Entre el metal finlandés y el pudor argentino
Eensemble modern / Dirección: Pablo Rus Broseta / Orquesta Filarmónica de Buenos Aires / Obras: Expo, y Kraft, de Magnus Lindberg; Runaround, de Vito Zuraj; y Madrigal n° 3 (Las manos), de Marcos Franciosi / Ciclo: Colón Contemporáneo / En el Teatro Colón / Nuestra opinión: muy bueno
La nueva presentación en Buenos Aires del Ensemble Modern, esta vez como parte del ciclo Colón Contemporáneo, estuvo flanqueada por dos piezas del finlandés Magnus Lindberg. La primera, Expo, es de 2009; la última, Kraft, verdadera declaración de principios del arte del compositor, de 1985. Pero Más que casi un cuarto de siglo, parece haber transcurrido entre las dos una eternidad.
A juzgar por Expo, el estilo tardío de Linberg no resulta especialmente atractivo. Todo empieza por una intensa actividad en la cuerda, casi un hormigueo, que se extiende enseguida a los bajos. Los metales confieren morosidad y un sentido de estratificación, en un pathos general que parece tender un puente con el telurismo paisajista de su compatriota Jean Sibelius. La impresión declinante que deja Expo tiende a profundizarse en su comparación con Kraft, su obra maestra para quinteto solista y gran orquesta.
Para Lindberg, como para los espectralistas, con los que mantiene más de un punto de contacto, el timbre es algo vivo. Las innumerables transformaciones rítmicas y armónicas que se suceden episódicamente durante media hora que dura Kraft parecen tener su origen en una radicalización de la exploración tímbrica. La pieza se espacializa en la sala por medio de altorparlantes y del desplazamiento de los solistas del ensamble, que van y vienen del escenario a los palcos bajos y a la platea. El director funciona como punto fijo, o más bien casi como pivote. La tarea de los solistas del Ensemble Modern, de la Filarmónica de Buenos Aires y del director Pablo Rus Broseta fue sencillamente admirable. La condición masiva de Kraft, el gigantesco potlatch percusivo que propone hace que la atención al detalle, a las minucias, resulte doblemente decisiva. No es una pieza sutil, pero posee pasajes de singular refinamiento, como el que corresponde al clarinete que, lleno de agua, logra que, amplificado, el burbujeo, el borboteo del agua se convierta en el más maravilloso instrumento de percusión.
Antes de Kraft se había escuchado Runaround, del esloveno Vito Zuraj, una pieza que trafica con el gesto y la improvisación y toma más de un elemento del teatro musical kageliano.
Pero el verdadero centro de gravedad de este concierto del Ensemble Modern fue el estreno de la pieza del argentino Marcos Franciosi. Escrita para piano, cello, violín, clarinete, trompeta, trombón y percusión, Madrigal n° 3 (Las manos) desnuda toda su desolación ya desde la primera nota. Hay después un efecto de sirena, una inminencia que se vuelve punzantemente lírica en el violín sobre un paisaje muy escarpado. Franciosi mantiene esa expresividad a raya, sin efusiones, con un pudor que en otros tiempos solía asociarse con "lo argentino".
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La nueva presentación en Buenos Aires del Ensemble Modern, esta vez como parte del ciclo Colón Contemporáneo, estuvo flanqueada por dos piezas del finlandés Magnus Lindberg. La primera, Expo, es de 2009; la última, Kraft, verdadera declaración de principios del arte del compositor, de 1985. Pero más que casi un cuarto de siglo, parece haber transcurrido entre las dos una eternidad.
A juzgar por Expo, el estilo tardío de Lindberg no resulta especialmente atractivo. Todo empieza por una intensa actividad en la cuerda, casi un hormigueo, que se extiende enseguida a los bajos. Los metales confieren morosidad y el espesor de la estratificación, en unpathosgeneral que parece tender un puente con el telurismo paisajista de su compatriota Jean Sibelius. La impresión declinante que deja Expo se profundiza en su comparación con Kraft, su obra maestra para quinteto solista y gran orquesta.
Para Lindberg, como para los espectralistas, con los que mantiene más de un punto de contacto, el timbre parece ser algo vivo. Las innumerables transformaciones rítmicas y armónicas que se suceden episódicamente durante la media hora que dura Kraft parecen tener su origen en una radicalización de la exploración tímbrica. La pieza se espacializa en la sala por medio de altorparlantes y del desplazamiento de los solistas del ensamble, que van y vienen del escenario a los palcos bajos y a la platea. El director funciona como punto fijo, o más bien casi como pivote. La tarea de los solistas del Ensemble Modern, de la Filarmónica de Buenos Aires y del director Pablo Rus Broseta fue sencillamente admirable. La condición masiva de Kraft, el gigantesco potlatch percusivo y metálico que propone hace que la atención al detalle, a las minucias, resulte doblemente decisiva. No es una pieza sutil, pero posee pasajes de singular refinamiento, como ése del clarinete que, lleno de agua, logra que el burbujeo, el borboteo amplificado del líquido se convierta en el más maravilloso instrumento de percusión.
Antes de Kraft se había escuchado Runaround, del esloveno Vito Zuraj, una pieza que trafica con el gesto y la improvisación, y toma más de un elemento del teatro instrumental kageliano.
Pero el verdadero centro de gravedad de este concierto del Ensemble Modern fue el estreno de la pieza del argentino Marcos Franciosi. Escrita para piano, cello, violín, clarinete, trompeta, trombón y percusión, Madrigal n° 3 (Las manos) desnuda toda su desolación ya desde la primera nota. Hay después un efecto de sirena, una inminencia que se vuelve punzantemente lírica en el violín sobre un paisaje muy escarpado. Franciosi mantiene esa expresividad a raya, sin efusiones, con un pudor que en otros tiempos solía asociarse con "lo argentino".
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