Marco Antonio Caponi se vuelve gaucho
Sobre un aparador hay una guitarra colorida y Marco Antonio Caponi hace sonar una nota en su teléfono celular para afinarla. El diapasón es de eucalipto y la caja de resonancia –aunque ahora esté intervenida por un artista plástico y disimulada bajo las cuerdas– es una lata redonda de dulce de batata. Pulsa una serie de acordes rocanroleros en esa viola que hizo con sus propias manos y que seguirá haciendo sonar en Romance del Baco y la Vaca, el unipersonal que presenta los domingos, en Timbre 4.
–¿Cómo nació el proyecto de la obra?
–Con Gonzalo Demaría (autor de la pieza) siempre nos mandamos noticias que nos dan gracia como hechos absurdos que nos puedan convocar a reírnos un rato. Entonces me mandó un video de un gaucho que agarra in fraganti a otro paisano con una vaca. No se veía nada en el video. Yo tenía el deseo hace un montón de hacer algo gauchesco y se me vino a la cabeza el gaucho como fuerza teatral. Entonces le dije: "Che, me tenés que escribir un Martín Fierro", sobre un gaucho que se enamora de una vaca y así arrancamos. Empezamos a mandarnos versos, a jugar y él es un mandado a hacer para eso. Es un talento absoluto que ha escrito mucho en verso y además tiene un sentido del humor divertidísimo. La obra tiene 900 versos y así nació este personaje que se llama Baco –por ser el masculino de vaca, sin ninguna relación con lo dionisíaco– y es un forajido. Los personajes más ricos son los que tienen la impunidad que tiene la vida.
–¿Cómo te sentís con el hecho de hacer un unipersonal por primera vez?
–Es una contradicción que incluye el vértigo y la relajación. Sé, por ejemplo, que en cualquier laguna que tenga me puedo detener y después tomar decisiones sin tener en cuenta que mi compañero de escena entre en una complicidad o código. Entonces hay una sensación de enorme libertad. Para mí es una fiesta hacer esto, es un gusto, por eso tomé la decisión de producirla junto a un amigo, Joaquín Bachrach. Siempre me acuerdo que un profesor me dijo: "¿sabés qué es lo lindo si querés actuar? Te parás en una esquina y actuás". Eso me quedó siempre porque es verdad. Si hay algún inconveniente técnico, puedo prender dos velas, hacer los sonidos con la boca y subirme al escenario.
–¿Quiénes fueron tus maestros en la actuación?
–Alfredo Alcón me desmitificó lo que es el teatro. Era un niño que le encantaba actuar y en un par de conversaciones me hizo ver la actuación desde la poesía. Donde yo veía literalidad, él me mostraba poesía y me abrió mucho. Después, cuando trabajé con Alejandro Catalán, sentí que me rediseñó como actor. Luego aprendí con actores como Luis Machín, Julio Chávez, Ricardo Darín. De todos siempre aprendo un montón. Nosotros somos una partecita como notas musicales. Pienso mucho más en los ensambles y estoy siempre predispuesto a hacer con el otro. Adrián Caetano también fue un director que me llevó a lugares increíbles. Siempre estoy dispuesto a hacer lo que me dicen porque creo que es la mejor manera de poder correrse de uno y desaparecer un ratito.
–¿Cómo fue la llegada a Buenos Aires desde Mendoza?
–Me gané una beca y abandoné la facultad donde estudiaba Educación Física. Me vine con una guitarra y una valija. Viví en una pensión dos años con diecinueve personas. Fue espectacular. Una experiencia increíble: me acuerdo de salir a caminar por la ciudad a las dos de la mañana. Me iba hasta el Obelisco y comía pizza. Estaba todo el día sumergido en el pensamiento. Después me pasó que necesité tener una estructura y primero trabajé en un videoclub, después empecé a hacer publicidades para ganarme un mango. Ya hacía teatro y nunca dejé de hacerlo. Me pasó algo lindo que fue descubrir que en el teatro no iba a transar nunca. Para mí el teatro es investigación, es lo que me da vida porque como lugar de experimentación es alucinante.
–¿Cómo es tu relación con la música y con el arte en general?
–Mi viejo era actor en su momento y después se dedicó otra cosa, pero se conocieron con mi vieja haciendo teatro. Siempre ellos fueron de marcar que en ese camino no había esperanzas. Vivíamos en Godoy Cruz, después nos mudamos a Maipú y mi hermano siempre escuchaba mucha música. Teníamos una habitación con parlantes y estábamos todo el día escuchando música: los Guns N´ Roses, la música electrónica me volaba la cabeza, rock nacional, Spinetta, Charly, Soda, La Renga, Peligrosos Gorriones, El Soldado, Nirvana, Aerosmith, Metallica. Pero también me encantaba la milonga, tipos como Juanón Lucero o Atahualpa Yupanqui. Todo ese mundo me seducía muchísimo y cuando nos fuimos a vivir al medio del campo, me quedé encerrado en una habitación por mucho tiempo. A los quince me regalaron una guitarra, estudié muy poco y así como autodidacta estaba todo el día tocando. Entonces, mi relación con la música es muy sincera porque no tengo ningún peso puesto ahí. No es que quiero ser músico, para mí la música es un espectro de la actuación. Yo vivo el teatro como música: el timming es música, el diseño escénico y todos los juegos que yo me genero para armar una pieza son musicales. Me voy marcando el tempo, siempre lo viví así. En esta pieza es la primera vez que estoy ensamblando la música y la teatralidad. Me propuse a los cuarenta ser músico, me quedan cinco todavía.
-¿Cómo es la historia de las guitarras que hiciste?
-Una amiga me propuso comprar una Cigar Box y yo le retruqué que la hiciéramos nosotros. Estuvimos investigando un mes y después de armarla, cuando la enchufé y escuché el sonido por primera vez, me volví loco. Está toda hecha a mano y encima la dibujó Juan Pablo Zaramella, que es un amigo animador muy genio. Están hechas de láminas de eucalipto.
-¿Cómo se conjuga la vida actoral con la vida familiar?
-[Risas] Tengo que venir a hacer esto los domingos para poder despuntar el vicio. La verdad voy aprendiendo con el día a día. Cuando uno elige un camino artístico no quiere una estructura y la familia es una estructura, sobre todo cuando hay chicos. Entonces, estoy aprendiendo a aceptar esa estructura como un crecimiento. Yo no quiero condicionar en nada a mis hijos y que ellos sigan sus deseos.
-¿Cómo ves la situación del país?
-Tenemos una capacidad para ir cada vez más hondo. La verdad que es agotador. Yo no veo la hora de que se termine este gobierno. No soporto más esta inhumanidad que tienen. Hay un punto donde no lo puedo entender. Hay como una maldad. Escucho la poca autocrítica que hay y la cantidad de pobreza; la gente lo está pasando mal en serio. No puedo creer que un litro de leche valga 70 pesos. Es una locura. Trabajamos para sobrevivir y el que no tiene trabajo no sé cómo hace. Ojalá que se termine. El otro día escuchaba esto de que justo en este momento en que estaba por aparecer todo lo mejor e íbamos a dar el giro más importante de la historia argentina vienen las PASO. Hay una necesidad de demonizar todo el tiempo y los medios también son parte de la construcción de una realidad distorsiva. No sé qué es la verdad, pero claramente veo una necesidad de mentir, de manipular. El hambre existe, la gente no tiene para comer de verdad. Tenés un costo de vida altísimo de 40.000 pesos y es muy difícil ganar esa plata.
Romance del Baco y la Vaca
Dirigida por Daniel Casablanca
Domingos, a las 21.00
Timbre 4, México 3554
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