Desde hace más de 20 años está instalada junto a su familia en España, en donde se arraigó y puso una escuela de teatro junto a su marido; “Acá o te adaptás o te volvés”, le expresó la artista a LA NACION
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Hizo su primera experiencia sobre el escenario con Carlos Perciavalle y Antonio Gasalla, y la popularidad le llegó apenas hizo su debut en televisión con Aprender a vivir, en el viejo Canal 9, y en cine con Plata dulce. Pronto, Marina Skell también conoció a su marido, el director y dramaturgo Carlos De Matteis, con quien tiene cuatro hijos. Aunque no les faltaba trabajo, la incertidumbre económica, tan característica de nuestro país, los empujó a probar suerte en España. Se mudaron en el 2001 y al poco tiempo abrieron Plot Ponit una escuela de teatro en la que, además, funcionan dos salas. En diálogo con LA NACION, la actriz repasó sus inicios, reflexionó sobre la decisión de emigrar, los primeros desafíos en tierras españolas y el futuro.
“Empecé a estudiar teatro en La Plata, donde vivía, e iba a Buenos Aires todos los fines de semana a ver a mi abuela materna, Rosa Gasalla, que era tía de Antonio Gasalla y también su representante. La acompañaba al teatro y ya de chica estuve cerca de ese ámbito; me acuerdo que una vez conocí a Vinicius en La fusa, y ese mundo me fascinaba. Cuando terminé la secundaria empecé a estudiar arquitectura e historia del arte, pero mi abuela me dijo que si quería ser actriz tenía que mudarme a Buenos Aires. Así que me mudé con ella y mientras estudiaba con Carlos Gandolfo, trabajaba como acomodadora en las funciones de Carlos Perciavalle y Antonio Gasalla. Un día necesitaban un coro de tres chicas en un espectáculo de Carlos y ahí entré a ser parte de Aburrirse es pecado mortal, en una temporada marplatense”, cuenta Skell, revolviendo en sus recuerdos.
-¿Y cómo llegó la oportunidad en televisión?
-Por un casting, cuando Romay propuso las 9 nuevas caras del 9. Aprender a vivir fue un furor, arrancamos una vez por semana y pronto se hizo tira diaria y con mucho éxito hicimos temporada de teatro también. Mucho tuvo que ver Roberto Denis, que era un director prestigioso en una apuesta de actores jóvenes; algo insólito. Al año, en el ‘82, hice Plata dulce, luego de un casting multitudinario. En poco tiempo estuve en dos propuestas muy populares. Y en el ‘83 conocí a mi marido, Carlos De Matteis, y nos casamos.
-¡Todo junto!
-(Risas) Sí, nos conocimos en un proyecto que habíamos iniciado con Pipo Luque, Gustavo Garzón y Marita Ballesteros, una obra de Mauricio Kartun que se llamaba Chau Misterix. El proyecto no llegó a estrenarse.
-Pero conociste al amor de tu vida...
-En dos meses nos casamos y ese mismo año nació nuestra hija Catalina, y al año tuve a Tomás, y después a Olivia y Anastasia. Eso atentó un poco contra mi trabajo, sobre todo en relación con lo que los productores esperaban de una actriz guapa que había sido revelación. Ahora las cosas cambiaron, pero en ese momento francamente atentó contra mi carrera.
-¿No fue tu elección dejar de trabajar?
-No, claro que no. De hecho, hice algunas telenovelas cuando los chicos eran chicos. Incluso cuando daba la teta y no tenía problema en trabajar. El tema era que la televisión demanda cierta cuestión estética, tenés que estar divina, flaca, espléndida y yo había tenido dos críos en el término de un año y poco más, y mi cuerpo se estaba recuperando.
-¿Por qué decidieron irse a España?
