El emotivo debut de La Mona Jiménez en Cosquín Rock: “Nos hace transpirar tristezas”
El cuartetero jugó de local en el cierre de Cosquín Rock 2022; además del público habitual del festival, fueron hasta Santa María de Punilla los “moneros”, sus más fieles seguidores
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CORDOBA.- Marcelo es de Buenos Aires, en su remera negra tiene la cara de Carlos “la Mona” Jiménez en rojo. En los hombros lleva a su nene de tres años, quien tiene una camiseta de Callejeros. Vino al Cosquín Rock porque quería que su hijo conociera al cuartetero. “La Mona nos une en la alegría colectiva; aunque sea chico no importa, importa Jiménez”, dice.
Anoche, Jiménez, 71 años y 90 discos, cerró el Cosquín Rock. Miles de sus fanáticos fueron para verlo y se sumaron a los otros miles que llegaron al aeródromo de Santa María de Punilla para ver a otros grupos y solistas pero que, a la medianoche, también bailaron, saltaron y cantaron con La Mona. Fue el debut del cuartetero que en estos 21 años del festival había sido invitado muchas veces pero no había podido concretar.
“Soy Pablo, trabajo en la completa virtualidad desde hace treinta y pico y la Mona es la síntesis de todo lo real, lo popular y lo cordobés. Soy Monero en formación”, cuenta Pablo Di Noto, quien llegó con Mónica Lungo, docente, fundadora y directora de la escuela cordobesa Alegría Ahora. Pablo dice que en “un Sargento” (NR: el club Sargento Cabral, el “templo” de Jiménez) se recuperan “semanas de extrema desigualdad. ¡Cómo no convertirse!”.
“Hoy es nuestra misa y es tu sueño cumplido Mona amado, chamán de nuestra alegría. Siempre quisiste hacer rock. Hiciste cuarteto y nos enamoraste para siempre. Porque sentís la música como pocos seres, y nos hacés bailar hasta enloquecer. Hay gente de todo el país que vino a verte. Habrá un antes y un después hoy, en este festival de rock”, sentencia Lungo. Su remera negra lleva la inscripción “negra de mierda”.
Jiménez, en 2019, estuvo en el Lollapalooza, pero Cosquín Rock no es lo mismo. Acá juega de local. Para sus seguidores hay una fuerte carga simbólica, comparten predio con rockeros, traperos, seguidores del heavy metal y de la música indie.
Mientras la Mona tocaba en el escenario norte, en el sur sonaba María Becerra. Dos estilos a 600 metros de distancia. Los prejuicios, por un rato, quedaron superados. Lorena Jiménez, la hija diseñadora del cuartetero, se encargó de los cambios de ropa. Él hizo lo de siempre, bailó, repitió los nombres de barrios cordobeses con las señas que creó para evitar que las banderas tapen la visión, comió una banana en el escenario y jugó a incitar las respuestas cantadas del público.
Varias veces dijo que estaba “contento” y “emocionado”. Su show duró cerca de una hora y media y repasó todos sus hits. Terminó con Juanse, el líder de los Ratones Paranoicos, cantando “Quién se ha tomado todo el vino” y “Beso a beso”.
“Es muy emocionante estar acá; es especial, diferente a ir a verlo a un baile”, repite Alfredo. Tiene treinta y pocos y lleva buena parte de su vida siguiendolo al “Mandamás”, como lo llaman a Jiménez. “Transmite con tanta energía que nos hace transpirar las tristezas. ¿Sabés lo que vale que olvidemos nuestras angustias bailando? Él lo hace”, completa Lungo.
Los “moneros” de siempre llegaron temprano y buscaron acomodarse en las primeras filas cerca del escenario. Entre las cerca de 50.000 personas que hubo ayer, quedaron a metros de su líder. Desde allí, repitieron el ritual de “conversar” con gestos y tirarle banderas, muñecos, remeras y hasta la banana que La Mona comió en escena. Él, con el tiempo, fue ordenando a su público y ya no se ven en sus presentaciones disturbios como aquellos que arruinaron su actuación en el Festival de Cosquín de 1988.
“El Cosquín tiene otro público, pero gente mía va a ir -había dicho Jiménez-. Así que se van a juntar los dos públicos. Hay muchos pibes que me siguen a mí y que les gusta el rock, así que no va a haber tanto problema”.
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