El lunes 24 comienza la serie de shows en el Movistar Arena de la gira con la que se retira de las giras de los conciertos
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El mundo virtual (ese que todo contabiliza y mensura) dice que, en una de las plataformas digitales de música más utilizada, la canción escrita por Joaquín Sabina que aparece en el podio de las más escuchada es “Y nos dieron las diez”. Es aquella que cuenta la historia de un amor de verano, la cita perfecta, que luego se esfuma en una nostalgia onírica. Allí Sabina juega el juego del perdedor, como lo ha hecho en tantas otras canciones. Dentro de ese top ten también figura “Quién me ha robado el mes de abril”. Si podría decir que si bien el cantautor la escribió especialmente para una película de finales de los ochenta, representa una buena síntesis de su perfil compositivo. Las historias de perdedores, que supo retratar como pocos, las metáforas y las ocurrencias que a muchos le habrán arrancado al menos una mueca de la sonrisa son parte de su ABC (entre tantas cosas que pueden ser sustraídas, solo a Sabina se le pudo ocurrir que todos esos perdedores estarían, en consorcio, reunidos porque alguien les robó el cuarto mes del año).
Claro que la cosa nunca es tan literal, de ahí viene toda su gracia; incluso, con el paso del tiempo hubo nuevas maneras de entender sus composiciones. Porque, justamente, esas canciones seguirán allí, en una plataforma o en cualquier otro lugar, para que podamos seguir echando mano. El que no estará más sobre los escenarios para cantarlas es el mismísimo Sabina, porque viene de retirada. Dice Hola y Adiós en una gira que, si cumple con lo que promete, será la última. Es por eso que quienes quieran y puedan, tiene que aprovechar la posibilidad de los conciertos que, a partir del 24 de marzo, dará en el Movistar Arena de Buenos Aires.
Y una vez allí, que cada uno se quede con la canción que más le guste, porque en estas cuestiones, no se trata de seguir la tendencia ni el top ten sino de lo que la evocación mande. Después de todo, desde que publicó su primer álbum, en 1978, hubo un par de generaciones que ha podido identificarse con varios de sus títulos. El gusto está en la variedad pero, también, en lo que un artista tenga para decir en determinados momentos de la vida de una persona. Puestos a elegir, no hay mejores ni peores; simplemente hay favoritas y esas pueden ser (o no) las que aparezcan en el repertorio que el juglar interpretará en pocos días, en Buenos Aires. Quizá suenen ”Y sin embargo”, “Contigo”, “19 días y 500 noches”, “Por el boulevard de los sueños rotos”, “Nos sobran los motivos”, entre tantas otras. Sabina, el bribón que lo ha negado todo: “Ni ángel con alas negras, ni profeta del vicio. Ni héroe en las barricadas, ni ocupa, ni esquirol. Ni rey de los suburbios, ni flor del precipicio. Ni cantante de orquesta, ni el Dylan español”.
La mala reputación
“Mis canciones son como yo: les gustan los bares, los amores complicados y las madrugadas largas”. Cuenta la historia (digamos mejor “la leyenda”, ya que Sabina lo niega todo), que cuando el joven Joaquín dejó el barrio para ir a la universidad se encontró con ese mundo estudiantil que peleaba contra el franquismo y, tras abrazar la causa, mucho no duró en España. Con su novia inglesa puso rumbo al norte. Primero París, luego Londres, donde vivió durante siete años. Allí se convirtió en artista callejero. Y si hubiera que ponerle versos a ese Sabina artista que comenzaba a tallarse de a poco, buenas son aquellas frases de una canción de George Brassens, con las que solía comenzar esas tocadas, “La mala reputación”: “En mi pueblo, sin pretensión, tengo mala reputación. / Que haga lo que haga es igual. Todo lo consideran mal. Yo no pienso, pues, hacer ningún daño. Queriendo vivir fuera del rebaño”. Sabina parecía tomarse en serio aquellos versos del bardo de la chanson française.
Así también comenzó a construir un personaje. Claro que, realidad y ficción se sentaron a la misma mesa. Porque lo que sonó fuera del rebaño o, incluso, sus excesos, no fueron una pose. La cocaína dominó algún momento de su vida hasta que la dejó a un lado y, como le gusta decir, solo siente por las drogas “cierta nostalgia”. Quizá lo novelesco de esta historia tenga más que ver con que, en él, se pueda encontrar ese estereotipo de bohemia -bares, whiskies, soledad, lápices y papeles- extemporáneo, quizá, pero que termina en un generoso puñado de buenas canciones.

