Los actores, que se iniciaron como galanes, conformaron un dúo exitoso que hacía estallar la taquilla teatral; pero diferencias artísticas y estilos muy diferentes los fueron separando para siempre
“Carlín, discutimos veinte años, nos reímos a carcajadas veinte años… Hoy dejame que me muera un poco con vos … Descansá en paz, te abrazo fuerte”. El 11 de diciembre de 2020, a los 67 años, fallecía Carlos Andrés Calvo, el eterno galán que venía lidiando con las secuelas de dos accidentes cerebrovasculares. El mensaje de Ricardo Darín, quien había sido su gran amigo y compañero de rubro en varias aventuras teatrales, se convirtió en una despedida conmovedora que dejaba atrás banales y viejas rencillas, esas que, ante el inexorable final de la vida humana, quedan relegadas a un segundo plano.
Para los más íntimos, tanto aquellas sentidas palabras de Darín, como su presencia en el funeral de Calvo, fueron previsibles. En cambio, para quienes no seguían de cerca el vínculo, fue toda una sorpresa, dado el distanciamiento de años que los actores mantenían.
Carlos Andrés Calvo y Ricardo Darín conformaron uno de los dúos artísticos más exitosos del espectáculo de corte popular. En la década del ochenta, sus nombres brillaban en lo alto de las marquesinas y cada paso que daban en sus vidas personales era seguido de cerca por la prensa de farándula y por sus admiradores, sobre todo por el público femenino, fiel devoto de ambos.
Pero, sabido es que todo lo que brilla no es oro, y aquel lazo que parecía indestructible se rompió. Cada uno por su lado y a otra cosa. Discretos como pocos, las razones del distanciamiento fueron un misterio, aunque no faltaron las hipótesis de conflicto que intentaron armar ese rompecabezas a pura estrategia e intuición, como suele suceder cuando la verdad es conocida solo por unos pocos.
Los escenarios, o mejor dicho sus bastidores, están sembrados de rencillas, guerras de egos y competencias desmedidas. La pelea de Calvo y Darín, en parte, puede aseverar eso. Y, aunque el machismo le atribuye tales cuestiones a la mujer, lo cierto es que los caballeros no se quedan atrás. “Las mujeres seguimos adelante y nos peleamos menos porque pensamos en la canasta familiar”, suele decir Nora Cárpena, quien, desde hace 33 años, conforma el elenco de Brujas junto a sus históricas compañeras. Enconos no faltaron, pero las actrices privilegian el proyecto en común.
Jóvenes, bellos y seductores
Siempre fueron muy distintos. En los ochenta eran considerados parte de ese colectivo llamado “galancitos”, aunque ellos dos se las ingeniaron para sobresalir. Bajo aquel mote se encontraban los nombres de Carlos Olivieri, Raúl Taibo, Gustavo Rey, Darío Grandinetti, Antonio Caride y Daniel Fanego, con Calvo y Darín a la cabeza.
Todos rondaban los treinta años y solían actuar juntos y separados en comedias pasatistas que agotaban las localidades en los centros de veraneo -fundamentalmente la ciudad de Mar del Plata- y, en los inviernos, rompían la taquilla de las grandes salas de la porteña Calle Corrientes.
Los actores carilindos eran el prototipo de la masculinidad en una sociedad patriarcal todavía muy pacata. En esos tiempos, ser “canchero” era un valor. Por otra parte, la esencia barrial de los actores, muy alejados de la postura de “celebridad inalcanzable”, generaba una empática cercanía con el público, incluso con los varones que veían en ellos una suerte de anhelo aspiracional.
Si la platea femenina era mayoría en los teatros donde actuaban, el público masculino buscaba emularlos en los modismos del lenguaje y en el vestuario sustentado en equipos de jeans, camisas arremangadas y botas tejanas, acompañados por lentes oscuros y algunas cadenitas pendiendo del pecho. Algo así como la versión de Isidoro Cañones, pero alejada de Mau Mau y de la calle Arroyo. Los “galancitos” se movían mejor en Boedo.
Cumpliendo con todos los deberes, el staff de actores también conformaba un equipo de fútbol que solía realizar partidos a beneficio de diversas instituciones. Tal la injerencia de los muchachos que hasta llegaron a contar con César Luis Menotti como DT. Del equipo también formaban parte Diego Torres y Pablo Codevilla. En 1991, y a beneficio del hospital Fernández, la casaca de los famosos jugó su último partido.
Si antes habían copado la posta nombres como los de Rodolfo Bebán, Claudio García Satur y Arnaldo André, la reconversión generacional encontró al nuevo dream team despertando pasiones y protagonizando espectáculos de poco vuelo artístico y buena recaudación de boletería. Las fórmulas de las obras estaban siempre sostenidas en los enredos. Comedias de puertas con títulos rápidos de aprender como La vida fácil o Los galancitos, locos, lindos y solteros.
Desde ese ecosistema Carlos Andrés Calvo y Ricardo Darín conformaron un rubro propio. Rápidamente, los actores entendieron el peso específico de sus nombres y decidieron hacer rancho aparte. En el caso de Calvo, luego de protagonizar en televisión la historia de El Rafa (1980/1981), que salía por Canal 9, decidió hacer temporada en Mar del Plata con Alberto de Mendoza, su compañero de ficción, y Silvia Montanari, poniéndose al frente de la comedia Engañemos a mi mujer.
