Dos estilos para una misma pasión
"La Delfina, una pasión", de Susana Poujol. Intérpretes: Virginia Lago, Stella Matute, Ana María Casó, Gabriel Rovito y Marcelo Alvarez en piano. Escenografía: Beatriz Martínez y Graciela González. Vestuario: Alicia Briel. Iluminación: Roberto Contreras. Música: Marcelo Alvarez. Coreografía: Silvia Vladimivsky. Dirección: Daniel Marcove. Duración: 67 minutos. En el Teatro Cervantes. Nuestra opinión: bueno
Norberta se marchita lentamente, disecada por recuerdos que no quiere desechar. Así como su vestido de novia, colocado en un maniquí, aún sigue vivo en su memoria aquel momento en que, ante el altar, esperó la aparición de su novio. Espera infructuosa que adquiere resonancias lorquianas. El novio, Pancho Ramírez, ha huido con la Delfina, la portuguesa fogueada en las lides amatorias que inflamó la pasión del caudillo y lo acompañó hasta los campos de batalla.
Lo que menos suponía Norberta es que hasta la puerta de su casa iba a llegar la Delfina, perseguida por el horror de la muerte de Ramírez y por la milicia que la busca encarnizadamente. Y aquí comienza la obra de Susana Poujol, que más que una pintura con rigor histórico trata de reflejar la relación que se establece entre estas dos mujeres a partir de un odio que luego se transforma en una íntima amistad.
Es muy interesante la posición que adopta Norberta al defender a Delfina como un objeto que perteneció al caudillo. "Ella es mía -exclama como poseedora de un trofeo- y ningún hombre la va a tocar." Así, orgullosa, se levanta sobre su dolor y su humillación para defender lo que fue de Pancho. Y en esta sentencia condena a Delfina a un régimen carcelario, cuyo rigor luego se va debilitando para dar lugar al sentimiento y la compasión.
Logros y desaciertos
Daniel Marcove diseña un atractivo espacio con desniveles, para representar el interior de esa casa cerrada al mundo exterior y crear una atmósfera de cómplice intimidad. Ayuda la inclusión de un pianista en escena. Austero en la utilería, recurre al vestuario para ilustrar el clima de la pieza. Vestidos negro, gris, bordó para Norberta, la criada y Delfina, respectivamente, y mucho tul blanco, que no sólo se ve en el sentido puro del traje de novia, sino también con valores simbólicos.
No es de extrañar la composición que realiza Ana María Casó como la novia abandonada, con un despliegue de matices que alcanza con gestos mínimos, tan precisos como efectivos.
Algo similar a lo que realiza Stella Matute en la piel de la criada, que trasluce las cargas pasionales con la elocuencia de las palabras justas, mérito que se hace extensivo a Gabriel Rovito.
Frente a ellas, que actúan dentro de una línea realista, está el desborde de Virginia Lago como Delfina, que trabaja en una cuerda tan exaltada que parece extemporánea. Su entrada en escena es avasallante, con fuertes jadeos (que incluso tapan la música), movimientos bruscos, caídas, para reflejar la huida; transita a un misticismo y se instala en un tono solemne que quiebra el clima intimista y se separa del estilo de actuación de los demás.
Por ser el personaje de una mujer acostumbrada a los avatares de la guerra, fogueada por ideales revolucionarios y curtida por las persecuciones, aparece demasiado desesperada y temerosa de morir. Abruptamente, adopta un tono solemne, alejada de una dimensión humana, más allá del bien y del mal. En esa tesitura, cada parlamento (con un acento portugués que no se justifica y le resta naturalidad) se convierte en una sentencia donde prevalece el énfasis del discurso antes que el cúmulo de pasiones. Son dos estilos de interpretación que el director no logra unificar y es un reparo que empalidece los valores de la pieza y desvirtúa el trabajo del resto del elenco, que aun así se merece una estrella extra.
Más leídas de Espectáculos
Regreso de Don Draper. Jon Hamm volvió a Mad Men de la mano de Jerry Seinfeld
En La noche de Mirtha. “¿Cómo salen tanto ustedes?”: la preocupación de Mirtha por la dinámica familiar de Pampita y Roberto García Moritán
A cien años de su nacimiento. El gran realizador que cambió para siempre el cine argentino, pero no pudo librarse de los censores