Canciones para tiempos difíciles
"La gente en guerra grita,/bulle, mata, rompe y brama./Al hombre lo ha mareao/el humo al incendiar,/y ahora entreverao/no sabe adónde va.../Voltea lo que ve,/por gusto de voltear,/pero sin convicción, ni fe..." Discépolo, por supuesto, ("¿ Qué sapa, Señor?", 1931 ), que, aunque el más citado, no fue el único letrista conmovido por la hecatombe mundial de los años 30.
Tan profunda que hasta el tango, desde siempre apolítico e insensible a otra cosa que no fueran los desencantos personales, produjo comentarios sobre aquella realidad que vuelven a tener validez ante el trance que ahora agobia tanto. Más de una vez potenciados por Gardel, que grabó "Acquaforte" ("Los chicos que vagan/sin techo, sin pan/vendiendo La Prensa/ganando dos guitas...") y "Pan" ("¿ Trabajar ? ¿Adonde ? Extender la mano/pidiendo al que pasa, limosna ¿por qué?").
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En todas partes la gran depresión inspiró música popular con intenciones variadas, desde la ira de las baladas de Woody Guthrie a la resignación de "Hermano, ¿te sobra una moneda ?" También mucho escapismo provisto por el cine con canciones que se quedaron para siempre, a pesar de que todo estaba dicho en el título: "Dinero del cielo", "No puedo darte más que amor, nena", "Las mejores cosas de la vida son gratis", "Encontré una chica que vale un millón", "Si te tuviera" y esa explosión optimista que sigue siendo "Cantando en la lluvia".
El enorme primer plano de Ginger Rogers iluminando la esperanza irónica de "We´re in the money" es el equivalente exacto de la voz de Tita Merello cantando "Los amores con la crisis", "La muchachada del centro" o "Donde hay un mango", con versos de repente muy actuales: "Ni los financistas, ni los periodistas/ni perros, ni gatos/noticias ni datos/de su paradero/no me saben dar/y por más que la pateo/ un peso no veo en circulación".
Muchos de los conflictos del siglo XX generaron un cancionero paralelo y tan diverso como los cantos funestos de la Guerra Civil Española, las evasivas letras norteamericanas de la década del 40, "El desertor", de Boris Vian, "We shall overcome", reciclado como himno de los movimientos por los derechos civiles en los años 60, varios temas de María Elena Walsh en la línea de "Al divino botón" o "Aria del salón blanco" y las "Coplas de mi país", de Piero, que a punto de cumplir 30 años volvieron a escucharse detrás de las tremendas imágenes de vandalismo y muerte televisadas hace no muchos días.
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Es que esta decadencia tan prolongada y dañina no ha merecido ni la molestia de una canción que la registre. Tampoco lo hace ese fenómeno surgido de la miseria que se identifica como cumbia villera, pero no va más allá de un rótulo en el que lo único documental son las denominaciones de algunos combos -Pibes chorros, Yerba brava, Meta guacha- entregados al mismo rosario de agresiones, romanticismo untuoso y obscenidades de tablón que parece la única razón de ser de la bailanta.
A falta de nuevo repertorio, es lícito recurrir a un viejo tango como "Bronca", dictado por otras calamidades, pero ideal para despedir este año y ojalá también esta crisis. Lo escribió Mario Battistella lamentando "¡Qué tapa que nos metió el año sesenta y dos!", y con una imponente interpretación de Edmundo Rivero fue la respuesta al desplazamiento de Arturo Frondizi.
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Lo grave es que sus afirmaciones siguen vigentes en estas horas: "La decencia la tiraron en el tacho de la basura/y el amor a la cultura es un grupo, puro bluff./Se trafica con la droga, la vivienda, el contrabando/todos ladran por el mando, nadie quiere laburar./Es la hora del asalto, sírvanse que son pasteles/y así queman los laureles que supimos conseguir".