Netflix: Ofrenda a la tormenta es un débil cierre de la exitosa trilogía del Baztán
Ofrenda a la tormenta (España, 2020). Dirección: Fernando González Molina. Guion: Luiso Berdejo, basado en la novela de Dolores Redondo. Fotografía: Xavi Giménez. Edición: Verónica Callón. Elenco: Marta Etura, Leonardo Sbaraglia, Imanol Arias, Nene, Francesc Orella, Itziar Aizpuru. Duración: 139 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular.
Ofrenda a la tormenta es la última entrega del éxito literario convertido en fenómeno del streaming por Netflix, la Trilogía de Baztán. Quizás el gran hallazgo de la literatura de Dolores Redondo haya sido dar forma a una actualización del folclore navarro en clave de thriller sin nunca despojarlo de su arraigo en el melodrama familiar. Porque Baztán se configura no solo como la geografía que atesora un misterio vinculado con el demonio Inguma, las brujas de antaño y los sacrificios humanos, sino que sitúa sus ejes más perturbadores en los lazos familiares, en la persistencia de lo ancestral en el presente, y en el anhelo de ganancias y recompensas a cualquier precio.
Todo comienza con la aparente muerte de Rosario (Susi Sánchez), la madre de la inspectora Amaia Salazar (Marta Etura) en las aguas del río. Los indicios de su desaparición precipitan su simbólico funeral pese a la ausencia del cadáver. En simultáneo, las pruebas de un reciente sacrificio impulsan a la inspectora en una nueva investigación, mientras los hilos de los hechos pasados comienzan a entrelazarse. La película es abiertamente deudora de las anteriores de la saga, El guardián invisible y Legado de los huesos, aunque se esfuerza en construir su propia autonomía situando un punto de partida en la detención de un padre atormentado, repitiendo explicaciones de tragedias pasadas, e integrando aquellos personajes que apenas se asomaban en las películas anteriores, como es el caso del juez Javier Markina (Leonardo Sbaraglia).
Sin embargo, Ofrenda a la tormenta nunca termina de apropiarse del folclore navarro como una estrategia de puesta en escena sino apenas como un disparador narrativo. Esa mitología, que todavía en las anteriores películas se afirmaba en el centro del relato, aquí se desplaza para dejar lugar al itinerario policial de la inspectora Amaia, sus asuntos amorosos y sus dilemas familiares. Es ese juego de relaciones cruzadas entre los personajes, a veces demasiado previsibles, otras por demás edulcoradas, lo que desactiva el pulso ominoso que despide la historia de brujería y devoción al mal. La extrema dependencia de la figura de Salazar, alrededor de la cual se organiza toda la narrativa y la obliga a saltar de escena en escena, sin conseguir que su presencia inspire fascinación o aunque sea empatía, es una de las evidentes debilidades.
Ya no está lo macabro de El guardián invisible o los guiños al terror de Legado de los huesos, sino que este cierre se despoja de verdadera inquietud, las actuaciones son muy limitadas, resulta menos arriesgado visualmente, utiliza la fuerza de los entornos apenas en algunas escenas –la silueta de una casona con aires de embrujo, la revelación de un cementerio ya hacia el final– y se limita a desplegar el rompecabezas criminal con la medida justa de efectividad. Poco para la clausura de una historia tan esperada.
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