
El regreso de un clásico
Mañana se estrenará en el Regio la obra de Carlos Gorostiza, que es materia de estudio hasta en los colegios. La protagonizan Ana María Picchio y Alejandro Awada
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"Cada pan que hacemos es una cosa pequeña. Pero es el pan de la gente. Y a la gente le cuesta mucho este pan. Por eso se convierte de una cosa pequeña en una grande si nos damos enteros y lo hacemos sano; y limpio; y digno de la gente", dice Mateo, el aprendiz de panadero de "El pan de la locura".
Este clásico argentino de Carlos Gorostiza se estrenó en 1958, en el Teatro Nacional Cervantes. Luego, se representó en muchas ciudades de Europa y América y hoy es objeto de estudio hasta en el colegio secundario. Mañana se reestrenará en el Teatro Regio, bajo la dirección de Luciano Suardi.
"El único marco posible para estrenar una obra de este tipo es el Complejo Teatral de Buenos Aires. Es una de esas obras deliciosas que quisiera que sucedieran todos los años, incluso en el teatro comercial. Son piezas a las que uno vuelve siempre y con una actualidad contundente", afirma Alejandro Awada, uno de los protagonistas de "El pan de la locura". Para su compañera Ana María Picchio, la obra tiene un valor adicional: "La estudié en el conservatorio. En primer año veías «El puente», también de Gorostiza. Y ésta estaba en el plan de segundo año. Cuando me la dieron para hacerla ahora, la leí como si fuera algo familiar. La quiero y me parece entrañable".
"El pan de la locura" está basado en un hecho real. Durante un viaje a Londres, en los años 50, Gorostiza encontró en una revista inglesa una nota que lo conmovió. Con el título "The Bread of Madness", se enteró de que en un pueblo de Francia, se alteraban las funciones mentales de algunas personas que habían comido pan de centeno con harina en mal estado. "Me pegó fuerte porque se trataba de pan. Cuando era chico, se caía un pan al suelo y había que besarlo. Tenía muchos deseos de decir cómo amasamos el pan y qué responsabilidad tenemos. Busqué muchos títulos, incluso algunos con connotaciones bíblicas, pero mantuve aquel del artículo periodístico, aunque fuese evidente y obvio", recuerda Gorostiza.
Es lo que pasa en esta historia. El barrio se ve convulsionado por los brotes de locura que tienen algunas personas que, casualmente, consumieron pan negro en el negocio en cuestión. En medio de esa trama se entretejen cuestiones que son una pequeña muestra de comportamientos sociales. Cada personaje encierra un mundo y, cuando éstos confrontan, dejan a la luz conductas familiares para cualquier argentino. "Mi personaje resume aquella espantosa frase de hace años que decía: «Yo: argentino». Es imposible hacer la de uno porque tendrías que vivir encerrado en una pieza. Al comienzo de la obra, Antonio -su personaje- es un tanto irresponsable o desconectado de lo que uno espera que sea un hombre hecho y derecho", explica Awada. "Esto deja en claro que siempre estamos igual. Aunque podés observar que algunas cosas son mejores y otras peores. Por un lado, el tema de la inspección, del negocio, lo que significaría Cromagnon está todo igual. En cambio, lo que se refiere a las relaciones humanas está mejor. Esta mujer que dejó su vocación docente por estar al lado de su marido durante 30 años, es casi una esclava. Ahora la mujer igualó al hombre", agrega Picchio.
Parecería que siempre que se representa una obra argentina que supera los veinte años, se buscara paralelos con la realidad. Tanto actores, como periodistas y, hasta el público, lo hacen. Y casi siempre la respuesta es contundente y dura: parecen escritas en la actualidad. Esto genera una dualidad en el autor. "Tengo una sensación doble. Por un lado, me alegra que sea un hijo que está viviendo. Por otro, me duele, porque no se ha modificado nada: la falta de responsabilidad, para qué vamos a hablar de lo que vemos en televisión, por ejemplo; y lo de los políticos. Es doloroso. Pero en mi obra, Antonio se rebela y dice que hay que tener coraje. Eso no se dice habitualmente. Ojalá que pase en la realidad, que haya un cambio en el personaje."
La puesta
Cuando Kive Staiff, director del Complejo Teatral de Buenos Aires, y Carlos Gorostiza se reunieron para conversar sobre el elenco y el director que podría dirigir la pieza, a ambos les apareció el mismo nombre en la cabeza: Luciano Suardi. El joven realizador parece haber realizado un trabajo que dejó contentos a todos. "Mirá, en mucho tiempo es la primera vez que llego muy relajado a un estreno, con herramientas sólidas -asegura Awada-. Me gusta mucho cómo manejó el espacio Luciano. Es curioso porque, teóricamente, es un espacio cerrado y él trazó uno abierto y frío. El trabajo con el contraste me parece muy interesante. Es un tipo que está muy atento y no se le escapa detalle. Al mismo tiempo, deja que uno haga su propia experiencia."
La escenografía de Oria Puppo reproduce la "cuadra" de la panadería, en el supuesto subsuelo del local, desde donde se puede espiar parte del "afuera". "El decorado tiene algo de «Garage Olimpo», con esos colores, esas dimensiones, esas ventanitas rotas por las que se ve pasar a la gente. No es fácil llenar ese espacio. No hay rinconcitos para escenas íntimas. Es como pararse en la calle, pero está bueno -adelanta Picchio-. Luciano tiene lo que uno siempre pretende de un director: alguien que te quiere, que tenga buena onda, que arme un buen elenco, que hable en voz alta con los actores y que te trate como a una persona grande."
"El pan de la locura" sigue la línea de otras obras del Complejo Teatral: actores famosos y otros mucho más vinculados con el ámbito teatral.
Picchio y Awada están acompañados por Enrique Liporace, Osmar Núñez, Gabo Correa, Sergio Boris, Nya Quesada, Julieta Vallina, Emiliano Dionisi, Leandro Ramírez, Iván Moschner, Pablo Rinaldi y Pedro Ferraro.
"Hay un prejuicio por ser famoso. Fijate que salí del conservatorio y entré al San Martín, donde hice muchas cosas. Siempre pensé que sería como mi casa y, en un momento, no me llamaron más. No fue más mi casa. No sé por qué. Uno acá recupera la cosa de estudiante: el cumplir horarios, el respeto, el orden. Está buena esta comunión entre famosos y no famosos. Da buen resultado -opina Picchio-. Siempre hubo prejuicio con los que tienen un nombre más popular. Pero nosotros, los actores, también siempre lo tuvimos. Es normal. Cuando estaba en el conservatorio, era vergonzoso salir en Radiolandia. Cuando salí por primera vez en la tapa, mi mamá se la mostraba a todos y yo me quería esconder. Pero no es así. No es que te pasás a otro bando."
Luego de aquel estreno de 1958 (con Fernando Labat e Hilda Suárez), sólo volvió a subir a escena por un elenco profesional en 1977. Se estrenó en el teatro Lasalle, dirigida por Héctor Aure, con Ulises Dumont, Walter Santa Ana, Inda Ledesma, Luis Brandoni, Pablo Codevila y Nya Quesada, que también forma parte de esta puesta. Pero aquella vez no fue fácil. Muchos integrantes de la compañía y el autor recibían permanentes amenazas de muerte. El pan de la locura estaba afuera y a algunos los obligaba a exiliarse. "Fue muy duro. Aquél era un teatro de militancia. Pero después vino Teatro Abierto", recuerda Gorostiza, quien se atreve a señalar que hoy aquel centeno en mal estado "lo consumió Bush y aquellos que lo rodean".
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