Amores y desamores
Londres, década del setenta: Joaquín quería volver a España. Ya tenía en su memorabilia un encuentro casual con George Harrison y cinco libras en el bolsillo. Por cuestiones legales, solo podría regresar a su país si hacía el servicio militar. Encontró la manera de que fuera leve su “pena”. Se enteró de algo importante: los casados podían volver por la noche a su casa, sin tener que estar en los cuarteles. Así fue que logró un matrimonio por conveniencia con la argentina Lucía Correa, a quien había conocido en Londres, años antes. La relación duró lo que dura un suspiro; aunque nunca hubo suspiros de su parte. Sin ningún tipo de romanticismo se encargó de aclarar que no hubo amor.
En cambio, su relación con otras damas fue totalmente diferente. La pasión adolescente tuvo un nombre y un apodo: Virtudes Antero, “Chispa”. Pero si bien Joaquín le puso garra al asunto, la relación entre la hija del notario del pueblo y el hijo del policía no pudo ser. A ella la mandaron lejos; a él, nadie pudo domar. También se fue lejos. Sonia fue su amor londinese. Isabel Oliart, la madre de sus hijas, y Cristina Zubilaga, una modelo que tuvo el lugar de amante por unos años.

Hay más. Paula Seminara es aquella Paula que Sabina menciona en la canción “Dieguitos y Mafaldas”: “De González Catán, en colectivo / A la cancha de boca, por Laguna / Va soñando, hoy ganamos el partido / La niña de los ojos de la luna / Los muchachos de la 12, más violentos / Cuando la junan, en la Bombonera / Le piden, a la virgen de los vientos / Que le levante a Paula la pollera”. Una Argentina que, con apenas 19 años, conquistó a Sabina el día que fue a la puerta del hotel pedirle un autógrafo.
Muchos de sus romances terminaron en canciones, inclusos los desdichados. “Princesa”, aunque sin menciones directas, habla de años de heroína, de adicción y de su relación con Arianne, una chica inglesa que vivía en Logroño. Aunque ella misma se defendió al decir que nunca sufrió una sobredosis ni robó en una farmacia, en las historias de Sabina así aparece, con la pegadiza melodía de “Princesa”: Tú que sembraste en todas / Las islas de la moda, las flores de tu gracia / ¿Cómo no ibas a verte? / Envuelta en una muerte con asalto a farmacia“. Tiempo después Sabina contó que pasaron varios años para que la incluyese sus conciertos.
Desde 1999, la compañera a su lado en Jimena Coronado, fotógrafa peruana a quien conoció durante una entrevista, en Lima. Es su pareja y su protectora porque es sindicada como la mujer que le ha dado a Joaquín una vida más saludable, durante más de dos décadas y la que ha estado a su lado en los momentos difíciles de salud (además de las hijas del músico, Carmela y Rocío), que no han sido pocos para el cantautor.

Un mal paso que fue caída
El 13 de 3 abril de 2020 el Hospital Ruber Internacional emitió un parte médico que decía que Don Joaquín Martínez Sabina había sido intervenido quirúrgicamente para evacuación de hematoma intracraneal de hemisferio derecho. Había ingresado con traumatismos de hombro izquierdo, torácico y craneoencefálico. La noche anterior, había caído del escenario del estadio Wizink, mientras ofrecía un concierto junto a Joan Manuel Serrat.
Dos décadas antes había estado en el mismo hospital por un leve ictus. “Me desperté una noche, quise ir al baño y la mitad del cuerpo no me funcionaba. Le dije a la Jime que me llevara al hospital. No llegó al cerebro. Era solo del cuello para abajo, con siete días de rehabilitación estuve bien”, recordó en una charla con Bebe Contepomi.
En “Lágrimas de mármol” hay dos situaciones, el recuerdo de ese ictus y la necesidad de una vida más ordenada, y un cuadro depresivo. “Dejé de hacerle selfies a mi ombligo. Cuando el ictus lanzó su globo sonda. Me duele más la muerte de un amigo. Que la que a mí me ronda. Con la imaginación, cuando se atreve, sigo mordiendo manzanas amargas. Pero el futuro es cada vez más breve; y la resaca, larga”. La segunda década de este siglo tuvo otros traspiés por los que debió suspender y reprogramar conciertos. Pero ya en esta tercera década volvió a los escenarios bastante tiempo después del levantamiento de las restricciones por la pandemia Covid-19, con una gira que llamó Contra todo pronóstico (una ironía en torno a que ni siquiera él daba dos euros por su retorno a los escenarios). Y ahora vuelve a estar envuelto en un tour que, según promete será el de la despedida. Sabina, aún con las pausas, y los tiempos que demandan los discos, para su producción (tiene 17 publicados entre 1978 y 2917) siempre ha sido un músico de escenario, primero de pequeños bares, luego de grandes estadios, la mayoría de las veces solo, hasta que un día le llegó la propuesta de emprender un viaje junto a Joan Manuel Serrat.
