Una reina por vocación
"Elizabeth" (Inglaterra-Estados Unidos/ 1998). Presentada por Warner-Fox. Fotografía: Remi Adefarasin. Música: David Hirschfelder. Diseño de producción: John Myhre. Intérpretes: Cate Blanchett, Joseph Fiennes, Geoffrey Rush, Christopher Eccleston, Richard Attenborough, John Gielgud, Vincent Cassel, Fanny Ardant y Kathy Burke. Guión: Michael Hirst. Dirección: Shekhar Kapur. 124 minutos. Para mayores de 16 años. Nuestra opinión: muy buena.
Aunque se trate de una historia de época que describe el ascenso al trono de Isabel I, la Reina Virgen que manejó los destinos de Inglaterra durante casi toda la segunda mitad del siglo XVI, por una vez lo más importante de "Elizabeth" no son, como suele ocurrir en este tipo de películas, los suntuosos decorados palaciegos, las vajillas de porcelana, los vestidos de encaje o las interminables bacanales.
Y no es que "Elizabeth" sea una producción pobre o austera. Todo lo contrario. Por despliegue visual y cuidado formal está a la altura (e incluso por encima) de cualquier película de James Ivory, Agnieszka Holland u otros estetas representativos del cine de qualité . Pero lo que realmente importa de este cuarto largometraje del realizador indio Shekhar Kapur es que se trata en esencia de un thriller moderno, cautivante y sorprendente por su solvencia y audacia narrativa, por la falta de rigideces y estereotipos, y finalmente por la potencia dramática de la mayoría de sus situaciones.
Lejos de los vicios teatrales o de la contención emocional que caracterizó a buena parte de la producción de época, tanto inglesa como norteamericana, de los últimos años, este film respira sangre, sexo, violencia, intrigas, pasiones y una permanente e inagotable sed por el poder político y religioso. Si hay una película con la que "Elizabeth" guarda más de una relación, ésa es "El Padrino". A tal punto ambas obras se parecen que a Kapur habría que advertirle que el uso del montaje paralelo con música grandilocuente para narrar el momento cumbre de una confabulación ya es marca registrada de un tal Francis Ford Coppola.
Una película despojada
Kapur se muestra como un director moderno no porque apele a una estética de videoclip como el "Romeo + Julieta", de Baz Luhrman, o se permita licencias históricas como el "Ricardo III", de Richard Loncraine. Kapur es moderno porque supo adentrarse en un género amanerado y conservador de forma despojada, pero sin por eso apelar a guiños propios del cine joven de los 90: sólo en un pasaje, mientras Isabel prepara un discurso, propone un insólito montaje fragmentado a-la-MTV que nada tiene que ver con la forma, con el ritmo del resto del relato.
Pero si se obvia este tipo de reparos (o el hecho de haber elegido a un actor tan inexpresivo como el carilindo Joseph Fiennes para uno de los papeles centrales), "Elizabeth" es una de esas pocas películas que no sólo se aprecian, sino que se sienten y se sufren, se padecen (en el buen sentido) y se gozan con los sentidos desplegados con la mayor intensidad posible.
Si Kapur logró transmitir el clima de cisma religioso (entre los católicos reinantes y el impetuoso arribo de la Isabel protestante), de virtual guerra civil y de un país amenazado por descarnados enfrentamientos con franceses, escoceses, españoles y hasta con el Vaticano, el gran nexo que permitió cohesionar todas las subtramas, las confabulaciones, los pequeños y grandes conflictos que desarrolla la película, es la monumental actuación de Cate Blanchett.
Su paleta expresiva, que le permite cambiar de registro casi instantáneamente y -lo que es mucho más difícil- convencer al espectador de que la inexperimentada princesa del comienzo del film es la misma que al final pergeñará lo que luego se conoció como la Edad de Oro, en la que Inglaterra se transformó en la mayor potencia del planeta, es sencillamente conmovedora.
El resto del monumental elenco (con la apuntada excepción del Fiennes menor) aporta su enorme capacidad para dar forma a ese verdadero engranaje que es "Elizabeth". Construido como una partida de ajedrez llena de estrategias y trampas, pero narrado con la fuerza arrasadora de unas líneas de bowling, actores como Eccleston (el cruel duque de Norfolk), Rush (el enigmático sir Walsingham), Cassel (el decadente duque de Anjou), más los aportes de Attenborough, la siempre sugestiva Ardant, el mítico Gielgud o la impactante Kathy Burke (la reina María Tudor), este film resulta un juego peligroso en el que sólo quienes conocen perfectamente sus reglas (y, si es posible, también las modifican) se las ingenian para salir airosos. Para el resto, se sabe, el destino inexorable es la guillotina.
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