
El tango, con esplendor sinfónico
Por René Vargas Vera Para LA NACION
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Homenaje a una idea (a diez años del disco "Piazzolla hoy"). Orquesta Estable del Teatro Colón, dirigida por José Carli. Temas de Ariel Ramírez, Astor Piazzolla, Héctor Stamponi y Horacio Salgán, en versiones orquestales de José Carli. Solistas instrumentales: Andrés Mouroux (chelo), Carlos Sangüino (violín), Rubén Albornoz (oboe) y Cristian Zárate (piano). Solista en canto: José Angel Trelles. Maestro de ceremonia: Nelson Castro. Con auspicio de la Fundación Teatro Colón. Auditorio de Belgrano, Cabildo y Virrey Loreto.
Genio del arreglo orquestal. Director antihéroe. Humorista predestinado. Eso es Pepe Carli.
Ya cuando se lo ve ingresar con andar cansino hacia el podio, se creería que se trata de un músico rezagado. Así es como Carli va instalando ese clima distendido, de living con amigos. Como exacta contrapartida de aquellos conciertos circunspectos y conspicuos que ostentan -como decía Borges- "el prestigio del tedio". Clima en el que tales humoradas hacen buenas migas con las exquisiteces musicales. Esta vez las "alturas, tensiones, ataques, intensidades" (Juan Carlos Paz dixit) reclaman regocijo interior para disfrutar de los juegos, contrapuntos, diálogos entre cuerdas y vientos, hondas introspecciones y vuelos insospechados de un inspirado orquestador, como viene demostrando desde hace años con famosas orquestas José Carli.
Como director, Carli tiene el privilegio de marcar minuciosamente cada arranque, fraseo, giro, matiz, tal cual él los concibió, para darles nuevo aliento a las obras originales no escritas para una orquesta de esta envergadura. Y porque tales instrumentaciones gozan de esa empatía temática que les es esquiva a muchas orquestas de tango, las trascienden en fecundidad de ideas y originales combinaciones tímbricas y armónicas, desde aquel "tango sinfónico" de la "guardia" de los 30.
La irrupción de ese aire de cueca norteña -"Juana Azurduy", de Ramírez-Luna- como obertura de una noche de tangos sólo se explica como demostración de la ductilidad de una orquesta cuya misión es acompañar ballet y ópera en su propia casa, el Teatro Colón. Allí, en la impronta rapsódica del ritmo folklórico ternario, ya se disfruta de la colorida paleta orquestal, de climas sugerentes y un tejido contrapuntístico pletórico de hallazgos.
La celebración de la idea de aquel disco “Piazzolla hoy”, grabado por la Estable hace diez años, trae como preámbulo la eufónica garganta del barítono José Angel Trelles, partenaire del Quinteto de Astor, quien entona con devoción y total afinidad musical “El gordo triste” y “La bicicleta blanca”, de Ferrer-Piazzolla. La orquestación de Carli imprime –en este tributo a Pichuco-Troilo– el clima casi elegíaco, con un piano sutilísimo, toda la cuerda y las maderas, más apuntes del corno; y en el otro, plasma las dos instancias de los versos surrealistas de Ferrer sobre el paso de Jesús en bicicleta: la sutil atmósfera original de calesita, trocada luego en toques de dramatismo orquestal, con oleajes y matices subyugantes.
La primera parte culmina –tras un Stamponi con un correcto violín solista– con los tangazos de Horacio Salgán “Don Agustín Bardi” y “A fuego lento”. Sorprenden los raptos canyengues engarzados en una riquísima trama de colorida orquestación, que los músicos desgranan con elasticidad de grupo de cámara y atrapan los nuevos diálogos de cuerdas y vientos. La Estable supera otra vez, por pura musicalidad, a las mejores orquestas de tango.
Llega entonces el tributo “A una idea” con el Piazzolla de “Decarísimo”, “Chiquilín de Bachín”, “Libertango”, “Tanti anni prima”, “Adiós Nonino” y “Fuga y misterio”. ¿Cómo describir el enriquecimiento de las ideas originales de Astor a través de una gran orquesta? ¿Cómo explicar los nuevos hallazgos de Pepe Carli con una proteica, maravillosa instrumentación que descarta lo fastuoso para hundirse en los intersticios de las partituras de Astor como quien va descubriendo y explorando nuevos caminos? ¿Qué decir de los despliegues del tutti contrapuestos a los remansos en tríos o cuartetos; de los nuevos juegos, los inesperados y minuciosos diálogos, los fraseos elásticos y morosos, las sutilezas de los solistas, las interpolaciones de cuño propio y las armonías más cromáticas y enjundiosas? Tanta magia de lo sugerente es fruto de un proceso de búsqueda, introspección y empatía estética del orquestador. Es como un fantástico redescubrimiento de una obra que parecía concluida, insuperable en sí misma.
Un final con la milonga porteña “El firulete”; la canción “Cuando un amigo se va”, de Alberto Cortez, y una “Cumparsita” transfigurada y enriquecida en sus variaciones, nos dejan la impresión de un concierto memorable.






