
Persistencia del minué, siempre en tres tiempos
Vida y muerte de un baile aristocrático
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Nadie puede afirmar exactamente cuándo o dónde nació el minué. Pero, desprovisto de su coreografía y de sus sabores populares originales, en el siglo XVII ya estaba bien asentado en la corte de Luis XIV como una danza lenta o moderada, elegante y, por supuesto, en compás de tres tiempos. Como danza suelta o integrada dentro de obras más extensas el minué se distinguía por su regularidad y su característica pauta danzable. Durante su primer siglo de vida, el minué ocupó un lugar opcional en las suites de danzas. En muchas ocasiones era enlazado a un segundo minué, al cual se lo denominaba casi invariablemente "trío", en un molde tripartito minué-trío-minué. Por fuera de la suite, el minué también podía proveer su cadencia y su donaire para arias de la ópera francesa.
A pesar de los cambios profundos que sufrió la música hacia 1750, el minué sobrevivió al derrumbe del barroco. Si bien podía o no aparecer dentro de las nuevas sonatas y cuartetos, con aquella forma simétrica de minué-trío-minué se estableció sólidamente como tercer movimiento de todas las sinfonías clásicas aportando gentileza y galanuras, luego de la construcción dramática del primer movimiento y del espíritu cantable y lento del segundo. Siempre al paso de su compás de tres tiempos el minué se remozó, extendiendo su longitud y vistiendo, ahora, amplios ropajes orquestales. Pero hacia 1800, Beethoven y la Revolución Francesa le dieron un golpe letal. Relacionado desde siempre con la vida aristocrática, el compositor alemán consideró vetustas sus cortesías y en su reemplazo, dentro de sus sinfonías, ubicó al scherzo, más robusto y más en sintonía con la nueva época. Además, a su ocaso también contribuyó la aparición de una nueva danza en tres por cuatro, el vals, llegado para ocupar un sitial de privilegio que nunca más habría de abandonar.
Ausente en el romanticismo, revivió en el siglo XX, sobre todo a partir de las propuestas del neoclasicismo. Su retorno se dio dentro de obras de compositores tan disímiles como Stravinsky, Bartok, Ravel y Schönberg. Con todo, en aquel siglo XIX de ausencia, en varios países latinoamericanos, el minué se recicló en una típica danza de salón. Y no sólo eso. En Buenos Aires, en los tiempos de Rosas, como minué federal, asumió una extraña jerarquía oficial, a su modo y en aquel contexto, casi imperial.