Ahora no, ahora sí
Cuando se gestó el espectáculo El gusto es nuestro inicialmente había sido pensado para cuatro jinetes: Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Víctor Manuel y Miguel Ríos. Pero Sabina no estaba convencido de participar en el proyecto. El tour se realizó en 1996 y veinte años después cuando hubo un reencuentro, Ana Belén lo recordó de esta manera: “Lo mejor que vivimos hace veinte años fue la preparación. Nos reuníamos en nuestra casa [la del matrimonio Ana Belén y Víctor Manuel] con Joan Manuel, Miguel Ríos, Joaquín Sabina y yo de oyente. Joaquín daba vueltas y decía esas cosas que él dice: ‘No sé si le conviene a mi carrera’, y se reía. Serrat se hartó y me dijo: “Anita, ¿tú quieres cantar con nosotros?”. “Claro”, le dije, y así fue como Joaquín quedó afuera y yo adentro".
La que Sabina no quiso perderse fue la gira con Serrat. Entre los dos armaron un muy paso de comedia que también tuvo secuelas. La idea era recorrer sus repertorios, entre los dos, siempre mostrando el contraste de personajes: Serrat el serio, aunque ácido y mordaz; Sabina el díscolo. El proyecto fue bautizado Dos pájaros de un tiro, incluyó 72 conciertos en 2007, en España y en varios países de América y luego la publicación de un DVD.
Cinco años después grabaron el álbum La Orquesta del Titanic y volvieron a emprender una gira que, en ese caso se llamó, Dos pájaros contraatacan. Y en 2019 volvieron a la ruta con un espectáculo que bautizaron No hay dos sin tres. El periplo se extendió hasta el año siguiente y fue interrumpido abruptamente, no por la pandemia sino porque el accidente que sufrió Sabina, por su caída en el estadio madrileño el WiZink Center.
Enemigos íntimos
No todas las reuniones de Sabina fueron tan satisfactorias como la que hizo en tres episodios, con Serrat. Hubo una, que terminó en un escándalo. Un disco titulado Enemigos íntimos que culminó siendo, además, el título de la crónica futura sobre una pelea que duró diez años. Fito Paéz y Joaquín Sabina se embarcaron en un proyecto conjunto. Fito había sido el impulsor.
Crearon canciones, las grabaron, no sin desacuerdos, en el estudio de Páez, Circo Beat, y terminaron publicando ese álbum de 14 canciones, con una portada en la que se veía un salero con la S de Sabina punteada sobre la tapa y al lado otro con la P de Páez, representando la pimienta.

Había, además, 60 conciertos programados que debieron ser cancelados. “Ha llegado el momento de decirte que lamento estar harto de estar harto. Ya es hora de terminar esta historia interminable, sin víctimas ni culpables; pongamos punto y final, y, volvamos, cada cual, como gatos escaldados a ordenar nuestro tejado; concluyendo esta liga, si no queremos que siga lloviendo sobre mojado”, decía una carta que Sabina le envió a Páez, luego del desacuerdo por la grabación de un videoclip que fue algo así como la gota que rebalsó el vaso de sus desacuerdos.
Varios años después (muchos, 23) se cruzaron en una entrega de premios Latin Grammy. Ambos habían sido galardonados con el premio a la excelencia. Se abrazaron y sonrieron. El posteo de Instagram llevó como título “Los peores de la cuadra”.
Si bien algunas veces tuvo un sentimiento esquivo al momento de manifestar sus pensamientos (de ahí que no terminara de bajarse del espectáculo El gusto es nuestro, cuando comenzó a gestarse) siempre tuvo opiniones políticas que expresó con firmeza. Siempre se consideró “de izquierda”, pero no dudo de criticarla en las últimas décadas, al ver de qué manera se manifestaba en América Latina.
“Fui amigo de la revolución cubana y de Fidel Castro. Pero ya no lo soy, no puedo serlo”, señaló hace un par de años. “Ahora estoy del lado de los que se manifiestan y de los que se exilian de la isla. Los que hemos sido de izquierdas tenemos la responsabilidad de decir la verdad ante algunos desastres de la izquierda”.
Final de juego
Sabina volvió a la ruta en febrero y tiene por delante 50 conciertos. Su gira comprende actuaciones en México, Estados Unidos, Costa Rica, Colombia, Perú, Chile, Uruguay, Argentina y España, antes de bajar definitivamente el telón. La síntesis de todo esto fue en la canción “Un último vals”, que estrenó como anticipo de esta despedida, y el video, donde participaron amigos de la música (artistas y gente de la industria), entre otros personajes que atravesaron su vida.
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