La violencia entre la locura y la cordura
"Palabras encadenadas", de Jordi Galcerán, en versión de Alberto Wainer. Intérpretes: Víctor Laplace y Esther Goris. Diseño de iluminación: Miguel Morales. Diseño de vestuario y escenografía: Carlos Di Pasquo. Dirección: Tamzin Townsend. Duración: 150 minutos. En el Teatro Cervantes.
Nuestra opinión: bueno.
Es cierto que actualmente se está viviendo un clima de violencia muy particular que genera una mayor violencia. Pero atribuir esta carga de agresión al entorno social es caer en una generalización que puede resultar injusta.
El germen de la violencia también puede anidar en el alma de un hombre y mantenerse largo tiempo en un estado latente, hasta que un resorte la encauza por un derrotero de locura.
Una persona aparentemente "normal" puede llegar a cometer los actos más aberrantes, agravados por la circunstancia de ser gratuitos.
Este es el punto de partida del autor catalán Jordi Galcerán para el desarrollo de "Palabras encadenadas". El título hace referencia al juego que se utiliza en las reuniones sociales, donde la última sílaba de una palabra debe ser la primera de otra, formando una cadena de palabras.
Así como sucede en el juego, el autor va encadenando diferentes situaciones donde la verdad y la simulación son los eslabones, sin que el espectador llegue a percibir cuál es el falso y cuál es el real. Y esto adquiere relevancia porque el entorno que rodea a los personajes está cargado con tintes policiales y una cuota de suspenso.
Desde el principio de la obra está planteada la situación: un hombre secuestra a una mujer para matarla. Avala su intención con un video donde relata todos los asesinatos, 18, fortuitos. Al mejor estilo de Jack el destripador, no necesita un motivo especial, sólo el placer de observar el rostro de su víctima.
Esta presentación de por sí es violenta, por la situación y por la agresión que se exhibe en escena. Poco después se sabe que el hombre y la mujer en realidad habían sido un matrimonio. Y este dato agrega un nuevo componente al drama. Hay un antecedente que orienta hacia una posible causa de acción: el despecho y el resentimiento.
Un esquema que se repite
Pero no es ésta la única pretensión del autor. El encadenamiento mencionado está dado por el manejo que impone el hombre al jugar con la locura, para dar luego paso a la cordura, representada por el tono de broma, de tal manera que la mujer (y el público) ignora si es, o se está haciendo, el loco.
Este esquema de broma-realidad se repite una y otra vez, mientras se van develando los conflictos domésticos de esta pareja, que finalmente la llevaron a la separación.
Solamente al final se termina por saber cuál fueron el objetivo y las causas de este juego siniestro.
Es un thriller que desarrolla una buena dosis de suspenso, al estilo de "Misery", por poner un ejemplo, pero con la carga de agresividad que puede tener como un posible antecedente a "¿Quién le teme a Virginia Woolf", de Albee.
Para sostener la acción y el interés del espectador son necesarios buenos intérpretes y una mano rígida para obtener un buen crecimiento dramático.
En el primer rubro, Víctor Laplace se muestra dominando la escena y lo hace con muy buenos recursos, sobre todo convincentes. Maneja acertadamente los dobleces de su personaje para transitar desde el aparente estado de locura a la normalidad o viceversa.
También es verosímil el trabajo que realiza Ester Goris para transitar entre el pánico, sobre todo para afrontar la agresión física que se vive en escena, y la tranquilidad, que le permite sobrellevar de alguna manera la situación.
El problema, que se siente, radica en la puesta de Tamzin Townsend, porque cada instancia que se vive está marcada con pautas similares y se siente una reiteración del juego sádico cuando debía haber un crecimiento de la tensión dramática. Esto hace que, por momentos, la pieza se haga extensa.
De cualquier forma, el espectáculo tiene su atractivo, sobre todo porque el género llamado "policial" no suele frecuentar los escenarios porteños y representa casi una novedad.
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