Carne y hueso: una atrapante puesta con final explosivo en las calles de Chacarita
En esta performance de Juan Coulasso, veinte espectadores se convierten en protagonistas de una "obra campamento" que va de lo íntimo a lo público
Carne y hueso es una aplanadora escénica. La dirige Juan Coulasso, un sujeto con talento. Nueve personajes tan mágicos como cercanos cuentan aspectos de lo cotidiano, del recuerdo, de lo social, de lo sexual, de lo poético, de lo político. "Todo lo que se dice es porque pasó o porque todos quisimos que pasara", dicen ellos. En el imaginario de los pocos espectadores de esta propuesta todo lo que dicen ellos puede ser que nos haya pasado o que nos esté por pasar.
La propuesta creada por Coulasso, el mismo de Cinthia interminable y El mundo es más fuerte que yo, tiene lugar en los más diversos espacios de una vieja casona devenida teatro que se llama Roseti, sala ubicada en pleno corazón de la República de Chacarita. Después de ese tránsito por el teatro definido por lo íntimo, lo confesional y la complicidad entre los espectadores, todo este universo se eyecta a la calle, a lo público. Termina en el mismo cementerio guiado por un ser entrañable que recuerda su pasado hasta que despide a sus seguidores porque tiene cosas más importantes que hacer hasta perderse en una de las avenidas de esa otra ciudad escondida en la gran ciudad.
Carne y hueso (que ya hizo funciones el año pasado, que este año formó parte del FIBA y que, datazo, vuelve el sábado) empezó a desplegar sus múltiples formas en el marco de un laboratorio de creación entre escritura y performance que dictaron Coulasso y el escritor Juan Sklar en 2017. Cada performer debía escribir su texto a partir de procedimientos de escritura muy específicos, obsesivos hasta la exageración. Esa etapa duró siete meses y el armado de esos textos en el espacio de Roseti y en las mismas calles, otros seis meses. "En ese proceso apareció la singularidad de la obra", reconoce Juan.
En su propio tránsito tuvo en claro su necesidad de salir de la convención del escenario. Algo de eso ya había transitado en El mundo es más fuerte que yo (otra perfo impactante que va los sábados en la misma casa chorizo) y radicalizará la búsqueda cuando, en el marco de la Bienal de Arte Joven, estrene Una obra más real que la del mundo.
Pero para eso falta. Volvamos a la puerta de la calle Roseti 722, a esas 20 personas que esperan minutos antes de las 15 que comience a desplegar sus múltiples formas esta hipnótica propuesta. La primera escena es en el pasillo. Todos apretados, sí. Al fondo aparece una mujer apenas iluminada por dos tubos de luz. Es una hija que ama y destruye a su madre. De ahí en más, serán otros catorce espacios de esa casona en la que los nueve maravillosos performers también ofician de cuidadosos guías en su trato con ese público que, al rato, se integra a esta "obra campamento", como la llaman los integrantes de este delirio de una sensibilidad extrema.
En el recorrido vendrán escaleras, relatos de una joven con alma de profeta que escupe sus textos con un whisky en la mano, una escena en la barra de un bar, una joven a la que le cuesta tenerse en pie, otra escena en la terraza de Roseti, una canción dedicada a una madre odiada y amada, una pareja de italianos que parecen salidos de una película vieja, unos caramelitos que el público se va pasando mano en mano, un mismo espacio que ya no es el mismo de hace cinco minutos, el máximo cuidado estético puesto en el mínimo detalle y una situación extrema: en el baño, que no llega a los seis metros cuadrados, se van acomodan todos (como se pueda) para ver otra acción magnética en la que una entrenadora de tenis cuenta sus gustos sexuales junto a otro joven. En su práctica, ella es la dominante. Porta un juguete erótico. Para este nueva temporada, sacaron el videt para tener más espacio.
+"Carne y hueso es una locura demencial", dice el gestor de esta demencia en un bar de Chacarita. El armado dura una hora y media. El desarme, otra hora. En total son seis horas. Nueve son los performers y cuatro más los asistentes que mientras transcurre la "obra campamento" van armando y desarmando los espacios, que están en constante transformación. Trece talentosos artistas/obreros/artesanos en total. Todo para 20 espectadores. Recibieron un subsidio que gastaron en un ampuloso vestuario que parece haber sido hecho para otra obra, o varias otras obras, que se habrán presentado en los ochenta. Los auriculares que en un momento usa el público los pagaron 200 pesos cada uno. Hay mejores y más caros, pero esto no es el Cirque du Soleil. "En términos económicos, el cálculo es ridículo -se sincera Juan Coulasso-. Cuando hicimos funciones el año pasado apostamos a que cada uno de las 13 pudiera tomar al finalizar la obra un café con leche con medialunas o un tostado".
-¿Llegaron?
-¡No, ni ahí! Pero bueno, no me interesa hacer otra clase de obras. Voy hacia el cruce entre el realismo absoluto de la realidad, por decirlo de algún modo, y la ficción.
En ese cruce en el cual la ficción irrumpe sobre el mapa de la realidad urbana la "obra campamento" en su totalidad, con sus personajes y esos 20 espectadores cómplices, recorre la avenida Federico Lacroze en dirección al cementerio de la Chacarita. Antes de salir, cada espectador se pone unos auriculares de esos que usan los obreros de la construcción para evitar los ruidos fuertes. Con la ciudad silenciada, todo ese aquelarre de lo cotidiano adquiere la forma de lo extraño, de lo distanciado, de lo poético.
Para la gente que circula por ahí, el público de Carne y hueso acompañado por los seres de Roseti se convierte en parte de una acción performática tan clandestina como naíf cuyo destino final es esa ciudad habitada por cuerpos sin vida hasta que ese ser mágico se va porque tiene que hacer cosas más importantes.
De algo se puede estar seguro: la vuelta a la gran ciudad desde esa otra ciudad de grandes pórticos ya no será la misma.ß
Carne y hueso
Intérpretes y texto / Yael Lazzari, Federico Pereyra, Guadalupe Moreno, Ignacio Solmonese, José Fogwill, Juan M. Rodríguez, Leticia Coronel, Luciana Schmit, Nadia Lozano y Rosario Andía
Roseti, Roseti 722.
Funciones, sábados, a las 15
Entradas, por Alternativa Teatral
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