La Pochi, su personaje hot en El puntero, fue el contrapeso perfecto para una serie que cruzó testosterona y política de bases
Un boeing 737 de Aeroméxico que aterriza en Ezeiza y Bárbara Lombardo que baja del avión cargada de bolsos, su vida recién reseteada: así terminó el 2010. "Lo primero que pensé cuando volví fue: «Ay, qué va a ser de mi vida»", recuerda. Había vivido los últimos dos años en México, adonde llegó siguiendo a un novio del que se terminó separando. Y entonces sus hermanas la estaban esperando en el hall de arribos del aeropuerto y, de ahí, la llevaron directo a una quinta a comer un asado en familia. Dos meses antes, había cumplido 30 años.
Pero, de a poco, las cosas se fueron acomodando. Bárbara retomó sus clases de teatro con Julio Chávez y volvió a hacer constelaciones, una terapia que trabaja con los traumas familiares de los antepasados. "Está muy bueno, y me sirve también para trabajar mis personajes: ver qué relación tenían con sus padres, por qué tienen una actitud determinada y a quién están buscando con las cosas que hacen", explica.
En marzo la llamaron de Pol-ka para ver en qué andaba. A la semana siguiente fue a un casting y tuvo que interpretar a una chica de un barrio humilde: la Pochi, que iba a terminar siendo su personaje en El puntero. "Todavía me acuerdo la escena que tuve que hacer en el casting", dice Bárbara. "Venía Lombardo, el personaje de Rodrigo de la Serna, a apurarla a la Pochi, porque su marido lo había denunciado a la policía. Y le decía a ella que ahora le debía un favor. Era medio pesada la escena." Unas semanas después empezó con las grabaciones del unitario en el que la productora de Suar quiso contar, en clave de novela, la vidade las terminaciones nerviosas del aparato justicialista en el conurbano bonaerense.
Bárbara está sentada en una mesa en el bar de Pol-ka, tomando un agua saborizada. En la mesa de enfrente está Nicolás Cabré, también dando una nota; y, más allá, Mariano Martínez descansa entre toma y toma de la grabación de Los únicos. Es un viernes al mediodía, pero no uno cualquiera: es 11/11/11, una buena acumulación de unos que, aparentemente, abrió un portal energético en algún lugar. Bárbara no sabe muy bien qué significa, pero dice que es un tema que le interesa. Unos días después, por teléfono, va a decir que el tema la dejó pensando: "Me puso muy contenta que cada vez somos más personas queriendo lo mismo", dice Bárbara. "Yo creo mucho en la fuerza colectiva. Me alegra saber que tanta gente está queriendo que predomine la luz en la vida. Muchos fueron a meditaciones, a rezar. Sentí que había alegría en la gente."
¿Cómo va a terminar tu año?
Depende de mi trabajo, pero me gustaría irme a un retiro de yoga tibetano en Cazadero, a dos horas de San Francisco, con mi maestro budista, que se llama Arnaud Maitland. En 2008 empecé a conocer sus enseñanzas y desde entonces tengo ganas de ir. Vas quince días, estudiás, hacés yoga, comés sano y volvés fresco. Otro plan es irme sola a viajar por Perú, Bolivia y el norte argentino.
¿Hacer El puntero cambió en algo tu forma de ver la política?
Sí, porque hay cosas que uno no se imagina y otras que sí.
¿Te interesa la política?
Sí, pero no me interesa para nada hablarlo ni compartirlo. Es algo re privado. Tampoco estoy tan atenta. No es que tengo mi corazón ahí. Pero sí entiendo y tengo mis opiniones...
¿Hay alguna escena de El puntero que te haya marcado?
Hay una escena en la que la Pochi le dice al ex marido que está muy nerviosa y él ahí ya sabe que a ella le pasan otras cosas, que eso está terminado. Y me acuerdo que me puse a llorar ahí en el momento, y lo sentí de verdad. Me acuerdo que, cuando terminé de grabar, estaba muy emocionada, porque cuando te separás es re doloroso.
¿Seguís haciendo terapia de constelaciones familiares?
Sí. Me acuerdo que la primera vez me fui asustadísima. Dije: "¿Qué es esto? ¿Están todos re locos?". Pero en el fondo me había gustado. Así que volví un par de veces, empecé a constelar temas míos y vi cómo empezaban a mejorar algunas cosas. Sirve mucho para ir abriendo nuevas actitudes en la vida. ¿Viste que siempre nos mandamos las mismas cagadas?
¿Y qué sentís?
Tenés reacciones físicas y sentimientos. Al principio es difícil, pero después con el tiempo te vas entregando. Me ha pasado de que me empezara a picar todo el cuerpo y resultó que la chica que estaba constelando, de chiquita, había tenido problemas en la piel. Y yo no tenía idea, te lo juro por Dios.
¿Qué cosas marcaron tu año?
El trabajo, seguro. Después, hay un unplugged de MTV de una banda mexicana, Zoé, que es hermoso. Lo escuché mucho. Y leí una biografía sobre Leonora Carrington, una pintora mexicana, que tiene una historia muy interesante. La familia la quiso mandar a un loquero, ella se escapó y entró en una embajada en México para pedir asilo. Una genia. De hecho, en La Roma, que es un barrio de México, yo iba a una librería y el señor que atendía me decía que siempre la veía pasar fumando porro. ¡Y tenía 85 años! Muchas veces fui y me quedé viendo a ver si pasaba. Quería ir a tocarle el timbre y llevarle flores y agradecerle, pero no me animé. Me fascinaron sus pinturas, me conmovieron muchísimo. La llevo en el corazón.
De chica fuiste una especie de protegida de Xuxa. ¿La volviste a ver últimamente?
Hace unos años vino y yo la fui a saludar al hotel y nos re abrazamos. Pero hace mucho tiempo que no sé nada. Si la viera, obvio, me encantaría saludarla. Hace como un año me hice fan de ella en Facebook. Y estoy escribiendo la sinopsis de un guión sobre una cosa que sucedió en ese momento. Y se la mostré a un amigo que es productor y me dijo que él la quería hacer. Me gustaría que fuera una película para niños. Cuenta algunas cosas que viví con ella y, sobre todo, la inspiración.
Por Juan Morris | Foto de Vera Rosemberg
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