El último video de David Bowie, su carta de despedida
Su productor, Tony Visconti, confirmó que su disco Blackstar fue un "regalo" del músico a sus fans; en su video "Lazarus" puede vérselo postrado en una cama de hospital, luchando por terminar su creación
Aterrador, como la muerte. Y, al mismo tiempo, una alegoría acerca de la batalla que el arte siempre gana a la muerte, la del artista. El último video de David Bowie , "Lazarus", podría leerse como premonitorio, pero parece presentarse, sobre todo, como la expresión misma de un estado de ánimo, del padecimiento de la enfermedad que atestaba al músico desde hacía 18 meses y hasta su muerte, anoche, en Nueva York.
"Su muerte no fue distinta de su vida: una obra de arte –declaraba ayer su productor, Tony Visconti– quien confirmó que "hizo Blackstar para nosotros, fue su regalo de partida". Como en su mirada, bicolor, metáfora de una creatividad sin límites y plagada de matices en su producción artística, en el video se adivina un doble Bowie: el enfermo y asustado que le planta cara al cáncer, y el artista que lo traspasa.
"Mira aquí arriba, estoy en el cielo", comienza cantando en la canción, recostado en la cama de un posible manicomio, mientras un primer plano recorre su piel hasta llegar a sus manos. Con ellas se aferra a las sábanas, las tensa con el gesto instintivo que busca la protección en medio de una pesadilla, y, acto seguido, habla su cara. Bowie, con los ojos vendados, gesticula, busca exorcizar la enfermedad a través del canto. Y, por momentos, se eleva, vuelve y semeja querer escapar de lo que parece carcomerle.
Ese Bowie postrado contrasta con el artista cuyas imágenes se intercalan en el video, con vestimenta oscura como segunda piel; meticulosamente peinado y maquillado. Coordina movimientos de baile y se sienta, apresurado, a escribir. Y la obra aflora, a pesar de todo. Se muerde las uñas, juega inquieto con los dedos: el tiempo puede ganarle. "Seré libre" o "no tengo más que perder", son algunas de las frases de la letra que acompañan a las imágenes.
Y, finalmente, un cierre en el que, lentamente, el músico camina hacia atrás y se adentra en un armario de madera, rincón donde protegerse de males y de miedos.
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