
La otra historia de Cenicienta
"Cenicienta, la historia continúa..." Libro de Mariana Fabbiani y Rosario Lejárraga. Música original y dirección musical: Omar Gianmarco. Coreografía y asistencia de dirección: Daniela Fernández. Coreografía tap: Mónica Povoli. Escenografía: Oria Puppo. Vestuario: Jimena Bueno y Paula Moore. Diseño y operación de luces: Abel Fumagalli. Diseño y operación de sonido: Luis Ramos. Intérpretes: Mariana Fabbiani, Leandro Stivelman, Hernán Romero, Violeta Urtizberea, Gustavo Monje, Alejandro Zanga, Paula Sempé, Carmen Márquez, Sabrina Perel, Mariana Blumenthal, Laura Wajncymer y Julieta Zylberberg. Dirección general: Daniel Casablanca. Teatro Maipo, Esmeralda 443. Sábados y domingos a las 16. Nuestra opinión: muy buena.
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El relato de la Cenicienta es un favorito entre los cuentos de hadas. Con más o menos detalles, la historia de la huérfana maltratada, sumisa y buena, que llega a princesa con ayuda mágica y como recompensa a su bondad, ha ocupado un lugar central en el imaginario infantil, y en el no tan infantil. Su fascinación y aceptación segura le ha valido toda clase de recreaciones y versiones, en teatro, cine (como dibujo animado y con actores), televisión, ballet y ópera. Clásica o moderna, siempre logró captar el entusiasmo del público no sólo por el juego de valores opuestos simples y claros, sino por las posibilidades visuales y dinámicas, con ese nunca desaprovechado destello de su final palaciego: bailes, bodas, zapatos de cristal, hadas, príncipes. Es una historia para arrancar suspiros.
Versión moderna
La versión que presenta Mariana Fabbiani de la mano de Daniel Casablanca muestra a una joven bastante harta del maltrato, que acude a su hada madrina para ir por las suyas al baile, conquista al príncipe -no pierde el zapato, sino que lo deja a propósito-, y, encontrada y elegida, va al palacio como prometida del heredero del trono.
Pero la historia continúa. La joven se aburre de su fastidioso entrenamiento, el romance se desinfla entre protocolo y prohibiciones, pasa, en cierto sentido, de una vida árida a otra, en la que continúa sometida y a disgusto.
Finalmente descubrirá que su amor está en otra persona y, hada madrina mediante, descubrirá que "siempre existe el plan B", y en él están su felicidad y su libertad.
El espectáculo está apoyado en la desenvoltura escénica de Mariana Fabbiani y el parejo acompañamiento del elenco para fluir naturalmente en cuanto a la acción, contando en todo momento con la entrega del público y el aporte asegurado del imaginario que se pone en marcha y no necesita de tantas explicaciones. Este aspecto está muy bien aprovechado, bien medido y respetado.
Se ha utilizado la animación de dibujos para una especie de prólogo, de modo que la acción en el escenario parte del baile y las escenas consecuentes. Coreografía y canciones arman agradables nexos, muy bien trabajados. Se ha logrado un interesante contraste entre el tono romántico puesto en los solos o dúos y el juego satírico que describe la rebeldía de Cenicienta, apoyado en los bailes modernos -rap, tap, bailanta- con mucho ritmo.
Buenas actuaciones
El público disfruta los guiños juguetones que mezclan las épocas, y resulta muy divertida una heroína de los tiempos de carruajes tirados por caballos, usando zapatillas deportivas, comunicándose por e-mail con el hada, y un hada madrina convocada por su celular a solucionar problemas en otros cuentos.
Mariana Fabbiani es una Cenicienta bien contenida, que convence y despierta simpatía y solidaria complicidad, naturalmente. A su lado, Leandro Stivelman humaniza a un príncipe demasiado atado a sus deberes que quiere comprender qué le pasa a su prometida, y Hernán Romero, como zapatero enamorado, es un excelente contrahéroe romántico. Violeta Urtizberea, que interpreta a la madrastra y al hada, les impone a sus personajes un juego de picardía realmente sabroso.
En todo este trabajo, como en el del resto del elenco, puede apreciarse la pericia de una buena dirección, que explotó en buen grado la posibilidad del humor y el juego, incluyendo a la platea de todas las edades, en un equilibrio no siempre logrado en los espectáculos infantiles, y consiguiendo un agradable despliegue visual y ritmo con el juego de las luces y escenografía funcional. El toque principesco se buscó en el vestuario.
En síntesis, un espectáculo que juega y bromea con el cuento de hadas, hecho en serio.




