Es una semana muy ardua: hay que chequear todo, de los pasos al peinado y las luces, para que el sábado esté todo afinado en el estreno. Pero no sería esto, per se, una novedad ni una dificultad para un artista que lleva décadas montando y remontando coreografías en más de cincuenta compañías de danza de todo el mundo si no fuera porque la ocasión resulta absolutamente extraordinaria: por primera vez en 72 años Mauricio Wainrot está en Polonia; por primera vez, con un programa que parece su cédula de identidad: Bártok, Piazzolla, Ginastera; por primera vez, animándose a pisar la tierra donde el nazismo aniquiló a su familia, munido de la fortaleza que le ha dado, siempre, su trabajo.
Muy conmovido por la experiencia, Wainrot comparte fotos, mensajes, llamados desde Gdansk, la ciudad donde comenzó todo: la guerra y su historia. Allí, el ballet de la Ópera Báltica lo recibió con los brazos abiertos, desde que bajó del avión con la escarapela por el 25 mayo todavía puesta. Siguieron días de acomodarse al polaco –que él no habla, pero cuya música reconoce–, de transmitir los pasos de Anne Frank, encontrarle el tempo al malambo, descubrir cómo suenan los tangos de las Cuatro estaciones cuando los tocan una orquesta de cuerdas de mujeres.
Y, en el medio, escaparse unos 340 kilómetros hasta la capital polaca. "Como te imaginarás, todo ha sido tan pero tan fuerte para mí, y al mismo tiempo, muy emotivo, emocionante y doloroso. Varsovia es la tierra donde debería haber nacido, si no hubiera existido un Hitler", escribe, primero. En la calle Krochmalna 10, que hizo famosa el Premio Nobel de Literatura Isaac Bashevis Singer, vivieron sus padres, familiares y abuelos. "Lamentablemente, no conocí a ninguno, todos terminaron sus días en algún campo de exterminio. Vivían en el número 15, en el departamento 34. Como casi todos los edificios de Varsovia, fue volado". ¿Qué más hay en esa barrio hoy? "Construcciones nuevas, parques, dos o tres placas que recuerdan que allí vivió Singer. El N° 15 no lo encontré, pero al final de la calle, como a 150 metros, llegué a unos edificios que por su arquitectura sería de 1890, muy parecidos a la de mis padres", relata, por teléfono.
En Varsovia, visitó también el cementerio judío, donde estarían sus ancestros. Se emocionó tanto, cuenta, que dos horas después le costó salir de ese bosque "tan atiborrado de árboles como de tumbas", con piedras centenarias, muchas de ellas rotas, otras con los nombres borrados. "El silencio allí es impresionante. Como en una catedral, entrás en un lugar con un misticismo muy profundo. No tengo una lápida que visitar. Hubo 3.5 millones de judíos polacos y quedaron unos 30 mil vivos. Hay fosas comunes, pero no quise ir, era demasiado. Ya estaba muy impresionado".
Una cámara a las órdenes de Teresa Costantini lo siguió hasta allí. Preparan Wainrot, un relato apasionado, documental que incluirá este momento especial. Admiradora de la trayectoria del coreógrafo, Costantini lo conoció personalmente hace unos años y a través de este proyecto se introdujo en otra faceta del mundo creativo y artístico, el de la danza, que le resulta muy atractivo. "Cuando nos contó que estaba invitado a Polonia nos pareció imprescindible acompañarlo. Es un aspecto muy profundo de lo que va a pasar en el documental cuando sigamos filmando, porque esto recién empieza". Hasta acá, describe Costantini, el camino de esta película fue sucediendo; "es lo que ocurre con este tipo de rodaje: apareció Montevideo y fuimos [en marzo, cuando el Ballet del Sodre hizo Carmina Burana ], apareció Varsovia y ahí también pudimos estar. Un documental para mí es compartir y convivir con la persona de quien vas a tratar de dilucidar vida y obra, ser parte de su universo, estar muy cerca durante el tiempo que sea necesario".
De vuelta en Gdansk, el Museo de la Segunda Guerra Mundial sorprendió a Wainrot: es increíble que un edificio tan bello contenga algo tan terrible. Luis, su pareja, le sacó la foto que abre esta nota; su mirada logra transmitir la profunda tristeza y compasión que sintió por toda esa gente asesinada cuyos retratos cuelgan en una suerte de torre. "No tuvieron chance de nada. No se puede creer semejante maldad. No se puede creer, ¡no se puede creer!"
Tan movilizador en lo personal como en lo artístico es, en definitiva, este programa de aquí, de allá y a esta altura de todas partes, que se pondrá en escena a partir del sábado. "Acá hubo millones de Ana Frank, niños y niñas que murieron. Mis padres no quisieron nunca volver a Polonia. Ellos se fueron el 16 de junio 1939 y la guerra empezó en esta ciudad el 1 septiembre del mismo año. Ellos no tenían adonde volver, no había nada, las ciudades estaban destruidas y la familia, muerta". Como tantas otras veces, Mauricio cuenta que en la familia de su padre, Jacobo, eran seis varones, y que su madre, era la última de nueve hermanos. Únicamente sobrevivieron dos tíos maternos que lograron escapar, a los que él reencontraría mucho después en su tarea de "antropólogo familiar", como dice de sí mismo.
En la Argentina nacieron Mauricio y Cecilia, hijos de aquella pareja de jóvenes judíos socialistas llegados de Polonia, que crecieron con el gusto amargo de la melancolía. "Mi infancia fue tan triste, estábamos solo los cuatro, sin tíos, ni tías, ni abuelas, ni abuelos". El señor Wainrot murió "de pena" a los 52 años; Clara Raquel, en cambio, llegó a cumplir 99. "Y hasta ahora yo no decidí venir por respeto a ellos, que si no quisieron volver… Estuve a punto, en 2010, cuando estaba a kilómetros de aquí, trabajando en Riga, Letonia".
Es entonces cuando entra en escena el brasileño José María Florencio, director de la orquesta y del teatro de Gdansk, que el verano pasado le cursó la invitación a montar un espectáculo "latinoamericano" para la compañía de ballet polaca. El azar hizo el resto, porque Florencio no sabía que Wainrot tiene una Anne Frank con 35 años de andar de norte a sur. Cuando la estrenó, en 1991, en el English National Ballet, el programa de mano decía que era un "coreógrafo polaco" y él se indignó. "Yo soy argentino, dije; me pasó como a Nijinsky, que también era hijo de polacos. Es la ley de la sangre o la ley de la tierra". A propósito, este año (este mes) se cumplen 90 años del nacimiento de la adolescente que dejó aquel famoso diario de la atrocidad.
"Estar acá en este momento de mi vida es muy importante. No sé de donde saco el coraje", confiesa. "Mi sobrina me decía: Tío, cuando vayas, vas a ver qué sanador que es. Yo no sé si es sanador. No sé si voy a cambiar el odio. Siento que tengo más odio que antes a los fascistas. Pero hice algo que tenía que hacer. Algo muy fuerte."
Fotos: Luis Falduti y gentileza de la Ópera Baltica
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