
Rescatando al exótico Martin Denny
La proeza de permanecer en actividad durante casi setenta y cinco años, publicar una serie de treinta y ocho álbumes, crear con pocos instrumentos el falso folklore de islas y selvas inexistentes, convertir ese delirio en una sensación comercial durante los tiempos de la Guerra Fría casi sin salir de Honolulu y reaparecer aclamado como un precursor en la última década del siglo pasado puede no ser suficiente para considerar a Martin Denny una figura fundamental de la música popular, pero semejante trayectoria hubiera merecido algo más que ironía en el momento de informar su muerte, ocurrida el lunes pasado, a los 94 años, en el único lugar posible para él: Hawaii.
Había nacido en abril de 1911, muy lejos de Waikiki -en Nueva York-, con el nombre de Martin Weissner, algo que se sabe gracias al libro "Memorias del jazz argentino", de Ricardo Risetti, donde Don Dean McCluskey lo recuerda con ese apellido como el pianista de sus Estudiantes de Hollywood, el sexteto con el que llegó en 1932 a Buenos Aires para quedarse el resto de su vida.
Tampoco Weissner olvidó aquellos dos años de expedición en que atravesó por tierra Colombia para llegar a Perú, embarcarse a Valparaíso, escapar de una revolución en Chile y finalmente alcanzar la tranquilidad tocando para bailarines en el roof garden del Alvear Palace Hotel entre escapadas a Brasil y Uruguay. Ya rebautizado Denny y convertido en un número exitoso seguía mencionando a Don Dean y agradecía a esa epopeya por haberle permitido conocer en estado puro los sambas, carnavalitos, tangos y demás aires sudamericanos que después sirvieron para teñir de rareza sus orquestaciones.
La mudanza a Hawaii, luego de salir del ejército y haber acompañado a cantantes como Betty Hutton y Hildegarde para pagarse los estudios con grandes profesores, no fue respondiendo al clamor de las isla, sino por la necesidad de encontrar trabajo fuera del continente, donde lo que sobraba eran excelentes pianistas y auténticos grupos de jazz latino.
Contó con el apoyo de Henry Kaiser, el excéntrico rey del aluminio que financió la transformación del archipiélago, pero la visión fue suya, al presentir que sus oyentes serían turistas buscando el paraíso perdido en el bar de un flamante hotel de lujo y para ellos inventó la irrealidad sonora correspondiente a esa fantasía, manteniendo el tranquilo encanto de la música de la Polinesia, aunque con vibráfono en lugar de ukeleles y guitarras de mesa, agregando ritmos de todas partes y poniendo en la interpretación un suave énfasis jazzístico.
También diseñó un espacio escénico intrigante para ubicar su cuarteto, con montones de instrumentos de todo el mundo colocados para reforzar visualmente la incierta procedencia de la fusión. Lo que nadie planeó fue la novedad de los rumores naturales -ranas, aves nocturnas, gritos distantes, viento moviendo palmeras- que se incorporaban tocando al aire libre y terminaron siendo parte de la música, imitados en las grabaciones por el admirable percusionista Augie Colon.
* * *
Cuando se produjo el revival, eligieron "Exótica", nombre de su primer álbum, para denominar el género, pero también hubieran servido "Primitiva", "Hypnotique", "Afro-desia", "Romántica" y el de algún otro disco, porque Martin Denny insistía en que lo suyo era "ficción musical" y, lo mismo que las novelas de bolsillo populares en la época, debía ser clarísimo tanto en los títulos -para los que usó también "Isla prohibida", "Pueblo tranquilo" y "El mar encantado"- como en el diseño de las tapas, dignas de volúmenes de pulp fiction, siempre con la misma modelo, Sandy Warner, fotografiada con poca ropa entre palmeras y volcanes.
Hay que aceptar que en cierto momento el exotismo se transformó en un muestrario de sintetizadores Moog, pero decir que Martin Denny fue "El músico de los chillidos de pájaros y cantos de rana", como hizo The Independent de Londres, o un grotesco "Rey de la Exótica", que es la idea de la prensa norteamericana, es una injusticia con un creador menor de ambientes sonoros que no han perdido su magia.
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