamás se le pasó por la cabeza someterse a las rutinas impuestas por Hollywood para sus producciones. Cuando actuaba imponía la regla horaria que más le convenía a él, no a los estudios o al resto de los equipos de rodaje. Trabajaba solamente desde el mediodía hasta el atardecer. Nada de levantarse temprano.
Y tenía otro requisito que resultaría decisivo para alcanzar uno de sus grandes triunfos en la actuación y, al mismo tiempo, la única nominación al Oscar que obtuvo como actor protagónico. Filmar cada escena sin necesidad de ensayos, y si es posible en una única toma. Así lo hizo en El hombre del brazo de oro (The Man With the Golden Arm, 1955), de Otto Preminger, que le permitió a La Voz llegar a la cumbre de su carrera cinematográfica. Allí interpreta a Frankie Machine, un adicto a las drogas que quiere dejar atrás ese pasado y buscar un camino definitivo de recuperación a través de la música, mientras se expone una y otra vez a la tentación de volver atrás.
Sinatra llegó a ese papel poco después de ganar otro reconocimiento extraordinario desde la pantalla. Dos años antes de esta película había conquistado al público y a la crítica con el inolvidable soldado Vincent Maggio, el papel que desempeñó en De aquí a la eternidad (From Here to Eternity, 1953), de Fred Zinnemann. También llegó de la mano de ese personaje a las puertas del Oscar, gracias a que la Academia de Hollywood incluyó su nombre entre los nominados al premio máximo de la industria del cine, en este caso como mejor actor de reparto.
En ninguno de los dos casos logró el triunfo. El Oscar quedaría en sus manos por única vez en 1971 y fuera de cualquier competencia, porque ese año recibió la estatuilla especial de carácter humanitario que lleva el nombre de Jean Hersholt. Pero esa secuencia de triunfos cinematográficos durante la primera mitad de los años 50 fue para Sinatra el sello que marcó a fuego el comienzo de su segunda vida artística.
En 1952, la carrera de Sinatra estaba por colapsar. Había sufrido en 1952 una hemorragia interna en las cuerdas vocales que lo dejó sin representante, sin escenarios y sin un futuro inmediato a la vista como cantante. Tuvo que recurrir a todo su talento persuasivo para decirle a Harry Cohn, el todopoderoso dueño de Columbia Pictures, de que el papel de Maggio estaba escrito para él. Al final logró convencerlo y apoderarse del personaje, que ya estaba asignado a Eli Wallach. Sin embargo, muchos siguen creyendo hasta hoy que Sinatra consiguió ese lugar gracias a sus invalorables contactos con la mafia. A Cohn, según este punto de vista, le llegó una oferta imposible de rechazar.
Nada parecido a eso, ni siquiera en rumores, ocurrió en el caso de El hombre del brazo de oro. Preminger se apuró a enviar las primeras 50 páginas del borrador inicial del guión al representante de Sinatra. Lo mismo hizo con Marlon Brando. Veía muy bien a cualquiera de los dos para personificar a Machine, y además buscaba una figura muy conocida para reforzar todavía más el propósito que lo llevó a adquirir los derechos para el cine de la muy comentada por entonces novela de Nelson Algren, en la que se basa la película. Quería romper una vez más todo el entramado negativo de vetos y censuras que la industria de Hollywood construyó durante varias décadas a través de su estricto código de producción (conocido como “Código Hays”), desde el cual se impedia por ejemplo cualquier alusión a la drogadependencia. Finalmente logró su objetivo.
Tan convencido estaba Sinatra de que podía cumplir con un desafío tan provocador que a las 48 horas de recibir el guión ya estaba listo para firmar el contrato. Le dijo a Preminger que no hacía falta para él contar con el texto completo. El acuerdo se firmó casi de inmediato y significó para Sinatra un salario de 100.000 dólares y el 12,5 por ciento de los beneficios de la película. Tan rápido fue todo que Brando se quedó con las ganas, quejándose ante el director de que no se le permitiera quedar a la par de Sinatra y cumplir con los mismos plazos. No le dieron tiempo ni para contestar aquel primer ofrecimiento.
Sinatra creía tanto en la improvisación que siempre rechazó la idea de ensayar o preparar sus escenas, como acostumbra a hacer cualquier actor con mínimo oficio. Prefería dejar registrada cada escena en la primera toma y tenía la destreza suficiente como para hacerlo. “No era un actor profesional, pero sí alguien muy talentoso y confiable”, contó Preminger en su autobiografía.
El compromiso con este proyecto fue tan grande para él que aceptó filmar una y otra vez cada una de las escenas que le tocó compartir con Kim Novak, que en la película interpreta a Molly, la chica de buen corazón que trata de ayudar a Frankie a resistir las tentaciones y el riesgo de una recaída en su adicción.
Según recuerda uno de los biógrafos de Preminger, Chris Fujiwara, Novak era en ese momento una actriz de escasa experiencia y con nervios a flor de piel que se equivocaba todo el tiempo en las líneas de sus diálogos. Sinatra acompañó pacientemente a Novak en cada nueva repetición de la misma toma, el método elegido por Preminger para sacarle a la actriz todo ese miedo. Hubo escenas compartidas por ambos que se repitieron 20 veces antes de que el director se decidiera por la que aparece en el film.