-Llegué a Madrid en marzo de 2001 y Carlos vino tres meses después. Fue una locura que salió muy bien. Nuestros hijos tenían entre 8 y 15 años y no vinimos con trabajo. Lo único a favor era que teníamos pasaporte italiano que nos permitía trabajar legalmente de lo que fuera. Fue un cúmulo de cosas, pero sobre todo por la incertidumbre de la vida en la Argentina. Hacía tiempo que teníamos en la cabeza la idea de emigrar. Carlos había trabajado en Uruguay haciendo la primera producción de ficción allí, y pensamos que podía ser ese país, pero al final pensamos que era más de lo mismo y apareció España porque estaba mi medio hermano viviendo en Barcelona, y Carlos tenía una alumna en Madrid que se había casado con un español que tenía compañía de teatro. Por otra parte, teníamos otra amiga en Birmingham, Inglaterra. Nos vinimos diez días a España para ver qué veíamos y si era posible, pero vimos poco en diez días aunque la idea siguió viva. Decidimos viajar a Madrid porque nos dimos cuenta que nuestro inglés no daba para trabajar en Inglaterra, y Barcelona tampoco fue una opción porque no hablábamos catalán así que fue Madrid.
-Y llevan 20 años allí, lo que significa que se adaptaron bien...
-Sí, al principio costó un poco. Nuestra hija mayor tenía 15 años y sus amigos en Buenos Aires, pero con sus más y sus menos, nos instalamos y trabajamos de lo que salió. Yo trabajé en una inmobiliaria y después en una agencia que vendía espectáculos a los teatros municipales.
-¿Y cómo se dio la posibilidad de abrir Plot Point?
-Nos asociamos con un chico argentino que llevaba más tiempo aquí y montamos una escuela muy pequeñita. Eso no terminó de cuajar y un alumno que venía de la rama empresarial nos propuso armar un espacio que ya fue Plot Point. Nos instalamos en la primera planta de un edificio y a los meses nos enteramos que no nos iban a dar la licencia de escuela porque estaba destinado a viviendas. Nos mudamos a un local que se usaba para vender cerámicos, lo alquilamos, lo adaptamos y hoy es nuestra escuela de teatro y tiene dos salas, una con capacidad para 70 personas y otra para 45. Ya hace más de 15 años que estamos aquí, tenemos nuestras propias producciones y también convocamos a otras compañías, hacemos exposiciones, conciertos. Yo no era empresaria en la Argentina y tuve que aprender aquí. Carlos se ocupó de las clases y la dirección y yo de la gestión administrativa. Cuando la cosa empezó a rodar, pude dedicarme a actuar. Estoy en una obra que lleva 15 años en cartel, que escribió Carlos y se llama Mi madre, Serrat y yo. Es un homenaje a Serrat, una historia de madre e hija con canciones en vivo interpretadas por el personaje de la hija. Cada año hay al menos una producción nueva. Por otra parte, hice varios casting pero el tema del acento es complejo para la cabeza de los productores.
-A no ser que hagas un personaje argentino...
-Exacto. Hace unos años fui a un casting en el que buscaban una actriz argentina, de 50 a 60 años, con perfil de comedia y pensé: “Esa soy yo”. Mandé el material y efectivamente la filmé: María y los demás se estrenó en 2016 y se presentó en el Festival de San Sebastián.
-¿También hacés fotografía?
-En medio de todo esto retomé mi vieja pasión por la fotografía y estoy con varios proyectos. Hay uno que sigue dando guerra se llama Vínculos, los caminos del alma, y surgió a raíz de Mi madre, Serrat y yo porque vienen muchas madres e hijas a ver el espectáculo y pensé en fotografiarlas, con una estética en blanco y negro, sin maquillaje. Después hice retratos de hermanos y de padres e hijos o hijas. Y ahora voy a hacer fotos de familias monoparentales. Es una continuación del proyecto porque habla del mismo tema. Somos realmente muy felices, los hijos ya están grandes, tenemos nietos, hacemos lo que nos gusta. Catalina nos dio dos nietos, Olivia va a ser mamá muy pronto, Tomás se casó y vive en Texas, Estados Unidos, y Anastasia vive en Inglaterra hace diez años.
-¿Qué extrañas de nuestro país, después de tanto tiempo?
-Estoy un poco lejos del día a día de la Argentina. Extraño a los amigos. De familia solo queda la hermana de Carlos y estamos tratando que se venga. Hace seis años que no voy, al principio iba bastante para ver a mi mamá que ahora vive en Madrid también. Me voy enterando de las noticias más que nada por los amigos. Acá, o te adaptás o te volvés. Nosotros pudimos porque vinimos con la familia, nos ocupábamos de los críos y no había tiempo para añorar. Extraño la relación con la gente, aquí me costó mucho hacer amigos españoles.
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