El regreso de Calígula
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"Calígula", musical de Pepe Cibrián Campoy y Angel Mahler. Intérpretes: Damián Iglesias, Christian Alladio, Giselle Dufour, Leandro Gazzia, Fernando Avalle, Ana Fontán, Hugo Leiva, Karina Sáez, Macarena Rodríguez Robledo, Sebastián Bignone, Agustina Mayeregger, M. Emilia Sánchez, Hernán Boglione, Carlos Casielles, Martín Ruiz y elenco. Orquesta: Fabián Aguiar (flauta), Miguel Angel Tallarina y Gustavo Tejada (trompetas), Gerardo García y Mario Tenrreyro (corno), Benjamín Taub (guitarra), Carlos Di Palma (bajo), Daniel Cesano (batería), Guillermo Masutti y Martín Diez (percusión), Eduardo Vaillant (director asistente y teclados) y Angel Mahler (orquestación y dirección). Coreografía: Rubén Cuello. Escenografía: René Diviu. Dirección de coros: Gabriel Giangrante. Diseño de sonido: Osvaldo Mahler. Diseño de luces y dirección general: Pepe Cibrián Campoy. Duración: 160 minutos, con un intervalo. Estreno: 30 de agosto. En el Teatro del Globo, Marcelo T. de Alvear 1155.
Nuestra opinión: bueno
Finalmente, Pepe Cibrián Campoy pudo concretar un proyecto varias veces acariciado: "Calígula", en el formato musical. Lejana quedó aquella versión que había realizado en la década del ochenta.
En esta nueva puesta se nota el crecimiento del realizador, que ha desarrollado su capacidad en el manejo de los elencos numerosos y, sobre todo, la acertada síntesis escénica que alcanzó al verse limitado a un espacio con medidas convencionales.
La base del musical es la figura de Cayo Julio César (12-41 d. C.), más conocido como Calígula (en latín, diminutivo del calzado militar romano, debido a los pequeños zapatos militares que usaba).
Fue un emperador romano que se distinguió por imponer la arbitrariedad y la crueldad como mecanismos en el ejercicio de un poder desmedido. Y aquí está el tema en cuestión que Cibrián Campoy explota: las consecuencias de un poder concentrado en un psicópata y megalómano.
El crimen, la tortura y la corrupción se alternan en la mente febril de un déspota que encuentra apoyo en la obsecuencia de su entorno y audacia en los delirios acerca de su propia grandeza.
Aun sin proponérselo, es un planteo que encuentra equivalencia en una realidad que en estos tiempos no es ajena al público. Pero evidentemente el autor se lo propuso, porque el defecto del texto se encuentra en la sucesión de escenas que exponen, con diferentes matices, pero con el mismo contenido, el grado de irracionalidad de un gobernante que sólo busca saciar la máxima ambición de llegar a ser un dios. Esta reiteración temática de las secuencias no aporta al espectáculo y dilata el momento del desenlace.
La excelencia de los artistas
Como es habitual, Cibrián Campoy logró reunir un elenco con notables condiciones para la actuación y el canto. Todos y cada uno demostraron una preparación ideal para la comedia musical, no sólo por la calidad vocal sino también por la ductilidad para poner el cuerpo al servicio de la actuación.
Inteligentemente, el puestista recurre a muy pocos elementos escenográficos. Apenas con dos columnas y varias sillas, Cibrián Campoy demuestra el manejo que tiene de los espacios. El juego creativo que realiza con las sillas expone su grado de maduración. Por otra parte, el despliegue y concentración de los actores para crear imágenes corporales voluminosas habla de la eficiencia para incorporar los cuerpos al diseño estético.
El resto es el aporte de una iluminación variada en su diseño y efectiva en su resolución, que termina por engalanar la hechura visual del espectáculo.
En esta oportunidad, el creador, como autor, alterna los parlamentos y las partes cantadas en una dosificación acertada. Dosificación que no se encuentra en la música.
La melodía en la voz
Angel Mahler recurre a composiciones con un soporte armónico a cargo de la percusión y teclados, encarando la melodía con la voz de los cantantes. Es un recurso que privilegia el canto, pero a su vez expone un esquema sonoro reiterativo, que llega a la monotonía. Llega a interesar cuando esa constante se quiebra y se suma alguna variedad de ritmos.
Un capítulo aparte merecen el diseño de sonido de alta calidad, impecable en su resonancia, y el vestuario, que estuvo a cargo de alumnos de diseño de indumentaria (no se especifica de dónde), creativo y variado en los diseños y en las telas, para plantar lo atemporal y a la vez remitir a la modernidad.
Un espectáculo atractivo que se vería beneficiado con una síntesis argumental. Hubiera subrayado el esquema dramático y alcanzado un ritmo apropiado para retener de esta manera, una mayor atención del espectador.





