Tres buenas y dos malas de Hugh Jackman
A raíz del estreno de Volando alto, hacemos un repaso por los desniveles en la filmografía del actor australiano
*TRES BUENAS
1. PRISIONEROS (2013, Denis Villeneuve)
Denis Villeneuve filmó cuatro películas al hilo con finales que oscilan entre el desconcierto y la desesperanza. Desde la fuerte revelación de Incendies, pasando por la resignificación narrativa que implica el plano final de El hombre duplicado hasta la desolación de Sicario, el realizador sabe cómo abordar dilemas morales sin descuidar el impacto cinematográfico. Mucho de ésto hay en Prisioneros, film que comienza con el secuestro de dos niñas y que deriva en un brutal muestreo de las diferentes formas de lidiar con la pérdida.
Si bien la transformación más notoria del film es la de Jake Gyllenhaal - actor fetiche de Villeneuve -, Hugh Jackman está excelente en el papel de Keller Dover, el padre de una de las pequeñas que eventualmente empieza a perder el foco producto de los constantes traspiés de esa dolorosa búsqueda. Prisioneros tampoco decepciona en su última secuencia, una en la cual la quietud de la canción "Codex" de Radiohead se contrapone con un sonido agudo que es sinónimo de desesperación, la misma desesperación que exuda la urgente fotografía de Roger Deakins.
2. EL GRAN TRUCO (2006, Christopher Nolan)
No muchos directores quisieron capitalizar el gran dominio escénico de Hugh Jackman. Christopher Nolan fue uno de los pocos en haber visto al actor en sus producciones teatrales (más precisamente en Oklahoma!) y en notar cualidades que hasta El gran truco no habían sido del todo exploradas. Por lo tanto, el personaje del mago Robert Angier (a su vez basado en Channing Pollock) le cayó como anillo al dedo a Jackman. Un verdadero showman, inclinado a poner énfasis en la producción, obseso por deslumbrar a la audiencia, Angier era la antítesis perfecta de su colega Alfred Borden ( Christian Bale ), un hombre más talentoso para el ingenio pero carente de la habilidad para conectar con quienes esperaban ser deslumbrados por la ejecución de sus ideas.
El gran truco es, en la superficie, una película sobre quién puede llegar más lejos, sobre una rivalidad que desconocía de impedimentos. Sin embargo, y más allá de las vueltas de tuerca que se van volviendo más sofisticadas a medida que el enfrentamiento se retuerce de igual modo, estamos ante un film que plantea el trillado debate de forma versus contenido de manera espectacular (en el sentido más estricto del término). Mención especial para la intervención de David Bowie como Nikola Tesla, otro irrebatible acierto de casting de Nolan.
3. GIGANTES DE ACERO (2011, Shawn Levy)
Gigantes de acero es una de esas películas a las cuales uno no puede, a priori, tenerles demasiada fe, sobre todo si tenemos en cuenta que está dirigida por Shawn Levy, un realizador que solo se limita a hacer comedias en piloto automático. De todas maneras, Levy no es el hombre más importante de esta ecuación. La película está basada en "Steel", un cuento del enorme Richard Matheson publicado en 1956, que fue leído por Dan Gilroy (gran guionista con una ópera prima prometedora: Nightcrawler) y que luego fue adaptado por John Gatins, quien conoce mucho de la fórmula "padre-hijo unidos por amor al deporte", como ya lo pudimos ver en Coach Carter y Dreamer. Asimismo, Steven Spielberg y Robert Zemeckis hicieron algún que otro aporte a dicho guión desde su rol de productores.
Los mencionados factores, con el agregado de una carismática interpretación de Jackman, hacen de Gigantes de acero un film que logra correrse de los pecados de algunos telefilms y contagiar no solo adrenalina en los combates (muy bien filmados por cierto) sino también nostalgia por cómo el avance de la tecnología se lleva puesto a un tiempo donde predominaba lo rudimentario. Aquí, un viejo boxeador venido a menos entrena a un robot - el film transcurre en un futuro en el que los púgiles de carne y hueso son reemplazados por máquinas - y recupera así esa necesidad de subirse al ring para la superación de pequeñas batallas. Y si suena mucho a Rocky es porque Gigantes de acero es, entre tantas cosas, una relectura aggiornada de la saga creada por Sylvester Stallone .
*DOS MALAS
1. SCOOP (2006, Woody Allen)
Curiosamente, el mismo año en que Jackman formó parte de una película sobre el backstage de los trucos de magia, también ingresó al universo de Woody Allen con una comedia de temática similar. En Scoop, Scarlett Johansson - una de las musas circunstanciales de Allen - interpreta a Sondra Pransky, una estudiante de periodismo quien, en medio de un espectáculo de ilusionismo comandado por Sid Waterman (Allen como el mago en cuestión), recibe el dato (el "scoop" del título) de que el persuasivo galán aristocrático Peter Lyman (Jackman) es en realidad un homicida conocido como "el asesino del Tarot".
Scoop es, por un lado, una de esas comedias sucintas de Allen que presentan un giro sobre el final y alguna que otra frase ingeniosa en el medio. Sin embargo, en su totalidad es inerte, desangelada y de ritmo cansino, cualidades que ni siquiera pueden ser revertidas por la química entre Jackman y Johansson. Por otro lado, cabe destacar que años después Allen filmaría Magia a la luz de la luna, una comedia que tiene varios puntos de contacto con Scoop pero que es, dentro de sus modestas pretensiones, mucho más encantadora.
2. LOS MISERABLES (2012, Tom Hooper)
¿En qué momento el realizador británico Tom Hooper pasó de hacer dramas intensos como The Damned United a films completamente lavados y superficiales como el más reciente La chica danesa? En alguna instancia se produjo el quiebre que implicó presenciar más teatro que cine (para pruebas, El discurso del Rey), historias interesantes pero siempre frenadas por un tedio más que evidente. Los miserables es la producción más ambiciosa del realizador y al mismo tiempo la más fallida. Su elección estética de grabar a los actores "en vivo" fue contraproducente desde el momento en el que el director confrontaba a un Hugh Jackman en clave tenor (quien se puso al hombro el "Who Am I?" de Jean Valjean con gran compromiso) con un Russell Crowe que directamente estaba perdido en el mundo de la interpretación musical.
Sin embargo, no solo los altibajos del elenco hicieron de Los miserables un film indigerible sino también su falta de inspiración para correrse del esquema "por viñetas" de un género que requiere de una inventiva de la que Tom Hooper ocasionalmente carece.