La TV Pública es un modelo para armar con cada nuevo gobierno
Es muy probable que el armado de la próxima grilla de programación de la TV Pública también quede expuesto a las tensiones entre las distintas ramas y versiones del oficialismo, circunstancia que obligan todo el tiempo al presidente Alberto Fernández a poner en práctica sus dotes de equilibrista político.
Todo esto se desprende del contrapunto que esta semana surgió de las declaraciones de la nueva titular de Radio y Televisión Argentina (RTA), Rosario Lufrano, y el secretario de Medios y Comunicación Pública, Francisco Meritello. Lufrano había dicho que iba a encomendar a su equipo la misión de "mostrar el daño que se ha hecho" en los medios públicos durante la gestión macrista.
Meritello se anticipó a lo que cualquier ciudadano con un poco de memoria sobre lo que ocurrió en la TV Pública en los últimos años inmediatamente podría asociar con estos dichos. Fijó la idea de "absoluta pluralidad" como pilar de su gestión y desestimó desde el vamos cualquier especulación respecto del uso partidario de medios que, por definición, tienen sentido y carácter público.
En el contraste entre ambas expresiones aparecen reminiscencias cercanas y constantes de una historia marcada desde el principio por los equívocos. Lo que se dijo en los últimos días nos obliga a volver a la tesis del libro Canal Siete, medio siglo perdido, escrito por Leonardo Mindez en 2001. En ese libro, entre otras cosas, queda claro que desde su origen esa señal televisiva siempre mantuvo una condición más gubernamental que pública. Y ningún gobierno evitó la tentación de acercarse a ella como quien quiere tomarla como botín para sus objetivos políticos.
Asistimos al extremo de esa conducta con la triste experiencia de 6, 7, 8, aquél programa insignia del kirchnerismo que en el horario central de lo que ya se denominaba TV Pública se dedicó sistemáticamente a denigrar, desvalorizar y hasta humillar a figuras públicas que no comulgaban con el ideario del oficialismo de entonces bajo la excusa de hacer un programa apoyado en la "mirada crítica de los medios". Si se tomara al pie de la letra lo que dijo Lufrano, más de uno podría pensar que se alienta desde lo más alto de la gestión oficial en materia de medios una idea que por su propia identidad facciosa anula de plano el sentido básico y elemental de una emisora pública.
La reacción inmediata de un alto funcionario como Meritello y los antecedentes de otras flamantes autoridades del área como Eliseo Álvarez, sugieren un matiz distintivo que se pondrá a prueba una vez que quede establecido el próximo diseño de programación de la TV Pública. ¿Seguirá con el discreto perfil generalista actual, que adquiere un perfil más temático cuando se apoya con todo en los festivales nativos (como ocurre cada verano) o en el deporte? ¿Le abrirá el juego a una programación más federal, con producciones generadas en las provincias? ¿Qué pasará con los envíos informativos y los noticieros?
Aunque parezca mentira, nadie hasta ahora parece preguntarse sobre el sentido y la identidad de un canal público de televisión. Si algo identifica a estas señales es el sentido de continuidad a lo largo de distintas gestiones políticas y administrativas. Sólo aquí nos planteamos la necesidad de empezar de cero cada vez que cambia un gobierno. Es imposible hablar con propiedad de una televisión pública con esa premisa.
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