
Un negocio que dejó de ser redondo
Ya no es la piratería el principal problema de la industria discográfica, sino que su soporte físico va cediendo al streaming
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Espero que los amigos de la Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas (Capif) no se me ofendan tanto como los de la Unión Argentina de Videoeditores, que se agarraron en Cartas de lectores con este mensajero cuando al analizar el fenómeno de Cuevana afirmé que el tema de la piratería estaba siendo superado por otras cuestiones más profundas.
Hace algunos años conté en este mismo espacio cómo habían operado las costumbres en relación con los discos entre mi generación (tengo 54) y las de mis cuatro hijas (ahora, de 18 a 26 años). Entonces describí el angustiante contraste que percibía entre la devoción casi religiosa que habíamos tenido en la adolescencia los de mi generación para cuidar los discos, cada uno guardado en su correspondiente sobre, para mantenerlos libres de polvillo y con qué cuidado los escuchábamos para que no se rayaran.
En cambio, el paso del vinilo al CD implicó el comienzo de cierta desaprensión a la hora de manipularlos. Me costó mucho resignarme a ver los sobres vacíos y los CD rodando sueltos por toda la casa.
Tiempo después comprendí que, más que a un desorden común, aquel cambio de paradigma respondía a la sobreoferta musical en distintos soportes que empezaba a invadirnos (los pequeños dispositivos como el iPod acentuaron) y que le sacaba razón de ser a aquella actitud reverencial que teníamos antes por el disco, por ser un bien escaso, caro y difícil de conseguir (especialmente, cuando se trataba de una banda extranjera y la comercialización de su álbum por lo general se retrasaba demasiado para nuestra juvenil ansiedad).
Pues ahora (por eso, perdón, Capif) hay una noticia peor, que deduzco de una reciente conversación al paso con mi hija Paloma, la menor. Estábamos charlando de posibles regalos para un conocido de su edad y tuve la mala idea de sugerirle por qué no le regalaba un CD. Me miró como si fuese un hombre proveniente de la era de las cavernas y me dijo: "¿Un CD? ¡¡¡Papá, el CD ya fue!!!"
Sus hermanas más grandes, hace unos años, utilizando una pura lógica económica instintiva, se negaban a pagar en una disquería tres veces más que el CD trucho que les ofrecían en la calle los manteros. No imaginaba que la situación empeoraría aún más.
Los chicos hace rato vienen desvinculando el soporte físico de la música y éste sí que es un "problema" mayor que la piratería. Digo "problema" porque en tal caso no lo es para el usuario sino para la industria que debe aceptar los desafíos que le imponen los imparables avances de la tecnología sin enojarse con ellos, sino simplemente resolviéndolos y comprendiéndolos, encontrando, con mayor creatividad, caminos más idóneos que les permita monetizar por otro lado lo que antes les entraba más cómodamente vendiendo discos de vinilo. Como dice Paloma, todo eso "ya fue" (o está en vías de serlo, ya que los más veteranos sólo tardaremos un poco más en asumir la transformación inevitable de ese hábito).
"El amor por la música es mayor que antes -le escuché decir hace poco en un seminario de Lamac al gurú norteamericano en medios, Jeffrey Cole-, pero ya no compran discos." Y contaba su propia experiencia: antes se adquiría un disco quizá por un tema o dos y llenaba la casa de grabaciones que no podía trasladar en un viaje. Ahora quien quiera escuchar música puede bajar los temas que estrictamente desea y oírlos en cualquier ciudad sin tener que acarrear toda su pesada discoteca.
Walter Mossberg escribió días pasados en The Wall Street Journal que en 2001 "Apple cambió para siempre la industria de la música y su propia fortuna con el iPod" y que, dos años más tarde, acentuó esa dirección al inaugurar "su tienda de música iTunes, que ofrecía a los consumidores una plataforma sencilla y accesible para comprar canciones. Nuevamente, revolucionó la industria de las discográficas". Esta semana que pasó iTunes comenzó a estar disponible en la Argentina y en otros quince países de la región con un catálogo de 20 millones de temas, según Rolling Stone, amparándose en fuentes de Apple.
"El disco es un problema que no tiene solución", le oí también decir en otro seminario de la UP, a Gastón Piombi, de Fénix Entertainment.
"Antes, las bandas -completa el doctor Antonio Ambrosini, del área de medios y entretenimientos de esa universidad- hacían discos para vender recitales; ahora se hacen recitales para vender discos. Se estima que el negocio de los eventos marcarios y los conciertos -otro fenómeno que ya lleva unos años: las marcas que ya no sólo sponsorean festivales sino que se encargan de organizarlos- genera alrededor de 200 millones de dólares anuales y todo indica que el número irá creciendo en los próximos años."
Martín Massini Ezcurra, otro abogado especialista en la industria del entretenimiento, sin embargo, cree que no todo está perdido, ni mucho menos, para la industria discográfica, ya que se abren nuevas posibilidades por el lado más inesperado. "A pesar de la «muerte» progresiva de la música envasada en soporte material -apunta quien, además, es productor y conductor de Música Espectacular, por FM Radio Cultura-, la proliferación del negocio de la música online permitirá que las grabadoras exploten no solamente los hits del momento, sino los valiosísimos archivos que guardan celosamente. Las empresas discográficas se concentran solamente en aquellos artistas respecto de los cuales más invierten, a la vez que muchas veces descuidan los llamados back-catalogues o, como los denominaba un catedrático británico, «los activos dormidos» de la industria del entretenimiento, que también puede ser un negocio."
Según el Sistema de Información Cultural de la Argentina (SinCa), hoy conviven en la Argentina 120 sellos musicales, de los cuales 116 son independientes, más cercanos al artista y atentos a descubrir talentos. Los otros cuatro son empresas transnacionales (Sony, Universal, EMI y Warner) que concentran alrededor del 90 % del mercado
En La industria de la música en la ciudad de Buenos Aires (edición del gobierno de la ciudad, 2011) se da cuenta del proceso de extinción de las disquerías: las cadenas Musimundo y Yenny-El Ateneo representan la cuarta parte del total de los locales de venta de música en la ciudad y hay 122 negocios más chicos concentrados fundamentalmente en el microcentro, Palermo y Belgrano, aunque "se observa una importante tendencia al cierre".
Desde Capif, de todos modos, le ponen garra al asunto y ha logrado con La Noche de las Disquerías, en Buenos Aires y en otras ciudades, recrear la devoción hacia el soporte físico, convirtiendo esa fecha en la de mayor venta después de Navidad. La cuestión es cómo seguir. Ya se verá.
psirven@lanacion.com.ar
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