Memoria sin balance
El calendario y la costumbre indican que ha llegado la hora de los balances y en los balances, por lo menos en los que pretenden revisar un año de cine, suele hacerse hincapié en lo que dejó mejor recuerdo. Pero puesta a recopilar emociones experimentadas en las salas oscuras, a la memoria se le ocurre desarreglar los datos, alternar experiencias conmovedoras con fiascos irritantes, deleites con frustraciones; diferenciar aquellos momentos mágicos en que la ilusión nos encandiló y suspendió nuestro contacto con el mundo de aquellos otros, marcados por el tedio o el desinterés, en los que la ensoñación se desvanecía y la mirada se apartaba de la pantalla para reconocer la circunstancia, tan curiosa y tan familiar (un recinto en penumbras, los haces de luz cruzando el espacio por sobre las cabezas de nuestros ocasionales cofrades, todos vista al frente, todos disciplinadamente acomodados en filas de butacas), o para ponerse a vagabundear por ahí, atendiendo a las rugosidades de la pared, las lucecitas de la salida, la silueta recortada de los de la fila de adelante o el rumor del pochoclo y la conversación furtiva.
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Hubo en 2001 de unos y de otros, como todos los años; el cine dispara emociones y la memoria las alterna a su antojo y porque sí: dejémosla fluir. Evoca, por ejemplo, los irresistibles bocados del "Chocolate" de Juliette Binoche hasta llegar al empalago y en seguida repara que el cine encontró otros modos más sutiles de proponer la experiencia sensual: cómo olvidar la sensación táctil que le dejó "Con ánimo de amar" o los olores, los sabores y los ruidos de la naturaleza que contenía "La ciénaga". Vuelve a reírse del inesperado éxito gastronómico de los boqueteros acaudillados por Woody Allen, se entristece al calcular el dinero y el esfuerzo malgastado para revivir "Pearl Harbor" o en la construcción del vertiginoso pastiche kitsch de "Moulin Rouge" y asocia esa vana pretensión de "inventar el musical del siglo XXI" con el otro intento -no menos vano, pero sí más aburrido- afrontado por Lars von Trier en "Bailarina en la oscuridad". Música por música, todavía prefiere la de "Shrek", que además de devolverle hits de otros tiempos venía acompañada de tanto ingenio como para meterse en el terreno de los cuentos de hadas, ponerlo patas arriba y cargarlo de alusiones inteligentes. Y entonces advierte que la animación picó bien alto en 2001 y que también sobró imaginación, humor y nobleza en "Monsters Inc.".
A veces busca ordenar el recuerdo con algún ánimo crítico: hubo tanto buen cine francés, tanta joya iraní, tanta autenticidad en el retrato de jóvenes de aquí y de cualquier parte ("25 watts", "Sólo por hoy", "Krampack", "Y tu mamá también") tanto personaje inquietante, del amistoso Harry al desequilibrado Chopper... Pero no hay caso, hoy la memoria anda traviesa, y en lugar de detenerse en la emoción de "El hijo de la novia" o de "Pan y tulipanes" y en el impacto de "La profesora de piano" o "La virgen de los sicarios", prefiere volver a instalarse en un teatro de fin de siglo (del diecinueve) y regodearse en la gracia del ensayo desmenuzado por Mike Leigh en "Topsy Turvy". Quizá busca acercarse al corazón del fenómeno artístico. ¿Por qué impedírselo?
Ya habrá tiempo de balances.