
Un gran transformista
Slipstick / Autor e intérprete: Martín Kent / Cantante: Amy Carolina Serrato / Vestuario: American Vintage Hollywood, Cándido García, Mónica Muser / Escenografía: Ruben Minutoli, Fabiana Moreno, María Soledad Páez, Aníbal Papalardo / Pelucas: Le MemailGig China, Roberto Mohr / Diseño de luces: Gastón Díaz / Vestidora: Natacha Márquez / Sala: La Casona, Corrientes 1975, 4953- 5595 / Funciones: jueves, viernes y domingos a las 21, sábados a las 22, desde $ 120 / Duración: 95 minutos.
Nuestra opinión: muy buena
Hubo una vez, no hace mucho tiempo, un transformista italiano genial, mimo, cantante en varios registros, que podía hacer decenas de personajes en sus espectáculos: Leopoldo Fregoli (1867-1939). Tanta fue su fama que en España existe el dicho "más rápido que Fregoli", y en Francia, la expresión frégolisme designa la rapidez para cambiar de traje o de idea. Actualmente, esa exigente arte de desdoblamiento raudo en muchos roles sucesivos -incluyendo los correspondientes cambios de vestuario- tiene pocos oficiantes, entre los que destacan el italiano Arturo Brachetti y, por cierto, el argentino afincado en España Martín Kent (que no canta, pero hace fonomímica y baila, entre otros aportes creativos).
En Slipstick , durante poco más de hora y media, a menudo sin que se noten las transiciones, irrumpen en escena freaks de circo, personajes reconocibles del cine y la música, también de la danza, la pintura y la ópera, más alguna invención del propio Kent, bastante risquée aunque sin caer en la fácil chabacanería. Así, el aceitadísimo show integra a un Hitler ridículamente gay (de Los productores , de Mel Brooks) y a Martinova, la bailarina clásica algo fanée; a la Regan de El e xorcista con su cama a cuestas, dando inesperados giros a su posesa criatura; a Amy -Winehouse- cantando y drogándose con todo, y a una fantástica danzarina de seis piernas? En todos los casos, con gran despliegue de ropas, pelucas, zapatos de buen diseño, acompañados de funcionales objetos escenográficos que contribuyen a modificar y encuadrar el espacio. Además, en algunos cuadros, se agregan proyecciones y efectos especiales de luz.
Pero el maquillaje del rostro -fondo blanco, subrayado negro para los ojos, carmín para mejillas y labios- , vagamente inspirado en el kabuki, es siempre el mismo, apenas con algún ligero retoque. Se lo hace Kent a grandes trazos al comenzar el espectáculo, frente a un espejo imaginario de cara a la platea, en contados minutos. Y es asombroso cómo esa máscara se adapta a personajes de toda edad y muy diferente condición. La convención teatral se pone en marcha y no se detiene, apelando incluso a cierta forma de ilusionismo, a recursos de la comedia desaforada, al humor renegrido y también al puro homenaje que deja afuera la caricatura, como es el caso de la muy lograda interpretación de "Non, je ne regrette rien", recreando la magra silueta y la actitud de Edith Piaf.
Entre los numerosos aciertos, vale remarcar dos sketches de colección por el impacto visual y sonoro, la cantidad y calidad de los gags, y la forma de avivar el inconsciente colectivo del público: el que protagoniza Rose en la proa del Titanic , y el de King Kong , primero con la entrada del gran gorila por el pasillo de la sala y luego su representación en el escenario, por medio de la enorme cabeza del animal al fondo y su enorme mano en primer plano, reteniendo a la rubia heroína que trata ostentosamente de zafar.
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