Lúcido, pero con falta de condensación
Lúcido , escrita y dirigida por Rafael Spregelburd. Con María Inés Sancerni, Javier Drolas, Hernán Lara y Eugenia Alonso. Música: Federico Zypce. Escenografía: Oscar Carballo. Luces: Matías Sendón. Vestuario: Mónica Raiola. Asistente de dirección: Laura Fernández. Producción: Corina Cruciani. En el Margarita Xirgu. Duración: 120 minutos.
Nuestra opinión: regular
Todo comienza con ese humor "serio", que se vuelve desopilante y, luego, pensante, que caracteriza a algunos de los principales exponentes del teatro independiente de los últimos años.
La trama está envuelta en los aires del nuevo grotesco y el absurdo. Una joven que llega a la casa materna a reclamar el riñón que le donó a su hermano muchos años atrás; un muchacho que pretende manipular sus sueños; una madre que no sabe escuchar, y un exponente de la clase media acomodaticia de los 90.
Todo eso, lógicamente, en un sistema dramático trenzado como suele hacer Rafael Spregelburd. Pero esta vez, el exquisito autor y director de joyas como La estupidez, El pánico o La modestia , dio demasiadas vueltas y la totalidad no sólo abruma, sino que aburre y cansa.
Las ideas de Spregelburd son muy inteligentes, y eso es innegable, pero Lúcido podría haber sido más interesante con la mitad de la duración que tiene. La estupidez duraba mucho, pero se disfrutaba en cada segundo. No pasa con esta nueva creación, que nació en Barcelona.
La teoría gestáltica envuelve al asunto central del "sueño lúcido" o la dominación de lo onírico y lo real, a la búsqueda de una auténtica realidad entre varias y a una maraña de elementos periféricos que hacen más al humor que a la conclusión y al desarrollo. Todo se prolonga, se estira y se repite en un trabajo que podría haberse logrado mejor con mayor condensación.
Spregelburd trabajó en la elaboración de teorías psicológicas y volvió a arremeter contra la estupidez humana. Asimismo, es interesante la forma en que planteó la pérdida de un tiempo que se escapa por las rendijas de las cosas superfluas, y lo onírico como hipótesis resolutiva.
Aunque los trabajos actorales son buenos, no hay grandes brillos. Pero merece destacarse el trabajo de Eugenia Alonso. Asimismo, son buenas las ideas de iluminación y escenografía.





