
Laferrère, en versión renovada
¡Jettatore! , de Gregorio de Laferrère. Versión y dirección general: Daniel Suárez Marzal. Elenco: César Torres, Jerónimo Montivero, Juan de Torres, Fabiola Manssor, China Díaz, Luis Avila, Luisa Soto, Eliana Castro, Esteban López, María Heredia, Pedro Romanazzi y Pedro Agost. Escenografía y vestuario: Horacio Pigozzi. Luces: D. Suárez Marzal y H. Pigozzi. En el Teatro Nacional Cervantes. Hoy, a las 21, y el domingo, a las 20.30. Duración: 75 minutos.
Nuestra opinión: bueno
Anteanoche, se estrenó en Buenos Aires la última obra del Programa Federal del Cervantes, que puso en escena obras clásicas en distintas provincias, en manos de directores de primera línea. Esta vez, el turno es del elenco del teatro Víctor Cáceres, de La Rioja, con la batuta de Daniel Suárez Marzal.
Exponente de la generación del 80, Gregorio de Laferrère dejó unos cuantos clásicos del teatro nacional como legado. Su exquisita comedia ¡Jettatore! se estrenó hace 102 años, y leída hoy en día abre una ventana hacia la vida de una clase media acomodada de aquellos años. Daniel Suárez Marzal es intrépido. Ya evidenció que no les tiene miedo a las adaptaciones y se atrevió a profanar al dramaturgo y hacer su propia versión, reto que podría estropear una obra de arte. Pero lo hizo muy bien.
El director ubicó la obra en una época incierta, tras haber respetado su estructura casi total, sólo que hizo varias modificaciones en el lenguaje y en algunos sucesos o situaciones periféricas que se señalan en el texto de Laferrère. Y no está mal. Aquí no se habla de "jettatura" , sino de "mala onda"; en tanto Pepito no se refiere tanto a su afición por el turf, sino a su fanatismo por un Racing al borde del descenso. Entre ellos no se tratan de usted, como se estilaba, sino que se hablan de vos. Pero la mayor transgresión es haberle dado el personaje de Angela, la mucama, al actor Esteban López.
Asimismo, antes que optar por una puesta naturalista, Suárez Marzal eligió un trabajo cercano a lo pictórico. A través de una sencilla escenografía trazada por Pigozzi sobre la base de diez marcos móviles, hizo salir y volver a los personajes de ellos, con lo que creó una serie de "pinturas" o "postales" muy interesantes. Este artilugio también sirve, de algún modo, para aclarar los vínculos.
Por su parte, le imprimió un ritmo muy ágil y hasta exaltado a la acción, casi a proscenio. Estas criaturas se desplazan casi en forma permanente y utilizan un recurso narrativo en las reflexiones y parlamentos en solitario. Este distanciamiento (sello propio del director) no sólo le da toques simpáticos a la puesta, sino también autoridad teatral.
Este vuelco con contornos gruesos en los personajes es muy acertado, ya que esos rasgos atenúan algunas limitaciones en parte del elenco. César Torres, como el jettatore Don Lucas, realiza una composición impecable; y se desempeñan muy bien Pedro Romanazzi, Pedro Agost, María Heredia y Jerónimo Montivero.
El vestuario de Pigozzi es confuso en su cruce de épocas y estilos, así como en su confección.
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