
El Circo de Moscú, en carpa
Por primera vez en 31 años, el espectáculo circense "Hojando margaritas" se presentará en una gran carpa instalada en la zona ribereña de Puerto Madero
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Como cada invierno, los artistas del Circo de Moscú se preparan para una nueva temporada en Buenos Aires, que comenzará pasado mañana, a las 20. Sólo que este año, por primera vez, vienen en carpa.
Desde la intersección de la avenida Huergo con Perón, se divisan ya los techos multicolores bajo los cuales un grupo de obstinados hombres se dedica a armar, mientras sopla un viento helado, las últimas partes de la estructura.
Acostumbrados a los amplios espacios del Luna Park desde hace 31 años, resulta un poco extraño observar los carteles que anuncian "Gran Circo de Moscú" cimbreando con el aire del Río de la Plata.
Para esta temporada, el productor Enrique Kaniucky ha ideado un show que lleva por título "Hojando margaritas", que pretende ser un mensaje de optimismo y buena voluntad que contrarreste la agobiante realidad cotidiana.
Los acróbatas sobre trampolines del Grupo Chernievsky; la campeona mundial de gimnasia rítmica María Botchkova y su número de hula hula, y Nicolai Iashukov, un clown especializado en adiestrar erizos y puercoespines, son parte de los atractivos artistas circenses que albergará la carpa.
A ellos se sumarán los clowns Evgueni Maranogli y Eugenio Tcherchenko, que ya visitaron a Buenos Aires en 1995, Iuri Sokolov y Vladimir Iurasfki. Pero la gran sorpresa es la presencia del bailarín argentino RubénCeliberti, que oficiará de nexo entre los artistas y el público, prestándoles su voz.
El primero en llegar es Celiberti. El espacio que ocupará el circo aún aparece desolado, con los trabajadores que martillan y tienden cuerdas supervisados por un ruso, que además de su idioma, sólo habla japonés.
Un momento después descienden de un taxi Maranogli y Kaniucky, el productor. Es fácil darse cuenta de que es uno de los integrantes del circo: trae puesto un conjunto de cuero marrón y unas botas texanas de un bordó tan intenso que sólo un clown podría usar.
Encuentro cumbre
Evgueni Maranogli y Rubén Celiberti nunca se habían visto hasta este encuentro con La Nación . Un ruso y un argentino se cruzaron en abrazos bajo la carpa a medio armar.
Para Celiberti, Maranogli era una imagen de video. Para Maranogli, Celiberti ni siquiera era eso; sólo una referencia verbal.
Lo que curioso es que, aunque ninguno de los dos habla el idioma del otro, se entendieron a primera vista y se dedicaron a hacer payasadas juntos.
El clown ruso tiene 44 años. Empezó su carrera como actor. "Durante cuatro años estudié en la escuela de arte dramático _cuenta con un tono muy serio_. Después trabajé como actor de drama y comedia alrededor de cinco años, mientras, en la soledad de mi casa, practicaba algunos reprises de clown. Siempre soñé con el arte circense, pero me parecía demasiado inalcanzable. Por eso probé primero mis fuerzas con el teatro", concluye.
En Rusia existe una escuela de arte circense. De ella sale el cincuenta por ciento de los artistas que integran las filas del Circo de Moscú. El otro cincuenta suele venir de otras disciplinas, como el deporte o la actuación, o simplemente de familias de circo.
Maranogli, sólo después de haber trabajado en algunos de los numerosos circos de escena que recorren pequeñas ciudades de la federación y de participar en el Festival Internacional del Clown, que se realizó en Moscú en 1992, pudo acceder al Circo de Moscú.
"Yo provengo de la actuación porque pienso que de todas las disciplinas circenses, los únicos que realmente necesitan conocer el oficio actoral son los clowns _afirma_. A un acróbata, por ejemplo, no le hace falta."
Mientras Maranogli habla, Celiberti no para de sonreírse y de poner cara de sorpresa. "Estos rusos son bárbaros _comenta a cada rato_. Están todos locos."
Pero cuando le toca el turno a él, sus sonrisas se transforman en seriedad. "No lo puedo creer. Cuando era chico, en Rosario, e iba al circo, siempre me quedaba fascinado. Ahora no puedo creer las vueltas del destino, que Kanuicky me haya llamado para estar en el circo."
Todo empezó una noche en que al productor se le ocurrió ir a ver el espectáculo de Celiberti en el teatro Regina. "Me esperó a la salida del teatro _recuerda_, y me dijo que quería dirigirme en el circo y que cantara temas musicales que él mismo compuso. Me pareció una oportunidad fantástica."
Luego de haber accedido a la popularidad como partenaire de Eleonora Cassano en "La Cassano en el Maipo", Celiberti demostró ser un artista polifacético: canta, baila, toca el piano y tiene cierta destreza en el patinaje artístico.
"Soy muy curioso, me encanta participar en disciplinas de lo más variadas y esto es algo que nunca hice. Aunque el circo tiene, a priori, algo de riesgoso, no me asusta para nada la idea. Además, me da la posibilidad de hacer una experiencia que me va a aportar crecimiento. Ya me veo haciendo mortales sin red", bromea entusiasmado.
"Soy insaciable _agrega entre risas_. Para mí, la vida y la curiosidad son dos cosas paralelas, y esto va a ser muy contagioso. Es un regalo de Dios. Es un lujo."
El trabajo de adiestrar animales
¿Un adiestrador de perros, gatos y ratas? Exactamente eso es lo que hace Evgueni Maranogli, aunque no se pueda creer. Tarea que a veces parece imposible de realizar, especialmente cuando se entremezclan exponentes de diferentes raza.
"Todo empezó con un gato al que mi mujer y yo salvamos mientras era perseguido por un grupo de perros _cuenta_. Más tarde nos regalaron un perrito blanco. Los dos terminaron participando en algunos cuadros que hacíamos en el circo. Ahora tenemos ocho gatos y cinco perros."
Es frecuente que algunos países tengan legislación que prohíba el ingreso de animales o, en su defecto, la utilización de ellos en números de atracción. Iuri Kuklachov, el clown de los gatos, suele tener serios problemas para ingresar con sus animales en Inglaterra, por ejemplo.
A Evgueni Maranogli le ha pasado lo mismo. Pero en lugar de sus gatos, ha perdido sus ratas. "Tenía cinco ratas adiestradas, pero me las quitaron en la frontera", comenta entristecido.
Pese a que, lamentablemente, la ciudad no podrá ver a esos roedores acróbatas, al menos tendrá el placer de presenciar el número con perros y gatos que los Maranogli sí pudieron hacer entrar en la Argentina.





