Violencia y humor en exacta sintonía
En ésta, su quinta visita, viene con su propia compañía y se presentará en el Opera Incluye nueve pantallas gigantes que reproducen imágenes que reflejan fragmentos de la obra
II Festival Buenos Aires Danza . Por el Grupo Krapp. Coreografía de Luciana Acuña, Luis Biasotto y Agustina Sario. Sala Ernesto Bianco del Centro Cultural San Martín. Función del 19/12.
Nuestra opinión: excelente
Con telas que simulan paredes, la escenografía de "Mendiolaza" supera los límites de la boca del escenario y se alarga hasta la platea. Se agregaron gradas delante de las butacas existentes, de modo que el público tiene la impresión de estar inmerso en el ámbito en el que sucederá la acción. Esa cercanía da idea de opresión y provoca la participación obligada de los espectadores.
El lugar está armado como la sala de un viejo club social de pueblo, con muy pocos elementos. Una sucia ventana, un piano y una guitarra eléctrica, dos sillas. La idea es que todo sucede dentro de ese único lugar de reunión de gente, un pueblo donde no pasa nada. El tedio carcome a sus habitantes, genera asfixia y rabia. Seis personajes se juntan allí, cada cual intentando algo que los saque de esa rutina y de su vida sin sentido.
La música es de cuarteto cordobés. Una de la chicas, concentrada, sin desplazarse demasiado, sigue la música sin cesar. También está la "sexy" del pueblo, obsesiva en su intento de seducir a los hombres, pero de una manera burda, grotesca. En ellos se reparten características diversas. Uno es el punk, también, el pianista, otro, el matón. Están el torpe al que todo le pasa y el boleado. Hay que decir que Mendiolaza es un pueblo que realmente existe en Córdoba.
De ahí en más se desata una violencia sin límite. Sobre todo en el trío de dos mujeres y un muchacho, aunque los demás se contagian de la agresividad. Una de ellas y uno de los muchachos entablan una lucha a muerte. En tanto, la soñadora cuartetera, fascinada y alentando la masacre, lanza alaridos espeluznantes. Todos se golpean salvajemente. No hay respiro en ese hambre de destilar la impotencia en brutales caídas, choques, rodadas.
Por momentos, un silbato y una voz en off les anuncian que deben ponerse en posición para comenzar una maratón. En fila, los seis lo hacen. Esto es repetitivo, como símbolo de que están corriendo una carrera de juego sucio en la que el más cruel y fuerte será el ganador. El odio, de una manera u otra, emerge en las actitudes. El torpe es el que se queda enganchado en la ventana, el que tropieza y cae, pero todos son gladiadores que están a la defensiva, para no perecer. Otro de los momentos cumbre es cuando dos de los varones, al unísono, hablan de una mujer que añoran y se fue, en tanto el matón, mimetizándose en ese recuerdo, se vuelve encarnación de lo femenino, hace sugestivas poses contorsionándose sensualmente sobre el piano, que ejecuta el punk.
Sin embargo, aunque la base es la violencia máxima, en la pieza se insertan constantes gags que provocan una carcajada continua. Tan bien lograda está la sincronización de agresividad-humor que no hay lugar para los golpes bajos ni la tragedia. El drama es el aburrimiento y la manera en que tratan de deshacerse de él. Una obra con gran imaginación, que utiliza una técnica en la que los intérpretes deben estar muy entrenados, no sólo como excelentes bailarines, sino asimismo como actores.
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