Lo tejió la Juana: una evocación de los recuerdos y los modos de vincularse propios de cada tierra
La última obra escrita y dirigida por Ignacio Sánchez Mestre es un sentido viaje a los recuerdos de la infancia de este autor que se crió en la provincia de San Juan
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Autor y director: Ignacio Sánchez Mestre. Intérpretes: Pilar Mestre, Juan Francisco López Bubica, Maitina De Marco, Paula Trucchi, Federico Buso e Ignacio Sánchez Mestre. Vestuario: Lara Sol Gaudini.Escenografía: Laura Copertino. Iluminación: David Seldes. Música: Luiza. Sala: El Galpón de Guevara (Guevara 326). Funciones: Viernes 20 h. Duración: 70 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Un tiempo sanjuanino. Una forma de hablar pausada, musical, un pequeño cantito en el decir. Frases de verbos compuestos, por ejemplo: “creo que me han ojeado”, un abandono de la letra “y” en la pronunciación. “¿A ver? ¿Decí costilla? ¿Decí maravilla? Hablamos como colombianos”, piensan. Lo tejió la Juana, la última obra escrita y dirigida por Ignacio Sánchez Mestre, es un viaje a los recuerdos de la infancia de este autor que se crió en la provincia de San Juan, de ese modo de vincularse propio de su tierra, con una atención a los detalles, a las anécdotas largas, a una vida sin urgencia y cierta dulzura y acidez que conviven en el momento de los reclamos. En la ciudad de la furia, el teatro independiente presenta un pequeño oasis de color marrón, de personajes atravesados por costumbres, relatos y un territorio de calor y lentitud que también los define para afrontar el dolor.
Sánchez Mestre es autor y director de reconocidas piezas como La savia y Para partir. En aquellos espectáculos se caracterizó por una escritura que combinaba situaciones insólitas, respuestas absurdas de los personajes y un gran efecto cómico, con una observación sensible de los vínculos y el amor. También introdujo el género fantástico para presentar versiones de la vida alejadas del realismo. En su última propuesta, Lo tejió la Juana, el tema es el duelo y lo fantástico desapareció como poética, con la excepción de que el proceso mismo de la escritura, la forma de recordar y las trampas de la memoria se interponen en el relato y exhiben la construcción de la ficción.
En la historia, El Negro (Sánchez Mestre) y el Cabezón (Juan Francisco López Bubica) acaban de perder a su madre y tienen que decidir qué hacer con una casa. La Gringa (Pilar Mestre), una prima embarazada, llega de Buenos Aires para ayudarlos con los trámites, aunque el pasado y el presente se enfrentan, mientras se acumulan las cajas con recuerdos para embalar. Un punto interesante es que gran parte del elenco son sanjuaninos, incluso la actriz que interpreta a la prima de Sánchez Mestre es su prima real. Ese universo y confianza compartida queda expuesta en las primeras escenas en las que los artistas logran instalar, con mucha precisión, ese estilo de vida. Alejados de lo previsible, los personajes pueden aparecer en medio de una discusión e iniciar un monólogo sobre algo que les acaba de suceder en la calle, pueden discutir mientras uno de ellos se viste con las prendas de su mamá y no darle importancia a esa acción. Cercano a un universo chejoviano, este director logró crear un espectáculo en el cual el dolor no necesita decirse de manera explícita, sino que con ciertas evocaciones y silencios se puede percibir el nivel de angustia que implica despedir a una madre, reconocer su muerte, mientras se reconstruye el pasado y se llama a una inmobiliaria para vender la casa.
Como retazos de una manta que se compone de un tejido hecho en distintos momentos de la vida, el espectáculo termina de armar la identidad y la historia familiar de estos hermanos, de sus versiones de los hechos del pasado, anécdotas que les traen personajes que apenas conocen y mensajes de voz de Juana y otros familiares que funcionan como los enlaces entre las distintas escenas y terminan de construir este diario íntimo. El autor, que está adentro y afuera de su propia creación, logra una enorme expresión de ternura, una forma del amor que el protagonista trata de capturar en un cuaderno, el registro de una pérdida y que él, como apenas puede hablar de su tristeza, escribe y junta papeles, para dejar constancia de todo lo que se lleva una madre cuando muere. Y así, lo hace durar.
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