
Oraciones incompletas
"La tercera parte del mar", de Alejandro Tantanián. Con Anahí Martella, Martín Urbaneja y elenco. Diseño de movimiento: Melisa Martín. Iluminación: Jorge Pastorino. Escenografía y vestuario: Oria Puppo. Selección musical, puesta en escena y dirección: Roberto Villanueva. Babilonia, viernes y sábados, a las 23. Nuestra opinión: regular.
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Un hombre que huye aunque no concibe escapatoria descubre que su destino es una construcción del lenguaje, que los barrotes de la cárcel tienen la firmeza de la sintaxis y la libertad se esconde en una metáfora. Quien le descubre el secreto es una exiliada, el espectro de carne y hueso de un universo innombrable, la copia miserable de una palabra perfecta. Una mujer, que intenta completar una oración que le permita traspasar el mar y caminar sobre las aguas quietas de un lenguaje inexorable y eterno.
La hipérbole trazada por Tantanián entre el origen del lenguaje y su fin último, posible, ejerce sobre el intelecto la fascinación de las ideas puras que pueden nutrir a veces una metafísica o una poética.
Al mismo tiempo, dice el autor en el programa de mano, el proceso que va desde los primeros balbuceos hasta la realización plena del espíritu por la palabra, y su relación con el deseo, la fantasía y los sueños, hace posible vislumbrar algunos mecanismos que acompañan el trabajo creativo.
El inconveniente se plantea en el traslado de las ideas a la pieza dramática. No alcanza el juego de los espejos, la potencia simbólica de la luz y la sombra, la duplicación de los personajes y la reiteración infinita de los mismos hechos para estructurar un discurso escénico. Tampoco la incógnita que sobre el final sobrevuela el destino de esos seres inclinados a la morbidez y al crimen sirve para amalgamar los distintos elementos puramente simbólicos puestos en juego.
Quizá si Roberto Villanueva, desde la dirección, hubiese encontrado los caminos que le permitieran reorganizar la pieza, iluminar su discurso en una dirección más clara, otro hubiese sido el cantar. Pero su puesta está atada al texto, los gestos reiteran la palabra hasta la obviedad, la desnudez de los cuerpos no alcanza más justificación que la de la casualidad o el capricho y los actos de crueldad resultan también chocantes y gratuitos. Su escenificación no muestra, en fin, nada que no esté dicho.
Resulta pobre, también, el desempeño actoral. Anahí Martella, como Victoria, tiene momentos en los que logra escapar al tedio de la enunciación de los parlamentos y resulta convincente, pero su contraparte, Martín Urbaneja, más allá de su buen estado físico, no aporta nada relevante.
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