
Retrato imaginario de una fotógrafa famosa
Retrato de una pasión ( Fur: An Imaginary Portrait of Diane Arbus , EE.UU./2006, color; hablada en inglés). Dirección: Steven Shainberg. Con Nicole Kidman, Robert Downey Jr, Ty Burrell, Harris Yulin, Jane Alexander, Emmy Clarke, Genevieve McCarthy, Boris McGiver, Marceline Hugot, Lynn Marie Stetson. Guión: Erin Cressida Wilson, inspirado en el libro de Patricia Bosworth. Fotografía: Bill Pope. Música: Carter Burwell. Edición: Keiko Deguchi y Kristina Boden. Diseño de producción: Amy Danger. Presentada por Distribution Company. Duración: 120 minutos. Calificación: sólo apta para mayores de 16 años.
Nuestra opinión: buena
Entre la confesión y el descargo, la leyenda en el comienzo de la proyección avisa que no se trata de una biografía rigurosa y documentada de Diane Arbus -la legendaria fotógrafa neoyorquina conocida por sus famosos retratos de marginales, mendigos, travestis, gigantes, siameses, fenómenos de circo y otros seres singulares-, sino de un film que inventa personajes y situaciones para tratar de imaginar las experiencias íntimas que llevaron a la artista a emprender su extraordinaria trayectoria.
A falta de la historia verdadera de Arbus -ni siquiera están sus fotografías, ya que los derechos fueron negados por la fundación que los administra-, Steven Shainberg propone una fantasía inspirada en imágenes con las que convivió desde chico porque un tío suyo era amigo de la artista; una fábula que busca indagar en las pulsiones que empujan a un ser humano a explorar el lado oscuro de sí mismo, a atreverse a conocer aquello que más lo aterra y que por eso mismo más lo fascina.
Con un pie en la realidad -la liberación de una muchacha de la alta burguesía resignada a seguir los rituales de su poderosa familia y a ser apenas la asistente de su marido, cotizado fotógrafo-, y otro en el delirio fantástico, Shainbergpone su atención sobre el extraño personaje que induce a la protagonista (Nicole Kidman) a encontrar su vía expresiva al mismo tiempo que la introduce en un submundo que ha estado vedado a sus ojos y que la intriga.
El hombre (Robert Downey Jr.) es un nuevo vecino a quien conoce enmascarado porque está íntegramente cubierto de pelo, resultado de un tipo de hirsutismo congénito. Y tan apropiado para congeniar con el retrato real de Arbus -hija de un famoso peletero- como para sugerir una variación de La Bella y la Bestia . Esta es sólo una de las citas propuestas por el realizador y su libretista: el mundo de espantosas rarezas al que tiene acceso Diane incluye un conejo como el de Alicia; en su excéntrico delirio abundan tuberías y corredores que remiten al cine de David Lynch.
Delirio premeditado
El film, que quiere ser tan extravagante como los personajes que capturan la atención un poco morbosa de Diane y estimulan su arte, sólo lo consigue en su concepción visual, sobre todo en los tramos del comienzo en que la narración adopta el clima de la alucinación o de la pesadilla, un poco a la manera de Lynch o, si se quiere, de los surrealistas. Fuera de ellos, deja ver muchas veces que la fantasía responde a una construcción racional y no se articula muy fluidamente con el sector realista de la narración; que está más atento a su propósito metafórico que a su sustancia dramática. Y que si en lo formal la osadía no se detiene ni ante el riesgo del kitsch y aun del ridículo (como en el caso del abrigo de pelo humano o de la barba creciente del marido), en lo conceptual acusa limitaciones y cede a las convención.
Se lo advierte, por ejemplo, desde la misma elección como coprotagonista del hombre-león, llamado -claro- Lionel. Entre todos los desarreglos de la naturaleza -deformes, acromegálicos, siameses, enanos- que habitan en este caso no al fondo de la madriguera de Carroll sino del otro lado de una puerta en el cielo raso, el freak elegido es uno cuyo aspecto físico puede remediarse con una cuidadosa e integral afeitada, para evitar imágenes chocantes en el caso de que la fascinación por lo raro derive en pasión física. La culminación emotiva del vínculo sólo es posible cuando el hombre ha recuperado la "normalidad".
Como en La secretaria , su celebrado film anterior, Shainberg se muestra interesado en averiguar qué hay detrás de las apariencias, y al hacerlo concede a sus heroínas una forma de emancipación por vías desacostumbradas: el masoquismo en un caso, la secreta fascinación convertida en motor de una práctica artística en el otro. Fur -piel, pelo- es, por cierto, un film inusual, provocativo, polémico; hasta puede resultar desagradable o chocante ya que expone precisamente aquellas deformidades y anomalías ante las que suele darse vuelta la cara, quizá porque reflejan las propias imperfecciones del observador.
El mérito de Arbus, en todo caso, está en haberlas hecho visibles gracias a la transfiguración artística. El de Shainberg, bastante más modesto, en atreverse a imaginar la intimidad de la propia fotógrafa. Aunque el esfuerzo se haya malogrado en parte por exceso de pulcritud formal y sobre todo por escasez de auténtico delirio.







