
Lunes, a las 23
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Pesca sin red
Luego de renunciar a su premisa original, el ciclo de Telefé apuesta al poder de las ideas con recursos del cine.
Parece que nuestra televisión encontró un goce en desmentir rápida y contundentemente cualquier promesa hecha por sus realizadores. Ya no se trata sólo de horarios y fechas de estreno, sino también de conceptos y hasta de géneros. Botines se anunciaba como la ficcionalización de delitos reales, pero en el segundo episodio ya estaba contando un vago caso de robo de autos mucho más cerca de los lugares comunes del cine de acción que de los diarios. La desmentida de Conflictos en red va un poco más lejos. El segundo episodio no sólo desdijo declaraciones de su productor general y abandonó cualquier referencia a la realidad para estrechar su lazo con el cine (el capítulo era una variación de la recordada Hechizo de tiempo [ Groundhog Day, Harold Ramis, 1993]) sino que, al momento, pocos de los conflictos narrados tienen algo que ver con la red.
Es cierto, en todos los episodios hay computadoras, pero ninguno de los problemas surge estrictamente del modo en que internet modificó nuestra vida: se trata de conflictos tradicionales en los que el uso del teléfono o el correo es reemplazado por el chat o el e-mail. La tira tiene una hipótesis contundente acerca de cómo la tecnología que pretende comunicarnos en verdad nos aísla; sin embargo, su argumentación es débil porque a sus personajes no les sucede nada que no pueda acontecer con el auxilio de los dispositivos de comunicación convencionales.
Sin embargo, al contrario de lo que sucede con Botines, en que las ideas y situaciones tomadas del cine convierten la tira en más de lo mismo, aquí, el despegue del caso real –y, más importante, del realismo– es un punto a favor, porque los guionistas (Marcos Osorio Vidal y Andrea Marras) se atreven a usar recursos narrativos y argumentales comunes en el cine, pero no muy habituales en nuestra televisión (como el monólogo interior de un personaje o la materialización de su mundo interior). Pero hay un contrapeso: cada vez que la tira encuentra un recurso interesante, parece conformarse con ese hallazgo y deja el resto en piloto automático.
En el comentado episodio que marcó el regreso de Celeste Cid a la pantalla –¿por qué eso es un evento?–, los personajes que sufrían penas de amor se desdoblaban, en una representación lograda del pensa- miento esquizofrénico y maníaco del abandonado –“¿La llamo? ¿No la llamo?”–, pero una vez que esa buena idea fue expuesta, la historia de amor siguió por vías tan trajinadas como predecibles.
En definitiva, la tira suma un conjunto de aciertos –el hecho de partir de un concepto bien definido, la confianza en las ideas, el uso de dispositivos narrativos sofisticados para nuestra tevé, la falta de solemnidad, el humor– que se ven saboteados por lo que parece cierto descuido o premura en el armado de las historias. Nada nuevo para un medio acostumbrado a devorarse a sí mismo.



