Las heridas del viento

Autor: Juan Carlos Rubio / Intérpretes: Luis Gnecco, Paulo Brunetti / Producción general: Guillermo Gallardo Prat / Diseño de escenografía, iluminación y dirección: Oscar Barney Finn / Sala: BAC, Suipacha 1333 / Funciones: viernes y sabados, a las 20.30 / Duración: 70 minutos.
Nuestra opinión: muy buena.

La muerte de su padre obliga a David a poner en orden ciertos materiales que ha heredado. Entre ellos, asoman unas cartas de amor, muy sinceras, apasionadas, deslumbrantes; extrañamente, las firma un hombre. Si bien la historia entre el joven y su progenitor parece haber sido difícil, este descubrimiento le confirma lo poco que conocía a quien lo crió o quizá le posibilita justificar los motivos de cierta distancia entre ellos.

David consigue conocer a Juan, autor de las cartas. Encuentra en él a un ser algo sofisticado, que pareciera manejar la vida con mucha astucia. Siempre encuentra las frases más adecuadas para aportar definiciones rápidas y así despistar al otro. La relación entre ambos irá creciendo y una verdad inesperada terminará demostrando que no siempre las historias de amor poseen los condimentos a los que estamos acostumbrados.

El texto del español Juan Carlos Rubio, además de presentar a dos personajes muy entrañables, posee una intriga muy interesante que va haciendo crecer con creatividad y buen oficio.

El espectáculo, que ha tenido su temporada en Santiago de Chile, llega ahora a Buenos Aires interpretado por el chileno Luis Gnecco y el argentino Paulo Brunetti (quien desde hace unos años está trabajando en el país vecino). La dirección de Oscar Barney Finn es sumamente sensible. Busca develar el interior de esos personajes de manera muy minuciosa, y los dos intérpretes, cada uno en su lugar –en el que no faltan la ansiedad, la desesperación, el afecto y, sobre todo, la movilización que producen los recuerdos–, da cuenta de quién es verdaderamente con total convicción. Estos actores crean un juego muy íntegro de relaciones interpersonales. Ambos van dejándose llevar por la conducta del otro, en un fluir continuo que engrandece el drama y lo torna muy conmovedor para el espectador.