Las lágrimas de los animales marinos: reconstrucción de un drama familiar con demasiadas heridas abiertas
La primera gran producción del Teatro Cervantes en 2024 es una experiencia emotiva interesante; no obstante, ciertas reiteraciones de movimientos sobre el escenario hacen que la dramaturgia pierda valor dramático
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Autor y director: Toto Castiñeira. Intérpretes: Chacha Alvarado, Guillermo Angelelli, Gregorio Barrios, Gonzalo Carmona, Payuca, Ignacio Torres, Boris Bakst, Oliver Carl, Pleitto Castillo, Rocío García Loza, Lucía Gómez, Julieta Laso, Lucío Mantel, Marcelo D. “Coco” Martínez, Maximiliano Más, Ezequiel Posse, Julieta Raponi, Consuelo Rodríguez Fierro, Jorge Thefs. Vestuario: Daniela Taiana. Escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez. Iluminación: Alejandro Le Roux. Música: Lucio Mantel. Coreografía: Luciana Acuña. Sala: Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815. Funciones: jueves a domingos, a las 20. Duración: 120 minutos. Nuestra opinión: buena.
Generalmente, los recuerdos se acumulan desordenadamente en la cabeza de un ser humano. Algunos asoman, a veces, como pequeños retazos que podrán completarse si la persona decide quedarse con ese pedazo de vida y casi obligarse a ampliarlo. Para ello habrá que detenerse y armar una secuencia de situaciones que posibiliten develar aquello que apareció sorpresivamente y, por algún motivo, resulta movilizador.
A Toto Castiñeira, autor, director, clown (en algún momento de su carrera integró el elenco del Cirque du Soleil durante varias temporadas) le interesa construir dramaturgias en las que las historias se completan con múltiples acciones físicas. El cuerpo de sus intérpretes debe exponerse en total plenitud para de esa manera potenciar ciertos conflictos o simplemente exaltar la atención del espectador.
En Las lágrimas de los animales marinos, la primera gran producción de 2024 del Teatro Cervantes, el creador recrea una historia familiar compleja y lo va haciendo a través de situaciones breves que se irán concatenando de manera nada lineal al comienzo. A medida que avanza la acción, el público tendrá la posibilidad de ir cerrando una trama en la que se van sumando algunas sorpresas.
El abuelo de un joven ha muerto en una ciudad costera, en invierno. Su íntimo amigo decide acompañarlo y a ellos se suma una amiga quien está decidida a llevarlos en el coche de su madre. Cuando llegan, el departamento que habitaba ese abuelo está vacío, tanto como la ciudad. Y esto genera un clima de profunda desprotección.
La vecina que vive en el departamento aledaño, a través de un monólogo -en el que combina la emoción y algo de humor- irá relatando como encontró al muerto en la playa y como era su relación con él. A partir de ese momento el argumento se irá definiendo con más elocuencia y también los personajes se van a ir dando a conocer más acabadamente. Eso hará que las relaciones entre ellos resulten más comprensibles para quien observa.
Un grupo de “animales marinos” (así se los define en el programa de mano) estarán continuamente acompañando a los personajes. Fantasmas, quizás, que ayudan a ordenar los recuerdos. Entre ellos hay músicos, acróbatas, performers, clowns, bailarines, una cantante. Entre todos tendrán la misión de ir construyendo el drama de una familia solo integrada por un abuelo y su nieto, cuyo vínculo se cortó hace muchos años y que ahora resulta muy difícil de ordenar. El cuerpo del muchacho mantiene heridas abiertas que serán muy difíciles de cerrar.
El espectáculo posee una estética atractiva y unos personajes que, cada uno a su tiempo, irá exponiendo como ingresa a la historia que se narra y una vez que lo hace ya no podrá salir de ella. Hay un compromiso emocional que los obliga a acompañar los dolorosos instantes que se describen. Pero aunque el drama posee cierto potencial, la forma en que las situaciones van conformándose hacen perder algo del interés en lo que se cuenta. La mayoría de las veces prima el lugar de los ”animales marinos” y claro, cada uno debe hacer alguna rutina que lo defina: unos pasos de tap, una pequeña coreografía de folklore, algunas secuencias de acrobacia. Ellos mismos, una y otra vez, arrastrarán carromatos sobre los que está armada la escenografía. Hay un tiempo escénico que se dilata y que hace que la historia que queremos conocer se demore en definirse.
Tres muy buenas actuaciones le aportan solidez a la experiencia: Guillermo Angelelli en el rol del abuelo, Chacha Alvarado, la vecina y Payuca, la amiga que traslada en auto a los jóvenes. Cada uno posee un registro actoral muy diferente pero resultan muy elocuentes los monólogos de Alvarado y Payuca y Angelelli, cuando deja el rol de narrador y se pone en la piel del hombre mayor, posibilita ver con totalidad claridad su magnífica capacidad interpretativa.
Una experiencia emotiva en la que ciertas reiteraciones de movimientos sobre el escenario o una particular necesidad de ilustrar las acciones en vez de concentrarlas hacen que Las lágrimas de los animales marinos pierda valor dramático, porque quienes ganan espacio son los efectos escénicos.
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