Piazzolla en la pantalla
Un baño de sangre de dos horas y media que se inicia con "La cumparsita" y luego ambienta una larga guerra interna en la yakuza de estos días con música que suena como compuesta por Astor Piazzolla.
Se trata de "Agitator", uno de los films de Takashi Miike programados para el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, y si lo que firma Koji Endo, el músico habitual de este singular director japonés, no son borradores auténticos rescatados del fondo de algún cajón, el engaño es perfecto, tanto en la escritura como en la recreación del clásico quinteto que la interpreta.
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No fue la única vez en que Piazzolla se materializó sin séance que lo conjurara en la muestra finalizada a fines del mes pasado. Su influencia en el tango de posguerra, el sonido de su bandoneón y esa caligrafía enardecida con la que asentaba sobre papel de vía aérea resentimientos inferiores, ofensas gratuitas y enseguida embarazosas súplicas de perdón surgen como otro de los misterios por develar en "Por la vuelta", una reflexión sobre el arte de Leopoldo Federico realizada en clave de novela negra por Cristian Pauls.
Es como si el cine no se atreviera a dar de baja a Piazzolla; pronto se cumplirán doce años de su colapso frente a Place des Innocents, y desde entonces cineastas más valiosos que la mayoría de los que le compraron bandas originales han recurrido a sus obras no fílmicas como apoyo insustituible: Terry Gilliam quiso la "Suite Punta del Este" para "12 monos"; Cozarinsky convenció al Kronos Quartet de que las "Five tango sensations" eran imprescindibles en "Citizen Langlois", y Won Kar-Wai hizo "Happy together" más perfecta redimiendo fragmentos de "Tango apasionado", el legendario show creado en colaboración con la gran Graciela Daniele, que la propia noche del estreno debió bajar por orden de los beneficiarios de un expediente caratulado "Borges, Jorge Luis s/sucesión".
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Fueron poquísimos los otros compositores originarios del tango a los que el cine argentino les hizo lugar de manera permanente, y la mayoría -Sebastián Piana, Lucio Demare, Atilio Stampone- respetados por Piazzolla, que a pesar de haber contribuido a prestigiar más de cincuenta películas nacionales nunca pareció interesado en discriminar la calidad de las ofertas. Al inquisidor iracundo, capaz de negarle el saludo a un colega por trabajar para D´Arienzo, le daba lo mismo que el realizador fuera Ayala, Tinayre o De la Torre, que Emilio Vieyra, Cahen Salaberry o cualquier improvisado sin antecedentes ni futuro.
Escribía sin descender del nivel que siempre se impuso, pero despreocupado de la categoría de la producción, y así se dio que films decididamente menores terminaron con un score que no merecían. Solamente Kohon, Solanas y, en teatro, Rodríguez Muñoz fueron capaces de someterlo a sus necesidades dramáticas y estimularlo para lograr mucho de lo mejor que creó por encargo: "Prisioneros de una noche", "Con alma y vida", las tanguedias de "El exilio de Gardel" y la monumental música de las piezas "El tango del ángel" y "Melenita de oro".
Es bueno que el espectro de Piazzolla se haya hecho presente en un festival donde la flamante producción argentina figuró entre lo más estimulante. Esta generación de criaturas que con una cámara digital y pocos pesos son capaces de realizar películas de sorprendente imaginación visual, pero casi siempre pobrísima banda sonora, está necesitando desesperadamente compositores a la altura del movimiento, y, como el autor de "Oblivion" ha demostrado, no se requiere ser un ratón de cinemateca para crear gran música cinematográfica.
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