Extraña pareja
Con habilidad, Calvo y Darín entendieron más temprano que tarde que debían abrirse camino solos. Si aquel intento de Calvo, con Alberto de Mendoza y Silvia Montanari fue un primer paso, lo cierto es que no fueron pocos los productores que les propusieron armar una compañía propia junto a Darín. Ya no se trataría de cobijarse bajo el ala amparadora de los “galancitos”, sino conformando un dúo donde sus individualidades tenían peso específico propio.
En 1984, los actores protagonizaron Extraña pareja, la famosa comedia que Neil Simon, su autor, había dado a conocer en 1965. Fue la primera vez de esta dupla que lograría agotar las localidades de cada una de las funciones durante dos temporadas tanto en Buenos Aires como en Mar del Plata.
La pieza parecía escrita para ellos. El hombre ordenado y el que no le importa nada. La vida organizada y el desbarajuste. Casi una radiografía de Darín y Calvo, aunque el primero, más plantado que su compañero, tampoco tenía el aplomo que los años le dieron. Para los actores, acostumbrados a comedias de menor porte, Extraña pareja significó darles un giro a sus carreras y apostar por la elegancia de un texto probado en el mundo.
Un año después, los actores volvieron a apostar por un vodevil probado. Esta vez, se trató de Taxi, escrita por Ray Cooney, otro ilustre del género. La escena del living duplicado, un marido con dos esposas y un amigo que todo lo embarra, un disparador convencional y efectivo en tanto la solidez del elenco lo permita. Calvo y Darín volvieron a hacer un éxito. Si ellos hacían temporada, los teatros vecinos sabían que el primer lugar del ranking de venta de entradas ya no lo tendrían.
Sin embargo, así como en el teatro conformaban el rubro con profesionalismo, las vidas personales se iban distanciando. Calvo llevaba una cotidianidad donde se iban sucediendo diversos amores y su compañero se mostraba más prolijo y austero, al menos de manera pública. Darín se afianzaba en una vida más estable, mientras que Calvo era más desmedido.
Si bien se dice que, durante el éxito, los roces suelen ser menores que ante el fracaso, la pareja de actores comenzó a competir. Ya no bastaba con agotar las localidades. Carlín se ponía celoso si su amigo cosechaba un aplauso de más a telón abierto y Darín, siempre más plantado, no le dejaba pasar los cambios de letra intempestivos que hacía su socio durante las funciones.
Si en el escenario habían conformado un tándem perfecto, lo cierto es que, en lo personal, cada vez compartían menos momentos, casi ninguno.
La ruptura
A pesar que los roces iban in crescendo, los actores fueron convocados para protagonizar Sugar, el musical que encabezó Susana Giménez -en ese entonces pareja de Darín- en el teatro Lola Membrives.
Corría 1986 y la apuesta de tener a un trío conformado por nombres tan estelares no hacía dudar que la temporada sería un éxito y que, seguramente, el material permanecería varios años en cartel, como había sucedido con La mujer del año, la obra bisagra en la carrera teatral de Giménez.
Sin embargo, desde el arranque, la propuesta tuvo algunos traspiés. En primer lugar, el productor artístico Carlos Perciavalle se peleó con los hermanos Carlos y Lorenzo Spadone, productores y propietarios de la sala. Aquel entuerto hizo peligrar la continuidad de los ensayos y habría generado un gran enojo en Carlos Andrés Calvo, quien terminó renunciando al elenco.
Con el lugar vacante, surgió el nombre de Arturo Puig para tomar el papel que iba a hacer Calvo, cosa que, finalmente, ocurrió. Susana Giménez, en el medio del conflicto, temblaba por la continuidad de su nuevo gran sueño escénico. No faltó quien buscara algo más en aquella partida de Calvo. Incluso, algún periodista de farándula hasta se atrevió a insinuar que el actor habría querido enamorar a la diva, quien ya había estrenado su exitoso ciclo de televisión Hola Susana!. Todo un delirio.
A partir de aquella propuesta de Sugar -frustrada para Calvo y que fue un suceso de público- los caminos de Calvo y Darín se bifurcaron definitivamente.
Con los años, Darín fue buscando otros rumbos estéticos a su trabajo como actor, convirtiéndose en uno de los nombres más prestigiosos del cine -El secreto de sus ojos, Carancho, Relatos salvajes- y el teatro -Escenas de la vida conyugal- de nuestro país con proyección internacional.
En la década del noventa, Calvo hizo explotar el rating televisivo con la comedia Amigos son los amigos, junto a Pablo Rago y no dejó de hacer teatro, siempre vinculado al género de la comedia. Un primer ACV limitó su trabajo y ya con el segundo episodio, su salud se vio seriamente afectada, dejándolo imposibilitado de continuar actuando.
Calvo y Darín escribieron gloriosas páginas del teatro popular. Y, aún cuando ya no formaban un rubro artístico, cada cual pispeó la carrera del otro. El sentido mensaje que Darín le dedicó a Calvo en su partida, demuestra que las coyunturas del momento y las desavenencias no pueden diezmar una amistad profunda.
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