El director y su actor principal, dos figuras conocidas por su carácter fuerte y no dar el brazo a torcer, se llevaron muy bien durante el rodaje. “Me habían advertido que Sinatra era un hombre muy temperamental, sensible y bastante malhumorado. Estaba lleno de contradicciones y trataba a las mujeres de un modo realmente muy negativo. Parecía siempre a punto de estallar. Pero en el set se mostró obediente, humilde, fácil de manejar. Llegaba siempre puntual, con la letra perfectamente estudiada”, recordaría Preminger años después.
En la filmación también fue la única barrera capaz de contener los desbordes temperamentales de Preminger, un director acostumbrado a tratar a los gritos y de manera bastante despectiva a varios de sus actores. Ambos se trataban además con apodos socarrones. Para tratar con un director volcánico y fácilmente irritable, Sinatra usaba siempre su segundo nombre, Ludwig. Éste le respondía llamándolo “Anatol”.
Para suavizar algunas de esas tensiones, Sinatra recurría a una imitación burlona de la voz con fuerte acento germánico del realizador nacido en Ucrania y triunfador en Hollywood. “Reírse del acento de Preminger era la manera que Frank había elegido para pelear por nosotros”, resumió Darren McGavin, que en la película interpretó al dealer de Machine y resultó bastante maltratado por el director durante el rodaje.
Sinatra se sometió a un rodaje muy exigente, con jornadas de casi 12 horas de duración. Estaba comprometido a fondo con lo que consideraba poco menos que el papel de su vida en el cine. En la escena clave, lo vemos con su personaje atravesando un feroz momento de abstinencia en su adicción a la heroína. “Hice algunas investigaciones por mi cuenta y durante unos 40 segundos se me permitió una vez observar por un agujero lo que le ocurre a una persona con síndrome de abstinencia. Jamás había visto una desesperación tan terrible. Nunca más quiero volver a verla”, confesaría años después. En una de las biografías más meticulosas de Sinatra (A su manera), J. Randy Taraborelli revela que la escena se filmó sin ensayos previos y en una sola toma, como quería La Voz.
Frente a la carrera entera en el cine de Sinatra, ese momento resulta insuperable. La diestra cámara de Preminger registra en plenitud todo lo que vive el personaje en ese momento. Con las manos temblorosas y el rostro bañado en sudor, Sinatra hace suyo todo el drama interior de un adicto cuya conciencia se debate entre la lucha y la resignación. Toda la historia pasada de Frankie Machine aparece en ese impresionante primer plano registrado por Preminger en blanco y negro y con música de jazz de fondo.
La desesperación queda reflejada en los ojos claros y la expresión gastada de un hombre que parece pedir ayuda en vano. La expresión entera del actor adquiere la forma de un gigantesco ruego, mientras en la partitura creada por Elmer Bernstein se repite en crescendo una mismo leitmotiv musical, como símbolo de una tragedia anunciada y cada vez más próxima al estallido.
Alcanzar toda esta admirable convicción en el retrato de un adicto a las drogas resulta sin dudas el aspecto más visible de la notable actuación de Sinatra. Pero el papel le exigió todavía más. De un lado somos testigos de la elevada tensión de su compromiso afectivo, ya que el corazón de Frankie Machine se debate todo el tiempo entre la distante dulzura de Molly y las frenéticas demandas de su manipuladora esposa Zosh (Eleanor Parker), que le recuerda constantemente que por su culpa sufrió el accidente que la mantiene inválida.
Y del otro vemos la posible puerta de salida al laberinto de la droga que aparece a través del sueño (y el deseo concreto) que tiene Frankie de ganarse la vida como baterista de jazz. En esos momentos, como señaló con precisión Ann Hornaday en una nota publicada en el diario estadounidense Baltimore Sun, es cuando aparece el Sinatra actor en su mejor expresión: intuitivo, dinámico, con ritmo exacto y delicada modulación. Así en la pantalla como en la música.
“Me hubiese gustado tener formación dramática, pero nunca me daba tiempo –evoca Sinatra en un testimonio registrado en el libro biográfico de Taraborelli-. Cuando empezábamos a rodar, casi nunca miraba el guión. Tenía la sensación de que no debía seguir el guión al pie de la letra. Si dos buenos actores se escuchan mutuamente cuando ruedan una escena se responderán de manera inteligente. En cambio, los actores que siguen el guión al pie de la letra parece que nunca escuchan al otro actor, y en pantalla eso se nota, como si se viera cómo les funciona la cabeza por dentro”.
Nunca le hizo falta a Sinatra recurrir a los métodos tradicionales de formación capacitación para convertirse en un gran actor. Si alcanzó esa condición es porque puso en práctica todos los recursos intuitivos que lo llevaron a ser una figura incomparable de la música popular en el siglo XX. Como en sus mejores canciones, todo lo que tiene para decir, mostrar y ofrecer como intérprete de personajes de ficción sale desde muy adentro. Descubrirlo exige de nosotros como espectadores el esfuerzo de un acercamiento introspectivo, minucioso, paciente y profundo. No hay mejor forma de entenderlo que ver esta película.
El hombre del brazo de oro está disponible en Qubit.TV.
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