
Cenicienta tiene príncipe rockero
Se destacan la escenografía, el vestuario y las coreografías circenses
1 minuto de lectura'
Princesa Cenicienta, espectáculo musical con libro de Alicia Zanca, escenografía y vestuario de Graciela Galán, diseño acrobático y coreografías de Hernán Peña, puesta de luces de Roberto Traferri, música de Tomás Becú. Con: Georgina Barbarossa, Luisiana Lopilato, Rodrigo Guirao Díaz, Alicia Zanca, Mariano Torre, Laura Cymer, Marcelo Xicarts, Leandro Aita, Dalia Elnecave, Federico Howard, Luisina Rosas y Ana Carolina Bujas. Duración: 80 minutos. Teatro Astral, Corrientes 1639. Viernes a las 18; sábados y domingos, a las 15 y a las 17. Desde $ 30. Ultimo fin de semana antes de una gira por el interior. Regresa a Buenos Aires en julio.
Nuestra opinión: buena
Cenicienta es un cuento tradicional recopilado por los hermanos Grimm que cuenta la historia de una niña que pierde a su madre, es maltratada por la nueva esposa de su padre y encuentra finalmente su recompensa en el amor de un príncipe, y a la vez se ocupa de la identidad, de la libertad, del derecho a amar y ser amado, de la necesidad de justicia.
En esta versión de Alicia Zanca, la joven Cenicienta, prácticamente secuestrada en su propio hogar por su madrastra, soportando las burlas y trampas de sus malvadas hermanastras, halla en las enseñanzas de su padre y en los libros que ha heredado la fuerza para no olvidarse de quién es realmente: es en ese secreto tesoro en el que ella define y afirma su identidad. Por su parte, paralelamente, el príncipe es un roquero entusiasta, que se manifiesta confundido, sin saber aún lo que desea. No se siente preparado para casarse y menos aún, gobernar un reino. Un encuentro casual bastará para que ambos protagonistas se enamoren y luchen contra los obstáculos que se oponen a su felicidad.
Puesta de mucho nivel
El espectáculo ofrece una narración teatral coherente, con importantes atractivos que son resultado del profesionalismo del equipo convocado. La escenografía y el vestuario de Graciela Galán sorprenden agradablemente. Los espacios tienen personalidad, no son convencionales, pero respetan un estética de ilustración de cuento. El diseño de patchwork juega en las máscaras de los animales y en la ropa de Cenicienta. Ese detalle confiere una tónica de intimidad, unifica algunos elementos, suaviza imágenes y parece inducir a cierta complicidad con los personajes y sus secretos.
A su vez, los trajes de los duendes amigos de la protagonista lucen un colorido muy bien buscado. La participación de estos duendes-acróbatas no solamente engalanan las escenas, y divierten, sino que funcionan, a veces, como comentario irónico a las actitudes de los "malos", para quienes son invisibles.
En lo que se refiere a las actuaciones, Georgina Barbarossa aporta una madrastra muy mala, pero divertida, de mucha presencia escénica. Luciana Lopilato, como Cenicienta, no tiene demasiadas exigencias para su personaje y lo encarna con comodidad. Rodrigo Guirao Díaz interpreta con aplomo al joven príncipe, pero se deja llevar en demasía por el entusiasmo de las niñas del público, a quienes sonríe, saluda y arroja besos. Aunque esos gestos son aplaudidos con delirio, sacan de contexto la historia, dejan afuera a los más chicos y se instalan en el lenguaje masivo de un show: Guirao Díaz ya no es más el príncipe, es el joven actor que disfruta de su popularidad y fomenta respuestas de reflejo condicionado.
Por otra parte, algunas escenas con alusiones a historias paralelas de otros personajes casi podría decirse que se obvian. En ellas participan el Rey (con una especie de arteriosclerosis que no es cómica), el hada Ilusión (demasiado ocupada en explicar quién es y por qué está volando) y la madrastra, (quien parece haber tenido un vínculo previo con el hada).
Pero la ilustración de cuento de maravilla creada por los escenarios y los vestuarios, las luces y las coreografías circenses vuelve a instalar la magia.
El romance, la fiesta en el palacio, el encuentro de los jóvenes gracias al zapatito extraviado, son lo que el público espera, para ver con satisfacción que las malas son castigadas, y aplaudir la victoria de la niña buena.


