La historia detrás de la obra maestra del rompecabezas de estilos prestados con el que Queen armó su disco The Game, cuyo éxito traería a la banda británica a la Argentina en 1981
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“Allí va mi nena/ella sabe cómo hacer el rock and roll”. ¿Pero qué nena, Freddie? Cuando Queen metió el primer single de The Game, en el cambio de década, nada era lo que parecía. El rockabilly al estilo Elvis era parte del pastiche que definía la impostura de ese disco en el que por primera vez utilizaban sintetizadores (hasta Jazz, todos los LP aclaraban eso como carta de autenticidad) y se dejaban ver con un look new wave de último momento. Pero “Crazy Little Thing Called Love” (“Cosita loca llamada amor”, como se conoció acá) era la obra maestra del rompecabezas de estilos prestados con el que Queen armó este álbum bisagra entre los años tardo glam y progresivos y el pop mainstream de los 80, hasta que el cuerpo de Freddie Mercury dijo basta.
Con su cuero negro de motociclista, Mercury traía el fantasma de Marlon Brando en El salvaje pero era tan retro como actual: lo que estaba haciendo era visibilizar la subcultura gay de la que ya era todo un ícono. “Crazy Little Thing” era una réplica perfecta (con la excelencia técnica característica de Queen) del rock and roll como danza de apareamiento de posguerra pero en el linde con el posmodernismo: el macho alfa de la Harley sacaba a bailar a fans femeninas y masculinos por igual. Queen, que a diferencia de Elton John o Bowie había evitado ese retorno del rock and roll primitivo como índice de la alianza con el espectáculo que la psicodelia y el hippismo habían puesto en suspenso, lo abrazaba ahora con la cualidad perpleja que impone lo fake: ¿es de los 50 o es de ahora? ¿es Elvis o Queen?”
Por eso no había tal “nena”, sino que era uno de los tópicos de la narrativa de los 50. Si la réplica tenía que ser perfecta, había que repasarlos uno por uno. De ahí también aquello de “dar un largo paseo en mi motocicleta” o las alusiones sexuales (“se sacude como una medusa”). Freddy había ido del pas de deux de la danza clásica a posar como un biker del cine juvenil, también relanzado en esa rara nostalgia de fin de década vía Grease, con John Travolta y Olivia Newton John.
Si bien Queen promovía una revisión de formas antiguas (el coro en canon, la estructura de ópera, el vodevil) para suavizar el hard rock que a veces se olvida que hacían muy bien, siempre se había tratado de decisiones tomadas desde el palco de la alta cultura. Un poster andrógino en la pared de tu pieza con intérpretes capaces de ocupar el escenario de La Scala de Milán. “Cosita loca…” ya no formaba parte de ese dispositivo porque The Game se salió del molde con el que el grupo se fue adaptando a los cambios en la escena entre A Day at the Races (1976) y Jazz (1979). Ese eclecticismo de fábrica se volvió en The Game casi maníaco. “Cosita loca…” es la canción símbolo porque es el sonido que refleja una tapa desconcertante: los cuatro Queen en un acto cumbre de cosplay, los Hell’s Angels menos pensados.
Como adelanto del próximo álbum, “Crazy Little Thing” se editó en Inglaterra en octubre de 1979 con la versión en vivo de “We Will Rock You” (del doble Queen Live Killers) en el lado B, país en el que llegó al número 2 de los charts. La edición norteamericana le dio a Queen su primer número 1 en el Billboard 100, pero en el lado B traía la versión en vivo de “Spread Your Wings”, una de las mejores baladas del grupo, incluida en el álbum News of the World. En Argentina, EMI siguió el corte inglés y el simple con funda roja (sin el arte original) se editaría cerca de la Navidad de 1979. Con el éxito que había tenido la versión en vivo de “Love of My Life”, la difusión de “Cosita loca llamada amor” en las radios pavimentó la llegada del grupo al país en el verano de 1981.
“Crazy…” o “Cosita…” fue el último single de Queen en los 70, en retropropulsión a los 50, y la primera canción que Freddy Mercury compuso en la guitarra, lo que quedó evidenciado en esos dos acordes acústicos que introducen el irresistible swing de rockabilly. Es leyenda que le tomó diez minutos completarla siguiendo un patrón de Presley o Cliff Richard en el baño de su suite en el Bayerischer Hof Hotel (bastante más glamoroso que La Perla del Once) de Munich, donde el grupo ensayaba y registraba las canciones del futuro The Game. La primera toma fue realizada en trío junto a Roger Taylor y John Deacon y, luego, Brian May utilizó una guitarra Fender diferente a la suya, la Red Special que había construido él mismo. El cambio fue significativo para llevar la impostura a la perfección: May toca cada parte como si fuera James Burton, el guitarrista de Elvis, y consigue un poderoso efecto de viaje en el tiempo. El regreso del rockabilly estaba a la vuelta de la esquina con The Stray Cats y los más oscuros The Cramps, pero lo que para estos era una reinvindicacion retro-garde (utilizar el pasado para distinguirse del presente), en Queen era parte de esa fiesta de disfraces llamada The Game. Un molde de eclecticismo desquiciante que tendría efecto retardado en los Babasónicos de Jessico, por ejemplo.
El juego en The Game era no ser Queen siéndolo más que nunca. Podían jugar a ser los Blondie disco-pop de “Rapture” en “Another One Bites the Dust” o al mejor grupo new wave posible con “Need Your Loving Tonight” y pudieron hacer que el rock and roll se escuchara como una cosa, una cosita, nueva en los Estados Unidos, haciendo del karaoke de Graceland una forma de arte.
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