La senda de Messiaen
Cuando José Luis Juri optó por dejar el país en 1985 para radicarse en Milán, su propósito era proseguir los estudios de piano iniciados a los cuatro años con la profesora Irene Saralegui. Decidió viajar rumbo a Italia y allí tuvo la oportunidad de asistir a los cursos de Rudolf Buchbinder y Paul Badura Skoda en la célebre Academia Chigiana de Siena, perfeccionándose más tarde en Suiza y durante cuatro años con Edith Fischer (discípula de Claudio Arrau). No pasó demasiado hasta que tuvo la oportunidad de asumir la función de pianista acompañante en el Teatro alla Scala de Milán, donde diferentes personas que lo escucharon le propusieron ofrecer conciertos. En el ridotto del gran teatro milanés (espacio similar al Salón Dorado del Teatro Colón) brindó recitales, algunos de ellos como integrante de tercetos de cámara. Por estar afincado en Europa, fue este continente el que le brindó la posibilidad de hacer las cosas más importantes en lo que va de su carrera.
José Luis Juri aclara que su colaboración con afamados cantantes no fue con motivo de conciertos, sino en función de los ensayos y del resto de la actividad cotidiana de un gran teatro como la Scala. Considerada desde cierto ángulo, esta tarea puede tener muchos aspectos rutinarios, pero también es verdad que a un músico como Juri pudo reportarle un importante crecimiento. Al respecto, comentó a La Nación : "La experiencia como acompañante es un paso importantísimo para un intérprete, porque hace ver a la música desde otro ángulo le indica cómo trabajar el entramado interno de una obra, saber analizarla desde una parte y no desde el todo, aprender a "respirar" con otro músico. También podemos decir que la música de cámara es una especie de democracia musical, porque significa compartir ideas y respetar el campo de los demás; el que solamente ha trabajado con el piano como solista tiende a una relación un tanto vanidosa con el instrumento y descuida otras facetas".
Técnica avanzada
Hace cinco años regresó a la Argentina para radicarse definitivamente y, en la actualidad, su actividad se reparte entre el país, Italia, España, Suiza, Francia y Uruguay, ofreciendo recitales, participando en agrupaciones camarísticas o actuando junto a orquestas en calidad de solista. Con la idea de que el intérprete tiende a alejarse de sí mismo para ir al encuentro de su arte, no siente mayor preferencia por uno u otro período de la historia de la música. No puede decir "tal compositor sí, tal otro no", y coloca al amor por este arte en un lugar central. Pero, no obstante, es dentro del repertorio francés donde considera que puede dar "un paso más". Producto de la profundización dentro de este campo, hoy, a las 19, y con entrada libre y gratuita, ofrecerá en el Museo Isaac Fernández Blanco la versión integral de los preludios para piano de Olivier Messiaen. "No es un repertorio muy transitado en la Argentina. Se trata de una serie de piezas compuestas en 1930, donde el compositor aborda los leitmotiv de su creación, como la búsqueda de la correspondencia entre el sonido y el color, la imagen del Apocalipsis y del misterio cristiano, y su faceta como ornitólogo. Todo está plasmado en un lenguaje más clásico que el que desarrolló posteriormente, partiendo del arte pianístico debussyano, aunque con armonías más chocantes, escritas de una manera muy frontal y representando el paso más avanzado en la técnica clásica del instrumento. Me viene a la mente un mosaico bizantino: el mismo Messiaen da indicaciones en las que pide ´efectos de piedras que chocan entre sí´, y a cada uno de los ocho preludios les otorga colores específicos, como el Ôcolor malva´ o Ôlíneas doradas´, según los pasajes; la relación sonido igual color es apasionante.
"También interpretaré la Barcarola Op. 61, mazurkas y el Scherzo Nº 2, de Chopin", comenta Juri, quien el año próximo tiene previsto grabar estos preludios para un sello local, además de realizar giras por Italia y Suiza.
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